Un maestro que no tenga rastro alguno de agresividad. Que jamás
ataque a sus alumnos, que nunca se burle de ellos, que sea admirado por
respeto al más pequeño, al más olvidado… que trate al último como al
primero.
Un maestro fuerte éticamente. Un hombre que con su ejemplo de
vida ya es maestro.
Un maestro que se esfuerza continuamente para vivir en la
coherencia con los valores evangélicos. Con una claridad de pertenencia
eclesial; por lo tanto, una actitud continua de conversión al proyecto de
liberación humana-cristiana.