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ENCUENTRO CONTINENTAL DE EDUCADORES AGUSTINIANOS

“EDUCACIÓN AGUSTINIANA Y PROYECTO PASTORAL”

TRUJILLO, PERÚ – ENERO 2010


Francisco Galende, OSA


Tema 2.- LÍNEAS BÁSICAS
DE LA ANTROPOLOGÍA Y PEDAGOGÍA AGUSTINIANAS

Toda Pedagogía Educativa se sustenta en una determinada Antropología. Es decir, en un determinado concepto y valoración del ser humano, en respuesta a preguntas como éstas:
● ¿Qué es, en realidad, un ser humano?
● ¿En qué se fundamenta su valor y dignidad?
● ¿Por qué yo debo respetar y valorar a todo ser humano?
● Si el ser humano es evolutivo, ¿cuál habría de ser la meta
ideal de su proceso evolutivo de humanización?

Asistimos hoy a una manifiesta confrontación en los modos de entender la orientación educativa. Y no es extraño. Porque toda educación se sustenta en una determinada antropología. Y se han acentuado las tensiones entre modos muy dispares, y aun irreconciliables, de pensar y valorar al hombre; y de entender el origen, significado y destino de su vida.

Como consecuencia, se declara, se escribe y se reclama, más y más, tanto en el campo educativo como fuera de él, que la Educación está en crisis manifiesta. El psiquiatra brasileño, Augusto Jorge Cury, lo experimenta en su mismo consultorio y declara: “La educación está muriendo. La educación moderna está en proceso de decadencia en todo el mundo… No por culpa de los educadores, ni por falta de límites de los hijos, impuestos por los padres, sino por un problema más grave, que está ocurriendo entre los bastidores de la mente humana, y los científicos sociales y los investigadores de la psicología no están comprendiendo….Los conflictos de las aulas están llevando a los profesores a enfermarse colectivamente en todo el mundo… Infortunadamente, casi nadie valora ya a los educadores. Sin embargo,…ellos educan al ser humano para que no tenga trastornos psíquicos, ni se siente en los bancos de los reos. Los profesores, aunque sean subestimados, son los fundamentos de la sociedad” (Augusto J.Cury, El Maestro del Amor, Bogotá 2003, pp. 33-34).

Tanto en el campo social como en el educativo, trabajamos con frecuencia con simples «fragmentos», sin un Proyecto Antropológico unitario, coherente y convincente. Y vamos inevitablemente a la deriva. Abordamos aquí el tema, poniendo en primer plano el Proyecto Antropológico de Agustín de Hipona.

A.-LA ANTROPOLOGÍA AGUSTINIANA

San Agustín es una personalidad peculiar. Porque su visión del hombre y de la vida no es el resultado de una educación condicionante, sino de una larga búsqueda personal que perduró a lo largo de sus primeros 32 años de vida.

Vivió una larga etapa de su vida centrado en sus intereses personales, en el logro del dinero, el poder y el prestigio, con la libre satisfacción de sus apetitos, particularmente el sexual. Fue por 13 años, un educador académicamente exitoso (logró la máxima cátedra imperial, como educador), pero con repetidas frustraciones: En su cátedra de Retórica en Cartago.

Mucho antes de interesarse y adherirse al Proyecto Cristiano de Existencia, fue un inquieto y persistente buscador, de respuestas convincentes a las cuestiones antropológicas fundamentales por la vía de la razón:
● ¿Quién soy yo? ¿Qué es realmente el ser humano?
● ¿Cuál es la verdad del mundo, del hombre y de la vida?
● ¿Cómo vivir la propia existencia inteligente y sabiamente, más bien que neciamente?
● ¿Cuál habrá de ser el camino y los medios para alcanzar aquello a que todo ser humano aspira: ¡ser feliz!

Y Aurelio Agustín de Tagaste lo probó todo:
● Puso sus miras en el logro del prestigio y del dinero. Y lo logró en alto grado, como profesor de Retórica, y alcanzó la primera cátedra imperial. Pero no sin profundas frustraciones: Primero en Cartago, por la indisciplina y libertinaje de sus alumnos; luego en Roma, porque muchos de ellos jugaban vivo para, a final de curso, no pagarle.
● Buscó el máximo placer, en la sexualidad sin restricciones, que no llegó a llenar su vacío existencial.
● Abrazó las doctrinas maniqueas que, al fin, le decepcionaron.
● Se adhirió a la Astrología, que terminó así mismo en desencanto.
● Finalmente terminó escéptico de todo y de todos.

Cuando, después de una larga trayectoria de búsqueda, conoce, por diversos caminos y mediaciones, el Proyecto Cristiano, encuentra en él, con claridad meridiana, las respuestas más convincentes a sus interrogantes. Y lo abraza con pasión.

Más tarde delineará una definida y bien fundamentada Antropología Humano-Cristiana, simultáneamente desde las luces de su fe, desde la razón y desde su larga experiencia. Por detrás de toda educación hay siempre una determinada Antropología. Sintetizamos aquí los siete pilares antropológicos, que sienta Agustín:

1.- El principio del valor y dignidad del ser humano

El valor y dignidad de un ser humano no se fundamenta en lo que es, en un momento dado; sino en lo que está potenciado para ser y llamado a ser. Ningún ser humano llega a este mundo como un «vacío existencial», sino como un “potencial latente”, de posibilidades y valores, listos para emerger en un proceso gradual.

Para Agustín, el ser humano, en cuanto tal, es el valor número uno, incuestionable, entre todos los valores de la existencia humana. Es la «obra maestra» de la Creación: “EI hombre mismo es un milagro más grande que todos los milagros hechos por el hombre” (Cidi X, 12).

Desde la definición aristotélica del hombre –“Animal Racional”-, Agustín subraya la inconmensurable distancia que separa al hombre de la animalidad: “Te distingues del animal por la inteligencia. No te gloríes de otra cosa. ¿Presumes de tus fuerzas? Las bestias te aventajan. ¿Presumes de velocidad? Hasta las moscas son más veloces. ¿Presumes de hermosura? ¡Cuánta hermosura no hay en las plumas de un pavo real! ¿Por qué tú eres mejor? Por la imagen de Dios. ¿Y dónde está la imagen de Dios? En la mente, en la inteligencia. (Jo.Ev.Tr. 3,4)

En efecto, Agustín se manifiesta un eminente psicólogo al radiografiar la interioridad humana y constatar en ella, con sorpresa, que la afirmación del Génesis de que Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza”, no es una simple creencia sino un hecho constatado:
● El ser humano está constituido interiormente por una triple y armónica realidad: “ES-CONOCE QUE ES- AMA EL HECHO SE SER Y CONOCER” (cf. De Trin. XIII, 11,12), cualidades que, en la revelación cristiana, se atribuyen al Padre, al Hijo y al Espíritu, respectivamente.
● En otras palabras, está dotado de “Inteligencia-Creatividad-Amor”. Y lleva en su interior la llamada, el apremio y la aspiración indeclinable al bien y a la felicidad en plenitud.
● Como ser social, que es, el ser humano encuentra su plenitud cuando se armonizan tres elementos indisociables:”EL QUE AMA, EL AMADO Y EL AMOR” (De Trin. IX,2,2). No hay amante sin amado y sin amor; no hay amado sin amor y sin amante; no hay amor sin amante y sin amado. La armonía entre estos tres elementos es comunión, y en ella, felicidad. La disociación de los mismos es conflicto y sufrimiento.
● En la visión de trascendencia, el valor esencial de todos los humanos radica en la igual nobleza de su común origen y destino trascendentes.

2.- El principio de la doble dimensión del hombre-

El ser humano no es un «todo» homogéneo. Está constituido de una doble dimensión fundamental, de dinamismos muy diferentes, que ha recibido diferentes nombres a lo largo de la historia: Animal Racional; Cuerpo y Alma; Carne y Espíritu u Hombre Interior y Hombre Exterior (S.Pablo); Razón Inferior y Razón Superior (S.Agustín); Consciente e Inconsciente (psicologías académicas); Yo Personal y Yo Transpersonal (psicologías humanísticas), etc. En pocas palabras, dimensión instintiva y dimensión racional.

Ambas dimensiones está llamadas a constituir una unidad armónica, pero sin marginar sus diferencias. La dimensión inferior, afirma Agustín, está constituida por “todo aquello que tenemos en común con los animales”: instintos, sensaciones, apetencias, recuerdos, reacciones y emociones. La dimensión superior es Razón, Inteligencia, Conciencia y Sensibilidad. Lo más noble del hombre es la razón (cf. Contra Acad.I, 2,5; III, 12,27; Conf. XIII,8,9). Y es la razón, no sus instintos, la que humaniza al hombre. Y “la razón comienza allí donde empezamos a descubrir lo que nos diferencia de los animales” (De Trin. XII, 8, 13).

“La función de la razón es regir; la del cuerpo es ser regido” (In Jo. Ev., 2,14). Los instintos, apetencias, sensaciones, recuerdos, reacciones y emociones necesitan ser sabiamente gobernados para hacerlos constructivos. La razón es el conductor que conoce el correcto rumbo y visualiza el puerto. La experiencia de un buen navegante, comenta Agustín, es inútil si no conoce el rumbo. Todos preferimos un navegante, quizá no muy experto, pero que nos lleve al puerto de destino, que a otro que navega muy bien, pero sin rumbo (cf. In ps. 31,2,2).

Este principio es hoy particularmente relevante, porque se pretende convencer que es bueno y sano «dar al cuerpo lo que pida el cuerpo». Recientemente se pretendido, en varios países, implantar, en las escuelas, un proyecto de educación sexual, en el que se adiestre detalladamente a los niños en el manejo de su sexualidad, incluso la masturbación, la homosexualidad, el lesbianismo, la sodomía, el trasvestismo y demás, considerados como simples diferencias de identidad cultural, igualmente respetables. Y para fundamentarlo se añade en el texto: “¿Sabía usted que la naturaleza ha favorecido a que algunos animales cambien de trajes e imiten al sexo opuesto? Existen peces, escarabajos y serpientes travestis”.
 Y comentamos: ¿¡Será que ahora los modelos ideales para avanzar hacia una plena humanización del hombre, habrán de ser los animales!? Agustín afirma: “El vivir de los animales se reduce a esto: buscar los placeres del cuerpo y evitar lo que les molesta” (Lib.Alb. I, 8,18). ¿Habrá de ser éste el ideal supremo de los seres humanos? El referente para la humanización del hombre no es la “naturaleza” a secas; sino la “naturaleza racional”, que le define.

3.- El principio de la doble condición de todo ser humano: Individual y Social.

Cada ser humano es un ser individual (persona), con autodeterminación y libertad. Pero, al mismo tiempo, un “ser social”, hecho para realizarse en comunión y no aisladamente.

El ser humano es “Sociable por naturaleza”, declara Agustín (Del Bien del Matrimonio, 1,1. El Orden, II, 12, 35.). Es sustancialmente “sociable”, de tal modo que “Todos necesitamos de los demás para ser nosotros mismos”(In ps. 125,13), “Ninguna especie viviente hay tan sociable por naturaleza como el hombre; pero ninguna tan dada a la discordia en su degradación” (Ciudad D., 12,27,1).

Esta doble condición humana ha sido universalmente admitida. Pero Agustín mismo admite que su enunciado es ambiguo. Su expresión de que “todos necesitamos de los demás para ser nosotros mismos”, la suscribiría cordialmente también:
 El egoísta, que necesita otros muchos que estén a su servicio;
 El tirano, que no podría serlo sin tener a quienes dominar y subyugar.
 El delincuente, que necesita poseedores a quienes poder asaltar.

Y Agustín concluye: “Muchos quieren a los demás, como los golosos a los tordos (o como el gato a los ratones): ¡Para comérselos!” (Com.primera Carta de S.Juan, 8,5). En el mismo sentido, Erich Fromm definió el falso amor con la expresión: “Te quiero, porque te necesito”, opuesto al “Te necesito porque te quiero”.

El verdadero sentido de esta doble condición del ser humano está en la insoslayable unidad existente entre persona y sociedad:

La cuestión tiene particular relevancia en la Educación. Hablamos comúnmente de la necesaria correlación que ha de existir entre “derechos y deberes”. Los derechos apuntan enfáticamente a los legítimos intereses personales, que en la tarea educativa no son tan relevantes, porque todos tendemos a defenderlos instintivamente. El caballo de batalla de la educación son los “deberes”, porque perdemos fácilmente de vista que los propios intereses (llamémoslos “derechos”), sin el debido control, entran en conflicto con los derechos de los demás. Y, si los demás hacen lo mismo, yo mismo termino siendo víctima.

Queda, sin embargo, una meta mucho más elevada, y enfáticamente cristiana: Que hay más alegría en dar que en recibir; en hacer felices a otros, que en buscar la propia felicidad. Multitud de seres humanos encontraron su gozo y plenitud en gastar su vida en la entrega a los demás, con notable olvido de sí mismos y sus propios gustos e intereses: “El hombre se hace feliz en la misma medida en que se hace bueno”, declara Agustín (Carta 130, 2,3).

4.- El Principio de la Trascendencia

El ser humano no tiene la razón de ser en sí mismo. Es lo que es porque lo ha recibido. Y si en él hay una inteligencia, una consciencia interrogativa, una capacidad de amar, ha de haberlas recibido de quien las tiene por sí mismo, porque nadie da lo que no tiene.

El ser humano es un “ser“ por participación” de quien posee sus mismas cualidades en plenitud. Es decir, de una «Inteligencia-Fuente»; de una «Conciencia-Fuente»; de una «Fuerza Creadora-Fuente»; de un “Bien-Fuente»;. de un «Amor Fuente» que, generalizadamente llamamos Dios. Un Dios que no puede ser la materia inerte y bruta, que es “algo”; porque allí donde encontramos una conciencia o inteligencia, hay de por medio un “Alguien”.

En consecuencia, sólo en esa «Inteligencia-Fuente”, podemos encontrar la razón y el sentido de nuestra existencia; el por qué y el para qué de nuestro vivir. Sin ese referente, todo se vuelve contradictorio, como declara Agustín

“¿Qué hombre puede vivir como quiere si el mismo vivir no está en su poder? Quiere vivir, pero se ve forzado a morir. ¿Cómo, pues, puede vivir como quiere quien no vive hasta cuando quiere?” (Ciud. De D. 14,25).

Por otra parte, sigue diciendo Agustín, es un hecho que “Los hombres están ávidos de divinidad”.- Carta 137, 3,12).- O la encuentran en el Dios que los creó, o bien, endiosan cualquier cosa, o se endiosan a sí mismos. Algo similar declaró uno de los reconocidos pensadores de nuestro tiempo; el psiquiatra Eric Fromm: “Todo ser humano necesita un marco de orientación y un objeto de devoción”. Es decir, de un Valor Absoluto y firme, en torno al cual construir su vida. Y éste Valor será Dios, o será un ídolo. “¡Qué grande es Dios –exclama Agustín-, que llega hasta hacer dioses (de los hombres)! Y ¿cuáles son los dioses que hace el hombre? No hay cosa más grande que Dios haciendo dioses, ni más insignificante que los dioses hechos por el hombre. (In ps. 94.6)

En esta visión de trascendencia, es donde adquiere su máximo significado lo que llamamos la «Conciencia»; en la que el ser humano encuentra la razón y motivación de sus opciones, y el fundamento de su paz y su esperanza. Y no ya en la justicia, los juicios y los comportamientos ajenos. La conciencia trascendente es libre e invulnerable: “El que quiere matarte, sólo podrá matar tu cuerpo, pero no tu conciencia (tu alma) Ésta sólo la puedes matar tú” (In ´ps. 79,13). Si eres hombre de conciencia, sigue diciendo Agustín, “Tu esperanza no depende de mi, ni el ser bueno tú depende de lo que yo sea. Piensa sobre Agustín lo que quieras. A mi me basta con que mi conciencia no me acuse ante Dios” (Respuesta al maniqueo Secundino, 1). Es decir, a fin de cuentas, “¡Todo queda entre Dios y yo!”.

Sin conciencia trascendente, el ser humano se torna extremadamente vulnerable; porque su suerte depende únicamente de lo que los avatares de la vida y de lo que los demás sean para él. Por ello, el hombre sin conciencia tiende a ser amargado y agresivo frente a aquello, o aquellos, que ve como una amenaza a sus ideas, anhelos e intereses. Y advierte Agustín: “Por dos cosas están en peligro los hombres: por la falsa esperanza y por la desesperación.- In Jo.Ev. 33,8).

Y desde la serenidad y estabilidad interiores, que ahora ha encontrado, Agustín recuerda su azaroso camino de juventud y exclama: “Me alejé de ti y anduve errante, oh Dios, muy fuera del camino de tu estabilidad, allá en mi adolescencia, y llegué a ser para mí región desértica” (Conf. II, 10,18). “¡Qué pena apegarse a las cosas porque son buenas; y no amar al Bien que las hace buenas!... En la medida en que te apartas del Bien-Fuente dejas de ser bueno” (De Trin. VIII, 3,5).

Sin la referencia a Dios, no hay justicia posible entre los hombres, afirma Agustín (De 84 Div. Cuestiones, 31,1).
Si el camino de nuestra vida no es el de Dios, sino el nuestro, ciertamente será torcido (De Natura et Gratia, 31,35).

5.- El principio procesual- evolutivo

El hombre no es un ser ya hecho y acabado, en ningún momento dado, sino un «ser en creación». La vida espiritual sigue un proceso evolutivo paralelo al de la vida biológica : El hombre interior "tiene también, a su manera, algunas edades espirituales ,que no se cuentan por años, sino por los progresos que el espíritu realiza..."(De Vera Rel.26,49). Y el educador ha de saber ubicarse y adaptarse a la etapa evolutiva de cada educando.

En la misión educativa:
“A la buena disciplina toca ir por grados” (Sol. I, 13,23). Implica tener fe en el educando y sus posibilidades, porque “cuando un ser se corrompe, hay en él un bien que se corrompe; y mientras no deja de corromperse, no está despojado de todo bien” (Ench.12,4). “De nadie hay que desesperar mientras viva” (In ps. 36,2,11).

Muchos siglos antes de que apareciera el que hoy llamamos “Evolucionismo Científico”, San Agustín había sentado su tesis de las “Rationes Seminales”: Dios creó al hombre en “semilla”, para que evolucionase en el decurso de los tiempos.

Más allá de una lectura literalista del Génesis, él declara: "Cuando Dios hizo al mismo tiempo todas las cosas, entre ellas también hizo al hombre en estado latente, como fue hecho el heno de la tierra antes de nacer (…)"Aquellas primeras obras de Dios, creadas simultáneamente… quedaron, en cierto modo, terminadas, y en otro modo, iniciadas. , Terminadas, porque nada hay en sus naturalezas que no haya sido ya hecho causalmente en ellas. Iniciadas, porque eran como ciertas semillas de los seres futuros, que habían de aparecer en sus convenientes lugares, en el decurso del tiempo, saliendo del estado latente al manifiesto" (El Génesis a la letra. VI,1,1 y 11,18)..

Significa que el hombre no es un ser ya hecho y acabado, en ningún momento dado, sino un «ser en creación». La vida espiritual sigue un proceso evolutivo paralelo al de la vida biológica : El hombre interior "tiene también, a su manera, algunas edades espirituales ,que no se cuentan por años, sino por los progresos que el espíritu realiza..."(De Vera Rel.26,49). Y el educador ha de saber ubicarse y adaptarse a la etapa evolutiva de cada educando.

Por supuesto, la evolución de que habla San Agustín no es simplemente en conocimientos, creatividad y artefactos, como enfatiza el evolucionismo científico; sino ante todo en “humanización”: en valores humanos. Y Agustín hace patente que la especie humana ha experimentado un proceso de desarrollo similar al de todo individuo que viene a este mundo, y en el que distingue siete etapas fundamentales:
1.-Infancia, 2.-puericia, 3.-adolescencia, 4.-juventud, 5.-edad madura; 6.-vejez y 7.- senectud.

Tanto los grandes maestros de la vida espiritual, como posteriormente las Psicologías humanísticas, han ofrecido diversos modelos de desarrollo espiritual y humano, casi siempre en siete u ocho etapas. San Agustín ofrece así mismo no menos de siete modelos de procesualidad humana, que sería aquí muy largo de exponer (Cfr. De quantitate animae, 33, 70-76; 35,79; De Vera Rel. 26,49; Sermón del M. I, 4,11; Doc II,7). Todos ellos responden a este patrón fundamental: 1.-Instinto.- 2.- Sentidos.- 3.- Razón inferior (intelecto); 4.- Voluntad; 5.- Razón superior (inteligencia); 6.- Trascendencia; 7.- Sentido de unidad y comunión.

6.- El principio de la autodeterminación y libertad

La autenticidad de cada ser humano está en su propio interior. Y su interioridad está exclusivamente en sus manos, a resguardo de lo que lo demás y los demás sean con él: “Dentro del corazón soy lo que soy” (Conf.X,3,4).


El hombre se humaniza en la medida en que desarrolla su auténtica libertad, y con ella el protagonismo de su vida. Porque “nadie es bueno, aunque sea bueno lo que hace, si lo hace por la fuerza” (Conf.I,12,19).

Objetivo primordial de la Educación es el cultivo de esa verdadera libertad, opuesta al libertinaje. Implica el pleno señorío de sí mismo. Porque:
► “Somos libres cuando somos dueños de la propia voluntad” (De Lib. Arb. III,3,8).
► “Tanto más libre es un hombre cuanto más sana es su libre voluntad” (Carta 157,8).

Sin embargo, cuando esa libertad se orienta, no a expresar y vivir lo mejor y más noble que hay en sí mismo, sino al mal propio o ajeno, se ha convertido en esclavitud de los propios instintos, apetencias, vicios o descontroles. En otras palabras, se ha convertido en «libertinaje».

Socialmente, la libertad personal termina allí donde empieza a vulnerarse la legítima libertad de los demás. Todo derecho conlleva un deber limitante. La propia libertad implica, por ello, el señorío del propio mundo interior. Agustín insiste: “Somos libres cuando somos dueños de la propia voluntad” (De Lib.Arb. III,3,8). “Tanto más libre es un hombre cuanto más sana es su libre voluntad” (Carta 157,8).

La utopía democrática de una «convivencia humana pacífica», no se logrará jamás con seres humanos libertinos sin control; por seres humanos que pretenden dominar el mundo, antes de haber aprendido a dominarse a sí mismos y a fijarse limitaciones en sus intereses y derechos personales.

7.- El principio de interioridad

La autenticidad de cada ser humano está en su propio interior. Y su interioridad está exclusivamente en sus manos, a resguardo de lo que lo demás y los demás sean con él: “Dentro del corazón soy lo que soy” (Conf.X,3,4).

Objetivo fundamental de toda verdadera educación es, por ello, no limitarse a trasmitir conocimientos y habilidades, sino forjar convicciones firmes y bien fundamentadas, urgiendo al educando, no sólo a “aprender”, sino a “comprender”.

La propia comprensión y descubrimiento –dice Agustín- “es sinónimo de «engendrar»; es como si tú mismo hubieras dado a luz lo que has encontrado” (Trin. IX, 12,18): es algo tuyo; pasa a formar parte de tu vida misma. Por ello:

“No te desparrames fuera; entra dentro de ti mismo: en el hombre interior reside la verdad” (De Vera Rel. 39,72).- “Dentro del corazón soy lo que soy” (Conf. X, 3,4).

El principio de la interioridad es uno de los más característicos de la personalidad de Agustín, y particularmente determinante de todo su itinerario espiritual y humano. Ya desde muy joven soñó con los grandes ideales de la felicidad, la verdad, la sabiduría, la paz, percibidos muy lejanos. Pero no tardó en descubrir que había que empezar por dentro: Antes de encontrar la Verdad ideal de lo que debería ser, es preciso conocer la verdad de “lo que está siendo”, en su propio mundo interior. Porque “todo lo que está siendo tiene su verdad” (Sol. II,5,8). ¡La verdad del que roba es que es un ladrón! Y resonó en sus oídos el viejo aforismo griego: “Conócete a ti mismo”.

Es el método específicamente médico. El Doctor está supuestamente interesado en la salud de sus pacientes. Pero comienza radiografiando sus enfermedades, buscando el verdadero diagnóstico. Por ahí hay que empezar.

Agustín, en efecto, centra su atención e interés en conocer su propia verdad personal, blanca o negra, ante la cuestión del “¿¡Qué soy yo, en realidad; cuál es mi naturaleza!?” (Conf. X, 17,26). Y lo primero que encuentra son contradicciones e incoherencias entre lo que, en el fondo de su ser, anhela y los rumbos que emprende. Y este descubrimiento desbloqueará posibilidades latentes para el “trasciéndete a ti mismo” (De Vera Rel. 39,72).

El método de la interioridad marcará notablemente la pedagogía agustiniana en la educación. Señalamos algunos aspectos:



Los maestros exteriores y el “Maestro Interior”
En pura realidad, no son los maestros los que enseñan. El alumno sólo aprende en la medida en que comprende. Y comprende desde la propia luz interior, que llamamos comúnmente razón, inteligencia o conciencia. A esa luz interior, la llama Agustín el “Maestro Interior” que, en la perspectiva cristiana y citando a San Juan, identifica con "Luz del Verbo de Dios, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Juan, 1, 9), y se encarnó en Jesucristo.

Y Agustín concluye: Las palabras no hacen otra cosa que incitar al alumno a que aprenda" (Ibid. XIV,46). "El maestro está dentro: lo que enseñan los maestros desde fuera no son sino ayudas y amonestaciones" (In Ep. Jo, III,13). Y personalmente encarece a sus educandos: "No quisiera que nadie se adhiriese a mi enseñanza para ser mi seguidor, a no ser en aquello que él mismo descubre que no estoy equivocado" (Serm. 23, 1,2)

Erudición y convicciones
En muchos aspectos, la enseñanza centra su interés en trasmitir erudición, conocimientos, saberes y habilidades, necesarios para la vida práctica. La educación va más al fondo: Busca dinamizar los más altos valores, forjando “convicciones” firmes y bien fundamentadas. Y esto sólo se logra en la medida que el educando mismo descubre y comprende.

La propia comprensión y descubrimiento -dice Agustín- “es sinónimo de «engendrar»; es como si tú mismo hubieras dado a luz lo que has encontrado” (Trin. IX, 12,18): es algo tuyo; pasa a formar parte de tu vida misma. Por eso “pon audacia en el comprender, a fin de que la razón te subyugue antes que el temor" (Q. Animae, 23,41).

“El hombre sólo es bueno en su interior; porque si no lo es en su interior, no es bueno en absoluto”, declara Agustín (Sermón 15,6). Y su interioridad está exclusivamente en sus manos, a resguardo de lo que los demás sean con él: justos o injustos; sanos o problemáticos; valorativos o despreciativos; amigos o enemigos. Su salud interior no queda afectada para nada por los enfermos que pueda tener a su alrededor.

“La función de la razón es regir;
la del cuerpo es ser regido” (In Jo. Ev., 2,14).


B.-LA PEDAGOGÍA AGUSTINIANA

La obra escrita de Agustín más específica en torno a este tema es "La Catequesis de Principiantes" (o de Incultos). En ella especialmente, diseña un listado de principios de pedagogía educadora, que amplía en muchas de sus otras obras y aquí simplemente enumeramos:

● 1.- Partir siempre de las "necesidades sentidas" del educando (cf. Cat. Rud. V, 9). Al «debe ser» sólo se llega desde lo que «está siendo».

El primer paso es el contacto humano, que implica interesarse por lo que al catequizando le interesa: por sus deseos, aspiraciones, insatisfacciones, búsqueda; no importa de qué orden sean. Hay que conectar con sus intereses, incluso intrascendentes, antes de poder dinamizar sus anhelos trascendentes.
"Si ha venido con corazón fingido, buscando provechos o huyendo de inconvenientes temporales, responderá con falsedad. Pero, en este caso, de lo mismo que finge, hay que aprovecharse para empezar" (V,9).
"De mí puedo decir, declara Agustín, que me siento movido de una manera muy distinta según tenga delante a un erudito, a un infeliz, a un ciudadano, a un peregrino, a un rico, a un pobre, a un particular, a un hombre de gobierno, a uno de esta tierra o de la otra, de uno u otro sexo, de tal o cual edad, de esta secta o aquella. Y según la diversidad de mi afecto, empieza, continúa y concluye mi discurso, sabiendo que a todos se debe el mismo amor, pero no a todos ha de darse la misma medicina" (Ibid. 15, 23).

● 2.-Conectar con las aspiraciones e interrogantes más hondos del corazón humano (Ib. IV, 7; VII, 1,1; XVI, 24). Las afirmaciones o respuestas sólo arraigan donde antes se han estimulado los interrogantes.

No hay ser humano que no anhele, en lo profundo de su ser, la felicidad, el amor, la verdad, la paz. Aspiraciones canalizadas, a veces, en deseos intrascendentes, aspiraciones confusas o medios inadecuados; o bien reprimidas por mil frustraciones. El educador ha de despejar nuevos horizontes, estimular metas elevadas y animar la fe y la esperanza del alumno.. Un “¡Tú puedes!”, abre rumbos de superación, frecuentemente, aun de los más retraídos y menos cualificados. Un “¡Tú serás un inútil toda tu vida!”, ha acuñado eternos acomplejados.

● 3.-Adaptarse a los educandos: en el lenguaje, en los contenidos y en el ritmo evolutivo (Ib. XV,23).

"De mí puedo decir que de una manera muy distinta me siento movido, según tenga delante de mi para catequizar, a un erudito, a un infeliz, a un ciudadano, a un peregrino, a un rico, a un pobre, a un particular, a un hombre de respeto o a uno que ocupa un puesto de Gobierno, a uno de esta tierra o de la otra, de uno u otro sexo, de tal o cual edad, de esta secta o de aquella. Y según la diversidad de mi afecto, empieza, continúa y concluye mi discurso. A todos se debe la misma caridad, pero no a todos se ha de dar la misma medicina"(XV,23).

● 4.-Dar primacía a lo interior, más bien que a la exterioridad y literalidad de las palabras (Ib. IX, 13).

"El fondo va más allá que el texto, como el alma va más allá que el cuerpo. Por eso hay que preferir las cosas verdaderas a las cosas bien dichas...No valen las palabras delante de Dios, sino el afecto del corazón" (IX,13).

● 5.- Respetar y estimular la singularidad (el carácter único-original-irrepetible) de cada educando (Ib. XV, 23; serm. 340,1).

“Hay que dar a todos -di ce Agustín- el mismo amor, pero no se puede dar a todos la misma medicina” (De Cat. Rud. XV, 23).
La necesidad de una educación personalizada es uno de los tópicos modernos. Pero, al mismo tiempo, se afronta el reto de la masificación, impuesta por la gran población de alumnos que solicitan ingreso en nuestros Centros. Cada educando se pierde fácilmente en un cierto anonimato; pasa a ser un número más, en medio de la multitud, y se siente medido por el patrón uniforme que a todos se aplica por igual. No obstante, no debemos perder de vista el ideal agustiniano:
“Los inquietos necesitan corrección;
Los pusilánimes necesitan ser acogidos;
Los contradictorios, ser convencidos;
Los enemigos, ser reconciliados;
El ignorante, ser enseñado;
El perezoso, ser estimulado;
El obstinado, ser contenido-,
El soberbio, ser puesto en su lugar; El desesperado, ser alentado.
Aquellos que buscan compensaciones legales, necesitan ser aplacados.
El pobre necesita ayuda;
El oprimido, liberación.
El bueno, aprobación;
El malo, condescendencia"
Y todos necesitan ser amados” (Serm. 340,1).

● 6.-Apremiar a la superación de lo malo y negativo por la estimulación de lo bueno y positivo (Cat. .Rud. XVI,24).

De acuerdo a la percepción agustiniana de que el mal no es sino un bien en deficiencia, el acento de la educación habrá de recaer, más que en la represión del mal, en la estimulación del bien latente ,que existe en todo ser humano. Agustín insiste en que la eliminación de lo malo conduce, de por sí, a un hombre "no malo", pero no necesariamente a un hombre bueno. La educación agustiniana habría de está marcada por la positividad, en la línea paulina: “El mal se vence a fuerza de bien” (Rom.12,21).

● 7.-Delegar gradualmente el protagonismo de la educación al propio educando (Ord. II, 26).

Con frecuencia, los educandos no "viven" su propio proceso educativo: simplemente "lo aguantan". Porque no logran superar la sensación de que se les está imponiendo desde fuera algo que está al margen de sus intereses reales y sentidos. Lograr la automotivación del educando es uno de los primeros objetivos de la educación. Y, en la medida en que objetivo se va alcanzando, el educador ha de saber ubicarse en segunda fila, asumiendo el papel de acompañante y permitiendo que el alumno se abra camino por si mismo. En la práctica, habrá de pisar el acelerador en momentos; otras veces, el freno; y no pocas rectificar la dirección y el rumbo. La procesualidad no siempre es rectilínea, sino en avances y regresiones alternantes.

● 8.-Hablar, pero sobre todo escuchar e interrogar (In ps. 144,13; serm.23, 1,1).

Antes de brindar "respuestas", el educador necesita descubrir las "preguntas", desafios, interrogantes que la historiarla vivencia y la situación concreta de cada educando plantea. Y esto implica serenidad receptiva para permitir que lo que ES se exprese; gran capacidad de escucha y atención, y apertura al diálogo amistoso y cálido. Entonces surgirá espontáneamente la palabra justa y eficaz.

● 9.-Neutralizar el impacto negativo de los escándalos de la sociedad enferma, que los jóvenes heredan, e incluso de cristianos (Cat. Rud. XIV, 21).

Agustín no puede menos de abordar este desafío educativo Es el mundo de los adultos el que pretende educar a los jóvenes. Pero éstos son suficientemente inteligentes para constatar que el mundo que los adultos han construido hace aguas por doquier. Los más nobles idealismos juveniles se frustran ante lo que ven. Se impone la necesidad de una educación para el realismo ; para asumir el hecho de que la utopía humana es una meta aún por alcanzar, y avanzamos hacia ella entre crisis, defecciones, avances y regresiones, en la tensión perenne de luces y sombras, del bien y del mal.

● 10.-Educar con alegría (Ib. X,14; XII, 17). El clima de alegría y buen humor desbloquea espontáneamente resistencias emotivas a la acción educadora.

La vida misma del educador tiene que testimoniar que ha encontrado el secreto del gozo, la paz y la alegría de vivir. De lo contrario negará con su vida, lo que afirman sus palabras.

 "La tristeza seca el alma, y quita a las palabras su frescura...No puede menos de salir lánguida y desapacible (sin gracia),la instrucción fraguada en un corazón amargado"(X,14).
 “Los alumnos nos escucharán con mayor agrado y aprovechamiento si nosotros mismos disfrutamos de nuestra labor, pues el hilo de nuestro discurso vibra con nuestra propia alegría y fluye con mayor facilidad y persuasión. Lo decisivo, pues, es que el educador encuentre el secreto de educar con alegría: cuanto más alegre sea, tanto más contagiosa será su enseñanza” (La catequesis de los principiantes 2, 3).


En el Manual de Pedagogía Agustiniana, la resumí más concretamente en un Doble Decálogo: Decálogo del Educador Agustiniano y Decálogo del Educando.