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GUIA  PARA  DÍAS  DE  RETIRO 

COMPARTIR  LA  VIDA  EN  COMUNIDAD:

Agosto de 2002

LA  COMUNIÓN  DE  BIENES II

(Como testimonio profético para el mundo)


1. Introducción. 

            Para introducir el retiro, se puede tomar como guía el contenido de los números 36 y 37 de nuestra Ratio Institutionis:

 

36. Compartir los bienes materiales es para Agustín la primera condición para formar una auténtica comunidad de hermanos que vivan juntos en armonía en la misma casa. Pero compartir los bienes materiales no se ha de limitar a la construcción de una comunidad sólo entre nosotros. Debería extenderse a la realización de una sociedad mejor y más justa. Por lógica, esto supone una cierta simplicidad personal en el estilo de vida: no se espera de nosotros que tengamos al alcance de la mano todos los lujos que deseamos. La Regla afirma: “Créanse más ricos los que son más fuertes en soportar las privaciones, porque más vale necesitar poco que tener mucho”. Un estilo de vida ascético no es negar la bondad de la creación, sino poner los bienes materiales al servicio de los otros. Como dice Agustín: “Piensa sobre todo en los pobres, de modo que aquello de lo que te privas para poder vivir con lo justo puedas convertirlo en tesoros del cielo. Deja que Cristo pobre reciba aquello  de lo que se priva el cristiano que ayuna. Deja que la austeridad de un alma llena de amor sea el sustento del necesitado. Deja que la voluntaria necesidad de quien posee en abundancia se convierta en la abundancia necesaria del que pasa necesidad”. De acuerdo con estos principios, deberíamos evaluar periódicamente nuestra situación ¿No son los ricos y pobres que conviven en la misma casa una contradicción de nuestra espiritualidad? Es más, ¿podemos favorecer la búsqueda de la justicia y la paz en el mundo si éstas no reinan en nuestras casas?

 

37. Lo mismo debe decirse del compartir nuestros bienes espirituales: nuestra fe y nuestro ingenio, nuestros ideales y expectativas, nuestros conocimientos e ideas, nuestros talentos y sentimientos. Es evidente que deberían estar a disposición de unos y otros, pues son una condición esencial para la vida en común. No obstante, compartir nuestros bienes espirituales puede que no se reduzca sólo a esto. La unión de almas y corazones nos capacitará para comunicar nuestros valores interiores al mundo por medio de nuestro apostolado. La gente necesita ver grupos de personas motivadas por el Evangelio y su amor a Dios y de los unos por los otros, que vivan de tal modo que la soledad y la alineación queden desterradas. De este modo, la vida de comunidad adquiere también un sentido apostólico.

           

2. Presentación del tema.

 

¿Tiene algo que decir nuestro voto de pobreza a la gente?

 

¿Cómo percibe la gente nuestro voto de pobreza o de comunión de bienes? Muchas veces se oye decir entre el clero diocesano que nosotros los religiosos hacemos el voto de pobreza, pero que son ellos los que lo guardan. ¿Qué hay a la raíz de este mal entendido y el que muchos laicos expresan también? Seguramente es un error de no saber de que trata el voto de pobreza y seguramente es nuestra la culpa de que no hemos sabido aclarar bien las cosas. Pero también es culpa de esa palabra “pobreza”, que engaña muy fácilmente. Seguramente que la gente entendería mucho mejor “compartir en común” o “comunión de bienes”, que es en realidad lo que nosotros los agustinos profesamos.

 

Debido a estas malas interpretaciones, tenemos que preguntarnos: ¿qué dice actualmente a la gente nuestro voto de pobreza o de compartir, y qué debería decir este voto? Puesto que nuestro voto ha de tener un valor profético poderoso en una sociedad donde la adquisición del dinero -¡más y más dinero!- es mirada como la meta suprema a alcanzar, no podemos permitir que nuestro voto no sea bien explicado y comprendido. Reflexionemos en lo que este voto hace por nosotros: nos permite vivir juntos sin recelos envidia a causa de diferenes condiciones económicas; establece nuevas relaciones entre nosotros, porque no hay ni rico ni pobre, y ninguno es empleado o empresario: todos estamos en el mismo nivel en este respecto. Promueve adempas una nueva actitud hacia los bienes materiales y su administración. Aunque necesitamos los bienes materiales para alcanzar nuestras metas como comunidad y como apóstoles, no permitimos que estas cosas impidan la búsqueda de valores más altos, sino más bien los usamos para promover estos valores.

 

En nuestra sociedad el individuo se aprecia con frecuencia solamente por lo que hace y por lo que tiene, consume, o contribuye al mercado. Nuestro voto de pobreza debe mandar un mensaje distinto. No es lo que hacemos lo que nos hace importantes, sino quiénes somos: hijos de Dios, templos del Espíritu Santo, e igualmente dependientes unos de otros, porque estamos dotados de talentos distintos y complementarios. Mientras que tenemos que ganar el pan con el sudor de la frente como los demás, nuestra meta no es ganar más bienes para nosotros, sino poder donar de mayor buen grado a los otros: material, espiritual, intelectual y culturalmente. Nuestra sencillez de vida, nuestro desprendimiento del constante deseo de la sociedad por acumular más bienes materiales, y nuestra generosidad para con los demás, por el don de nosotros mismos y de nuestros talentos, deberían ser un desafío a los ricos y una esperanza para los pobres.

 

Bien sabemos que el mundo en que vivimos obra con criterios muy distintos a los de Jesús. En nuestro mundo y en nuestras sociedades contemporáneas las relaciones son frecuentemente motivadas por el egoísmo y el individualismo, que niegan el sentido de comunidad y el amor entre los hombres. Como se ve fácilmente, esto va contra toda la enseñanza de Jesús y contra su reflejo en el principio fundamental establecido por Agustín en el capítulo quinto de la Regla: “la caridad... se entiende así: que antepone las cosas de la Comunidad a las propias y no las propias a las comunes” (5,2).

 

Es por esto que nuestra comunidad agustiniana puede y tiene que convertirse en alternativa de comunidad con miras a la renovación de la sociedad. Los principios que gobiernan nuestras comunidades dan lugar a otro tipo de relaciones humanas, basadas en la dignidad del individuo y en la primacía del amor. Además, Agustín huye a cualquier extremismo, sea en lo que se refiere a la pobreza, sea en la manera de tratar con el individuo como miembro de la comunidad. Él siempre busca el equilibrio en todo lo que propone para este tipo de vida.

 

Con su forma particular de vida religiosa, Agustín desafió a la sociedad de su tiempo, donde existían muchas y graves diferencias entre ricos y pobres. Estableció una fraternidad y una igualdad entre hombres de las más variadas condiciones, y con sus principios hizo posible que ellos vivieran en armonía. Él había querido que sus comunidades fueran unas mini-iglesias, modelos para otras comunidades cristianas. Nuestras comunidades, ¿son así aún hoy? ¿Ofrecen un aliento y una esperanza a otros de que las cosas pueden mejorarse. Tenemos que contribuir, con el testimonio de nuestra vida y con nuestros gestos a la causa -humana y divina- de la libertad y la fraternidad (cf. Documento del CGI ’98, n.5).

 

3. Oigamos lo que nos dice nuestro Padre San Agustín, en algunos párrafos de su Sermón 356:

 

                                       DEL SERMÓN 356

                  Sobre la vida y costumbres de sus clérigos

 

Hoy hemos de hablar sobre nosotros mismos, porque, al decir del Apóstol: "Se nos ha hecho servir de espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres" (1Cor 4,9). Los que bien nos quieren desean hallar en nosotros motivos de alabanza; los que nos aborrecen, algo de qué murmurar. Colocados entre estos dos extremos, nuestra obligación está en mirar, con la ayuda de Dios, en tal modo por nuestra vida y fama, que no tengan los que nos aman por qué avergonzarse de nosotros delante de nuestros detractores.

 

Muchos de ustedes conocen ya por las Sagradas Escrituras el género de vida que deseamos adoptar y cómo, por la gracia de Dios, vivimos ahora. Con todo, para recordárselo, va a leerse el pasaje de los Hechos de los Apóstoles donde se pinta el modo de vivir que deseamos poner en práctica. Pongan gran atención a la lectura, a fin de que yo después, con la gracia del cielo, pueda responder a sus deseos, haciéndoles conocer todo mi pensamiento. (Aquí el diácono Lázaro leyó lo siguiente): "Acabada esta oración tembló el lugar donde estaban congregados, y todos se sintieron llenos del Espíritu Santo, y anunciaban con firmeza la palabra de Dios. Toda la multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma, y no había entre ellos quien considerase como suyo lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Los apóstoles, con gran valor, daban testimonio de la resurrección de Jesucristo Señor nuestro, y en todos los fieles resplandecía la gracia con abundancia. Así es que no había entre ellos persona necesitada, pues todos los que tenían posesiones o casas, vendiéndolas, traían el precio de ellas y lo ponían a los pies de los Apóstoles, el cual después se distribuía según la necesidad de cada uno" (Hch 4,31ss). (Después de que el diácono Lázaro hubo leído lo anterior y entregado el libro al obispo, añadió Agustín): También yo quiero leer. Me agrada más ser lector de esta palabra que explicarles la mía. (Agustín repite, palabra por palabra todo el testimonio leído por Lázaro, y después el obispo continuó del modo siguiente): Han oído lo que queremos, rueguen para que Dios nos haga capaces de ello. [...]

 

Y si algún amigo nuestro y amigo de nuestro vivir nos loase delante de quien no nos mira diciendo: "Los que viven con Agustín viven como vivían aquellos cristianos de que se habla en los Hechos de los Apóstoles", el detractor, moviendo la cabeza y enseñando los dientes, diría: "¿De veras se vive aquí según dices? Mentira! ¿Por qué honrar a estos indignos con inmerecidas alabanzas? ¿No es cierto que un cierto presbítero, miembro de la comunidad esa, hizo testamento y lo que tenía lo dejó a quien le plugo, y dispuso de ello a su albedrío? ¿Es que allí no son todas las cosas comunes? ¿No es cierto que entre ellos ninguno llama suya a ninguna cosa? [...]

 

Réstame hablar de los presbíteros; he querido acercarme a ellos como por grados. Lo diré en dos palabras: son pobres de Dios, y nada trajeron a nuestra comunidad, fuera de la caridad, cuyo precio no sufre comparaciones. Mas como sé que se ha hablado de las riquezas que tienen, yo debo no forzarlos al sacrificio, sino justificarlos en este momento ante los ojos de ustedes. [...]

 

Después del sermón presente, los hombres hablarán. Pero sea cualquiera el viento que sople, algo ha de llegar a mis oídos. Y si lo que digan fuere tal que mereciera volviésemos a sincerarnos, yo responderé a los detractores, yo responderé a los maldicientes, responderé a los que rehúsan creer a su prelado, y les responderé lo que pueda, lo que Dios me inspire, pero ahora no es menester, porque tal vez no digan nada. Los que nos aman darán libre curso a su alegría, y los que nos aborrecen se dolerán en silencio. Pero si dan riendas a la lengua, oirán, Dios mediante, no mi acusación, sino una simple respuesta. Porque no he de nombrar a nadie, ni voy a decir: "Fulano dijo esto, Zutano dijo lo otro", y más, que bien pudiera ocurrir no ser cierto lo que me digan. Con todo, cualesquiera sean las acusaciones, yo he de comunicárselas. Quiero que nuestra vida sea manifiesta a todo el mundo, pues no se me oculta que, buscando algunos canonizar su conducta desarreglada, andan a caza de los ejemplos de quienes viven malamente, y aún los infaman para fingir que no les faltan compañeros de vicio. Por eso, hemos hecho lo que debíamos hacer, y no podemos hacer más. Nuestra vida corre ante los ojos de ustedes y no queremos de ustedes sino sus buenas obras.

 

Todavía quiero darles un aviso, hermanos míos, y es que, si quieren dar alguna cosa a mis clérigos, sepan que es un deber de ustedes no fomentar en ellos viciosas inclinaciones contra mí. Ofrezcan lo que quieran y ofrézcanlo libremente. Lo que sea del fondo común será distribuido a cada cual según sus necesidades. Miren al tesoro de la comunidad, y todos tendremos nuestra parte. Me agrada en gran manera que si ese fondo común es algo así como el pesebre de todos, todos nosotros seamos bien como las bestias de carga del Señor, y ustedes el campo de Dios. Que nadie dé vestido ni túnica de lino, ni otra cosa alguna, si no es para la comunidad; porque del fondo común tomo yo mismo lo que necesito; quiero que todo lo mío sea del común. No quiero que me traiga nadie nada que sólo yo pueda usar, v.gr.: un vestido de valor, el cual dirá, quizá, que va muy bien con la dignidad del obispo, pero dice mal con Agustín, que es pobre e hijo de pobres. Porque después han de decir las gentes que gasto vestidos tales como no hubiera podido gastarlos en casa de mis padres, o en mi antigua profesión secular. No conviene. Yo no debo llevar vestido que no pueda dar a un presbítero, a un diácono, a un subdiácono, si tuviera de él necesidad. Aquello, pues, que puede llevar decorosamente un presbítero, un diácono, o un subdiácono, sólo eso quiero recibir, porque recibo para el común. Si acontece que alguien me de una cosa mejor, suelo venderla, para que si el vestido no puede ser común, lo sea el precio del vestido. Lo vendo y lo doy a los pobres. Si se desea que lo lleve yo mismo, déseme tal que no me abochorne; porque, se lo digo con sinceridad, un vestido precioso me da rubor el usarlo, por que no dice bien con mi profesión, ni con mis enseñanzas, ni con mis miembros, ni con mis canas. [...]

 

Lo digo, y ya lo han oído, y lo han oído todos: el que quiera tener propio y vivir de él, y obrar contra nuestra regla, no es mucho le diga que no permanecerá entre nosotros; le digo que ni clérigo será. Les había dicho, y lo recuerdo muy bien, que a los que no quisieran vivir con nosotros en común, no les quitaba ni el título ni los privilegios de los clérigos, a condición de que viviesen aparte, y sirviendo a Dios como Dios les dé a entender; pero les expuse lo malo que es ser infiel a su propósito. Preferí tenerlos cojos a llorarlos muertos; el hipócrita está muerto. Lo mismo, pues, que antes dije que si alguien deseaba vivir aparte en el disfrute de sus bienes, yo no le privaría del título de clérigo, así ahora que, por la gracia de Dios, han todos escogido esta vida común, si encuentro uno solo que, bajo el manto de la hipocresía, tenga alguna cosa en calidad de propia, no sólo no lo dejaré hacer testamento, sino que le borraré del número de los clérigos. Apele contra mí a cien concilios, cruce el mar para combatirme y vaya donde quiera, que así Dios me ayude, él no ha de ser clérigo en donde yo sea obispo. Ya lo han oído; todos lo han oído. Pero yo espero de Dios y de su misericordia que todos observarán sincera y fielmente la regla que han abrazado con tanta alegría.

 

4. Momento de reflexión personal.

 

5. Compartir en grupos las siguientes preguntas:

 

5        ¿Es nuestro voto de pobreza un signo profético percibido en nuestras sociedades?

6        ¿Existen en nuestras comunidades diferencias entre ricos y pobres, como signo de contradicción de nuestra espiritualidad?

7        ¿Podemos favorecer la búsqueda de la justicia y la paz en el mundo, si éstas no reinan en nuestras comunidades?

8        Nuestras comunidades ¿siguen siendo lo que Agustín quiso, de modo que puedan ofrecer un aliento y una esperanza al mundo de que las cosas pueden ser diferentes y mejores?

9        ¿Qué podemos hacer, a nivel personal y comunitario, para que nuestro voto de pobreza sea comprendido adecuadamente por nuestro mundo?

 

6. Compartir con todos los participantes las repuestas dadas a las preguntas anteriores, presentando propuestas que ayuden a vivir mejor este voto..

 

7. Terminar con la oración por la revitalización de la Orden en América Latina.