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ENCUENTRO CONTINENTAL DE EDUCADORES AGUSTINIANOS “EDUCACIÓN AGUSTINIANA Y
PROYECTO PASTORAL” TRUJILLO, PERÚ – ENERO
2010 FORMACIÓN
Y DISCÍPULO AGUSTINIANO
1 P. Donato Jiménez Sanz Todos sabemos que S. Agustín fue pedagogo.
Y, como en los otros campos, sobresaliente. Todas sus obras llevan finalidad
pedagógica. Estudiante aventajado, intelectual indiscutible, filósofo, sicólogo
y teólogo de referencia ineludible, maestro en el saber y el enseñar,
escritor puntual de los temas profundos y de actualidad, infatigable pastor,
predicador, polemista, comunicador: sermones, epístolas, tratados,
instrucciones para los alumnos y para los maestros. 1. Studium sapientiae.-
Título, con densidad propia, para el permanente formación
agustiniana, que al ser agustiniana, se abre necesariamente a todo hombre y
a todo el hombre: “¿Qué es mi corazón, sino un corazón humano más?”.
Studium sapientiae es para S. Agustín, “todo el esfuerzo cultural
y moral, sobre todo en cuanto puede servir de soporte a la profesión
cristiana” (SS 9). Y a este studium sapientiae se volcó, excitado por la
lectura del Hortensio. Y a los filósofos los llama así porque profesan el
studium sapientiae o la misma sabiduría (vel ipsam sapientiam profiteri). Y
advierte que no es más noble la filosofía de los gentiles que nuestra
filosofía cristiana, pues –una
est vera philosophia– una sola
es la verdadera filosofía, con tal que signifiquemos con ese nombre el
estudio o el amor a la sabiduría (studium vel amor sapientiae (SS
9). Y siempre dedicará unas horas a la salud del alma que es la búsqueda
incesante de la verdad. S. Agustín establece una especie de ordo
studiorum sapientae que
constituiría un método o camino por el que cada uno resultase apto para
comprender el orden de las cosas (fit quisque idoneus ad intelligendum
ordinem rerum (Ib 9). El studium sapientiae es acción y
contemplación, organización de vida y de costumbres, investigación de los
acontecimientos, ciencia, reflexión y contemplación de la verdad en sí
misma, en fin, todo a lo que noblemente se puede dedicar el hombre (SS 9). El peso y el orden son dos conceptos muy
bien comprendidos por Agustín. Por el peso expresa el impulso gravitatorio
al centro; el orden significa la dirección, la rectitud del movimiento. El
movimiento que lleva al verdadero centro es ordenado; el que no es ordenado,
es pecaminoso porque se desvía del fin. La ética agustiniana está basada
en la ontología o grados jerárquicos de los seres. El espíritu ocupa un
lugar medio: debajo de sí tiene todo lo corpóreo y material; sobre sí, al
Creador suyo y del mundo. Entra aquí en juego toda la dialéctica del uti y
del frui. (Obr. de S. Agustín, BAC. P. Capánaga,
I 73-75). Studium: significa empeño, dedicación,
afán, trabajo, cultivo, esperanzas… y el gozo del hallazgo. Es el camino
de la cultura. Es superar veleidades que podrían ser objeto de la
curiosidad, la cual puede presentarse falazmente como ciencia. Hoy nuestros jóvenes necesitan guías
claros y firmes para enseñarles a salir del paso ante las
infinitas ventanas que se les abren a la frivolidad, a la curiosidad malsana y
muchas veces pervertida. Hay que crear un clima, si queremos una
ecología intelectual y moral para evitarles los extravíos incluso
programados por ideologías perversas; nuestros
jóvenes, una vez rotos y estragados, ni siquiera encuentran el camino de
vuelta. Tenemos que ofrecerles la solidez de los
valores que se sostienen por sí mismos. Dada su entidad ontológica, los
valores valen, dice su definición,
y son los que construyen al hombre. Tienen la valía y la edificación de las personas que los
cultivan o ejercen, y de quienes entran en relación con ellas. Agustín distingue muy bien entre el
curioso y el estudioso, así como entre el religioso y el supersticioso, el
crédulo y el creyente. Agustín habla de la vana curiositas
y aun de la sacrilega curiositas, cuando se dio a ridículas prácticas
de superstición (Conf III 3 5).
Studious es “aquel que con todo empeño
se dedica a investigar todo lo que se refiere a la sólida alimentación y
embellecimiento del alma” (De util cred
9 22). Is qui ad
animum nutriendum liberaliter atque ornandum pertinent, impensissime
requirit. Impensissime, lo sabemos, está en superlativo y lleva la
idea de esfuerzos y gastos extraordinarios y sacrificio. El studium abarca a todo el hombre con sus
capacidades intelectivas, afectivas y operativas, y unifica dentro de él
los hallazgos de todas las potencias. Si el Doctor de
Hipona ocupara su cátedra en nuestro tiempo de ordenadores no cabe
duda que hubiese dado clarísimas instrucciones para lo que hoy, con
rimbombancia, quieren llamar aprendizaje interactivo. Que no es otra cosa la
profundización o ampliación de los niveles académicos,
ascendiendo armónicamente: en gradual intensidad intelectual y en sólida
construcción moral: palabras o signos, comunicación o soledad, trabajo
individual o en equipo, todo será precioso espacio doméstico o utilísimos
instrumentos onlain; consciente
relación vertical con el Creador y sentida relación horizontal con nuestro
entorno. Se requieren condiciones para la actividad
del studiosus, pero ante todo, dice S. Agustín, es necesario un gran
“amor a la verdad” y gran docilidad a Dios, Verdad Primera y verdadero
Maestro interior. El santo Doctor se confiesa con frecuencia amator
sapientiae. Y su evaluación final neta la resume así: amor meus, pondus
meum. Que también podía haber formulado: pondus meum, veritas mea. El
studium es, pues, ejercicio de amor que busca la posesión de las cosas
verdaderas y nobles, y la comunicación de esos bienes, ya como doctores en
la escuela, ya como viatores en la calle y en la vida, pues siempre somos
profesos de la verdad, única cosa, le escribe a su
amigo Honorato, a la cual desde hace tiempo consagramos nuestras vidas.
“cui uni rei iam diu statuimus” (De util cred
2 4). (SS 10). 2. Sabiduría.- Alcanzar la sabiduría fue
siempre la gran pasión agustiniana porque ella satisface los deseos del
hombre y conduce a su formación plena. Buscar la sabiduría es buscar a
Dios, pues ¿a qué podemos llamar sabiduría, sino a Pero ¿qué es En ella, pues, se identifican En esa oración con que empieza los
Soliloquios sintetiza las afirmaciones intelectuales y las convicciones
cordiales no solo del Dios Creador, sino del Dios Padre de la verdad, Padre
de la sabiduría, Padre de la bienaventuranza, de lo bueno y de lo bello,
Padre de la luz inteligible que nos ilumina, Padre de En Dios está la fuente de la sabiduría
de todos los que saben, así como la luz espiritual que baña de claridad
todas las cosas que brillan a la inteligencia, y el principio, fuente
y causa de todo lo bueno y hermoso. Y todo, dicho con repetidísimas
expresiones estáticas que declaran la inmutabilidad de Dios; y expresiones
dinámicas que dicen su permanente actividad. Seis veces seguidas en cortas frases
engloba la esencia estática y dinámica del ser y del obrar de Dios:
in quo et a quo et per quem (Sol I 1 3). Todos los casos del relativo vienen
declinados como haciendo la descriptiva suma del inmenso ser divino:
Deus qui, Deus in quo, Deus per quem… Aristóteles mismo en su perdido escrito
Sobre la oración, habla del Dios trascendente y más que espíritu, y de la
experiencia sicológica que él establece como una de las pruebas de la
existencia de Dios. “Al que se adentra en esta iniciación le conviene no
tanto aprender (mazein) con el entendimiento cuanto vivir una experiencia
interior (pazein), y entrar así en la debida disposición de ánimo” (epitédeios)”
(Fraile, 509). Ya que carece de Revelación, la experiencia le viene de la
vida síquica y de contemplar la ordenada gradación de las perfecciones en
el cosmos. “El que llega a la suprema Regla o
Medida por el hombre feliz. Deum habet quisquis
beatus est. Hoc est animo Deum habere, id est, Deo frui (De b. vita
4 34). Esto es poseer a Dios, el gozar de Dios. Las demás cosas, son
contenidas por Dios, pero no lo poseen.
Quamvis a Deo habeantur, non habent Deum. Si me preguntas qué es la sabiduría te
diré que es modus animi, o “la moderación del ánimo, por la que
mantiene un equilibrio, sin derramarse demasiado ni encogerse más
de lo que pide la plenitud” (quo
sese animus librat ut neque excurrat in nimium neque infra quam plenum est
coarctetur ), (De b vita 4 33). La célebre máxima de los Siete Sabios: Medén
agan, la tiene por utilísima (De b. vita 4
32). La sabiduría debe ser amada por sí misma;
y la misma vida solo es un medio para alcanzarla. Tanto le entusiasmó el
Hortensio. “La sabiduría tiene un nombre en griego que se llama filosofía
a la cual me encendían aquellas páginas. No faltan quienes han engañado
sirviéndose de la filosofía encubriendo sus errores con nombre tan grande,
tan dulce y honesto”. Sunt qui seducant per philosophiam, magno et blando
et honesto nomine colorantes et fucantes errores suos. Y dice el Hiponense
que “también allí se manifiesta aquel saludable aviso de tu Espíritu, y
que conocemos por tu siervo: “Que nadie os engañe con vanas filosofías y
argucias seductoras como suelen los hombres y no según Cristo, porque en Él
habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”. “Videte
ne quis vos decipiat per philosophiam, et inanem seductionem… et non
secundum Christum quia in ipso inhabitat omnis plenitudo divinitatis
corporaliter” (Co 2 8). El fucus, es una orchilla o liquen de mar,
de que se extrae el tinte rojo o púrpura. Fucare, en lat. es colorear,
acicalar; de ahí, adulterar, falsificar. S. Agustín, hablando
del honesto nombre de Filosofía dice que hay quienes abusando de la
filosofía seducen colorantes et fucantes errores suos (Conf
III 4 8). La sabiduría es conocimiento y
experiencia, es saber y sabor que establece en la persona el “ordo amoris”,
la jerarquía de valores y el móvil o razón de las opciones
fundamentales de la persona (SS 11). 3. Formador.- Desde su conversión, vida y
obra de S. Agustín es formar hombres sabios formando hombres cristianos, es
decir, según la imagen de Cristo, S. Agustín jugará a lo Pablo con la
jugosa palabra forma (morfé). Y hablará de Dios que nos formó, del hombre
que se de-forma por el pecado, y que debe volver a Dios para re-formarse por
el arrepentimiento, para con-formarse, configurarse con su Forma, o Molde o
Modelo que es Cristo. Quedar in-formado, en su sentido teológico,
“del misterio de Dios, que es Cristo, en quien se hallan todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, o, en las palabras originales,
de la sofía y de la gnosis, (Col 2 3), (con la carga cultural o ideológica
de la época). Por tanto,
“que nadie os engañe ni con discursos especiosos ni con razones
falsas” (Col 2 4). En el eje y registro de esa tarea estará siempre el profesor, el
formador, el maestro. El hombre se forma cuando se convierte a
la luz inmutable de la sabiduría… que no cesa de hablarle para que se
vuelva a Aquel de quien procede, pues de otro modo no puede ser formado ni
ser perfecto (De Gen ad litt, 1 5 10), (Stud.
Sap. 14). De forma in formam mutamur, atque
transimus de forma obscura in formam lucidam… Quae natura (humana)… a
deformi forma formosam transfertur in formam (De vera rel 12 24).
Y formosus, formosa = viene de forma: hermoso, bello, bien formado. Stabor atque solidabor in te, in forma
mea, veritate tua (De Trin 8 14). Agustín, el brillante retórico de Milán,
distorsiona incluso la gramática, para dar mayor eficacia expresiva a la
acción de Dios. Me estabilizaré (stabor, seré mantenido estable por ti, y
seré sólido, estaré firme en Ti, (o tú me darás la solidez) en mi
forma, en tu verdad (Conf XI 30
40). Abundemos en la traducción y su sentido:
tu verdad es mi forma que me hace formosus = hermoso) con la cual, (por la
fe en Cristo) quedamos “formados y firmes”. (Col 2 5). Que también aquí,
creemos, pueden aplicarse ambos adjetivos de Pablo a los Colosenses:
“formados y firmes”. El exégeta P. Alonso Schökel, hace alusión a
Josué, y comenta solamente: “Con resonancias militares”. Sí, admitidas
esas resonancias. “El Verbo es la forma de todo lo
formable, ya en la vida trinitaria como en la acción creadora y re-creadora
del mundo; y especialmente, con las vitalizantes paradojas del cristianismo:
desde el hecho deforme de [Est Verbum Dei forma quaedam, forma non
formata, sed forma omnium formatorum… Ipsum verbum, Sapientia Dei” (Serm
117 2
3). Ipsa est species prima, qua sunt, ut ita dicam, speciata, et
forma qua formata sunt omnia: ella es la especie primera por la cual son,
por así decirlo, especificadas; y 4. Formados en Es de admirar que S. Agustín, afincado
por su inteligencia y ya afirmado por la fe in Veritate Dei, formado en A nadie se le oculta que padecemos un
recrudecimiento del Mal por los nuevos emperadores, en abuso de poder, con más
gravísima culpabilidad que los césares romanos. Los “nuevos emperadores”,
sí pueden pensar que por el hecho de
profesar los creyentes su fe cristiana denuncian sus corrupciones, su vida
de libertinaje, su pretender quedar, válganos la expresión, “más anchos
que largos” y propalar su ateísmo o su irreligión. Pero saben bien que los cristianos no son
ningún peligro para el estado ni para la sociedad, ni siquiera
para su tren de vida. Al contrario: el bien que Por quedar encerrados bajo una legislación
bárbara y degradante, todos somos tiznados y heridos. En muchos países,
legislaciones aberrantes como el aborto, la sodomía, el tanatismo (que no
eutanasia), son depravaciones inadmisibles que nos
avergüenzan a todos. La matanza de los niños, propiciada y pagada
oficialmente, es el signo de la
barbarie más criminal que está perpetrando la historia de Por eso, muy inteligentemente decía el
convertido inglés Chesterton que Sí, porque sin desentendernos de esta
dimensión temporal, sino ceñidos a un
responsable e integral compromiso con lo humano, nos trasportamos a
la vez a la mismísima actualidad y eternidad de Cristo: El mismo, ayer, hoy
y siempre: Heri et hodie idem, et in saecula (Hb 13 8). 5. Fe:
la otra vía del conocimiento.- [ Al repasar y evolución del pensamiento hace que
demos por superados muchos de esos razonamientos. Racionalistas o epicúreos, positivistas o
estoicos, todos padecen el craso error, enseñará el Doctor
Africano, de creer que el hombre
se puede sanar o salvar, o alcanzar la felicidad por sí mismo (Capánaga
120). Solo te puede hacer feliz el que te hizo, dirá el Gran Inquieto. Por
eso, gracias al Don de la fe, que poseemos por gracia, gozamos de un
horizonte de certezas que nos descubren claro y
seguro el sentido de nuestra vida, y nos dan experiencia gozosa de la
dignidad que nos ha sido revelada: somos dinastía de Dios (Hc 17 28).
La llegada de la fe cristiana hizo dar
saltos decisivos a la filosofía; pero además, desde la fe, estará curado
nuestro discurso contra esas “vaciedades” de que habla el santo. Sobre
todo, contra inicuas aberraciones que hoy padecen muchas sociedades por
legislaciones interesadas, perversas y abiertamente contrarias a la dignidad
y al simple concepto de persona. No es necesario ser cristiano para saber
que el aborto es un crimen abominable. La metafísica de la persona, y la
sana filosofía nos lo enseñan. Cierto. Pero la fe nos afianza en una visión
más clara y en una actitud más firme de la “cuestión”, por usar el término
agustiniano. Y a nosotros, como formadores, nos
corresponde ilustrar y hacer sólida la verdad en la inteligencia de los niños
y de los jóvenes, para que el mundo y las ideologías del Mal, libertarias
o liberticidas, no los estraguen por el abismo de la depravación. Tenemos la responsabilidad de cambiar los
tiempos que padecemos. Ya S. Agustín acuñó la frase: Nos sumus tempora:
quales sumus, talia sunt tempora (Serm 80 8). Probablemente inspirada en
parejo tono de arenga ciceroniana. Como agustinianos, y
–permitidme la expresión– además
de lo demás, asuminos la
obligación sagrada de hacer los tiempos mejores. Y solo podrán serlo, si
nosotros, ¡ea! nosotros, nos empeñamos en que lo sean. La guerra nos la han declarado y está
abierta, aunque casi nadie hable de ella: el Mal contra el Bien. Sin caer en
temores baratos o simplistas. Ni acorralarnos por la
observación cursi de que hablar así sonaría a maniqueísmo. El Mal es ya
tan descarado que no podemos dudar ni de su raíz ni de su perversidad.
Tenemos que enfrentarlo con el Bien, con el abanico de las virtudes y de los
valores, a sabiendas y con certeza, de que el Mal tiene un límite y una
derrota: ser vencido por el Bien. Paladinamente ha denunciado Juan Pablo II
el Mal como programa que experimentó en su propia carne y
sangre: “El Bien es mayor que cualquier mal. El Bien que, en definitiva,
tiene su fuente únicamente en Dios. El límite impuesto al mal por el
bien divino se ha incorporado a la historia del hombre”
(Mem. e ident.). Es la tarea ingente que el gran Maestro de Occidente
se propuso: defender el Mal con la siembra del bien (Ro 12
21), y realizar día a día, aunque nadie la escriba, 6. Deogracias.- “Me aburre el repetir
muchas veces las mismas cosas”, decimos. Ya lo había confesado el diácono
Deogracias cuando le pidió al obispo Agustín unas normas y consejos para
seguir impartiendo su enseñanza. Y le mandó todo un libro de catequesis
para catequistas: el De catechizandis rudibus. La frase ya consignada por Séneca,
homines, dum docent, discunt (Epist VII), todos la firmamos como cierta.
Pero en S. Agustín tiene su peculiar hondura y total implicación de la
persona. Cuando enseñamos,
todos somos un poco “hermanos o padres” para nuestros alumnos. El maestro Agustín no duda en aconsejar
que ejerzamos incluso como “madres”: congruamus eis per fraternum,
paternum, maternumque amorem, et
copulatis cordi eorum etiam nobis nova videbuntur: acerquémomos a los
alumnos con afecto fraterno, paterno, incluso materno; hagamos por fundirnos
con sus corazones, y aquellas cosas que para nosotros son viejas volverán a
parecernos nuevas. Tanto puede el sentimiento y el afecto al otro: Habitemus
in invicem: nos habitamos recíprocamente: ellos en nosotros cuando nos
escuchan, y nosotros en ellos porque –quodam
modo– en cierto modo
aprendemos lo que les enseñamos (De cat rud 12 17). S. Agustín es, al fin, también el mejor
cultor, si no el fundador de la
philosophia cordis en su doble dirección: trasmitir la verdad al
entendimiento a través del afecto o la escuela del corazón:
non intratur in veritatem nisi per caritatem (Cont Faust 32 18). Y
hacer gustar el conocimiento afectivo de la sabiduría, de la verdad sabida
por el entendimiento. Y nos lo describe siempre con su
inarrancable fibra cordial: cuando enseñamos a algún visitante un paisaje
o una ciudad que nosotros cruzamos sin mayor interés porque la conocemos,
¿no sucede que nuestro placer se renueva por su placer ante la novedad?
Et tanto magis quanto sunt amiciores: Y tanto más, cuanto más amigos son;
porque cuanto más vivimos en ellos por el amor o la amistad,
tanto más se hacen para nosotros nuevas las cosas que nos eran
viejas (in nobis nova fiunt quae vetera fuerunt 2). Y nadie podrá negarle
al Hiponense esta verdad ni bajo el punto del efecto sicológico ni como
resultado pedagógico. En Agustín, pensador profundo y sentidor eminente,
todo será siempre opus mentis et cordis. Por eso el maestro, y en especial, el
agustiniano, para serlo de verdad, debe, además de profesor, ser testigo.
No solo creer en la bondad, en la verdad y en la utilidad de lo que enseña,
sino que lo que enseña es una verdad particular que participa de Una de las primeras frases del Papa de la
sonrisa, Juan Pablo I, fue no solo hacer original homenaje de agradecimiento,
llamándose un papa por vez primera en A quien el mundo llamó de manera espontánea
y familiar “el párroco del mundo”; y hasta el sistema más ciego y
opresor que ha padecido el orbe, el comunismo-socialismo, lo reconoció
siquiera, como “el Papa Bueno”. Se establece, pues, el amor como método
de conocimiento, pero también como la talla o estatura o solvencia del
ejercicio profesional como enseñante. La cara es el espejo del alma, dice
el conocido proverbio. “Imago animi sermo est”, se expresaban los
latinos. Los gestos del rostro nos hablan del alma y tendrán más fuerza
persuasiva si con ellos acompañamos el contenido de la lección. Si el hilo
de nuestro discurso vibra con nuestro gozo, tanto más fácilmente será
recibido por nuestros alumnos (De Catech. rud 2 3 12). Nuestra tarea didáctica, como
agustinianos, no solo será tener alumnos, (de alere = alimentar) es decir,
nutrir su inteligencia con conocimientos, que los hará eruditos (de e rudis),
los sacará de la rudeza; sino hacer discípulos, seguidores convencidos de nos ha colocado la vida, nos hará
permanecer fieles discípulos e incluso, ejercer de buenos maestros. Me pareció válido traer, entre muchas,
una anécdota familiar. Estando yo en casa de mi hermana Elena, vino un señor
a tratar algún leve asunto. Era domingo y mi hermana le preguntó con
sencillez y la confianza que le permitía:
–¿Pero has ido a misa? Al contestarle
que no había tenido tiempo, le respondió mi hermana: –“Pues hijo, de
Dios venimos y a Dios vamos”. Eso: justamente la respuesta agustiniana que
jamás había leído mi hermana en S. Agustín, pero que su vivencia de la
verdad cristiana le inspiró el acierto de la verdad dogmática. Es el
testigo: que no pierde el oficio de enseñar como gracia lo aprendido como
gracia. El testimonio nos convierte en maestros autorizados. 7. “Scientia et Caritas”.- Es el lema
irrenunciable de todo agustino y de todo agustiniano. Y no solo como dos
cumbres deseables, sino como integración de camino cálido de conocimiento,
ya que este método es el que mide y cala mejor la antropología y se
encuentra con el hombre concreto que piensa, que siente y que quiere: Amor
meus, pondus meum. “El hombre,
proclama Unamuno, es más lo que siente que lo que piensa”. Y recrimina a
Aristóteles, casi acremente, su definición del hombre como animal racional,
¿por qué no, animal sentimental? Lo mismo le espetará a Descartes. Pero quiero anotar aquí una observación
del P. Díez del Río: “Repárese que, a diferencia de la mentalidad
moderna, para Agustín, el afán de conocer no es para tener y poder, sino
para amar”. Desde el s. XVII se hizo proverbial, la
frase del filósofo inglés Francisco Bacón:
Et ipsa scientia potestas est; o
Knowledge is power. Cierto, el saber, el conocimiento es poder. Tantum
possumus quantum scimus. Conocer, sí, las leyes naturales
–regnum hominis–, para poder dominar la naturaleza, y no para
domeñar al hombre. Porque el poder del conocimiento sin la necesaria
dirección de los principios éticos, como presionan amenazantes grupos sin
conciencia, en los medios domésticos hace hombres corruptos, y en los
niveles de gestión política, científica o ideológica, ese poder, decimos,
lleva a la calamidad, una vez más, a la sociedad entera. El autonomismo radical queda excluido de
la metafísica agustiniana que se funda como principio racional y sicológico
en ese trípode del esse a Deo, esse in Deo, esse ad Deum. (Ob. de S. Ag., I
BAC, 1979. introd.
Capánaga 72). Sí, porque de Dios venimos, in Dios crecemos y a Dios
vamos (Hc 17 28). Y bajando a la parcela de la experiencia
propia debo confesar que también yo he percibido en algunos, y a raíz de
algún conocimiento, particularmente técnico, ese afán de tener y poder.
He llegado a la conclusión de que algunos no enseñan bien o no quieren
enseñar lo que saben, y racionan sus conocimientos para que los alumnos se
contenten con lo mínimo, o al
menos, dependan de la ventajosa posición del mercader. (Como si les
pareciera ser menos o perder algo de sí cuando el alumno comprende; o quizás
temieran que puede peligrar su “puesto” de dómine). El libro de Por eso siempre la sapientísima receta
agustiniana: “Que tu sabiduría no sea con soberbia, ni tu humildad sin
sabiduría”. (Nec sapientia vestra sit cum superbia, nec humilitas sine
sapientia). (En in ps 112 2). Los dos grandes capadocios, S. Basilio y
S. Gregorio Nacianceno son un ejemplo de lo que es la sana amistad con la
santa emulación. “Confesábamos nuestras ilusiones y nuestro más hondo
deseo de alcanzar la filosofía… y éramos todo lo compañeros y amigos
que nos era posible ser, aspirando a idénticos bienes. Nos movía un mismo
deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y sin
embargo, carecíamos de envidia. Contendíamos no para ver quién era el
primero, sino para averiguar quién cedía al otro la primacía; y cada uno
consideraba la gloria del otro como propia. Parecíamos una misma alma que
sustentaba dos cuerpos”. Y el doctor africano viene a sentir y decir igual
que los capadocios: Donum Dei, quod ipse non habet, nullus in altero
invideat, nullus irrideat. In
spiritualibus bonis, tuum deputa quod amas in fratre; suum deputet quod amat
in te (De cat rud 12 17). -13- El noble oficio de la cátedra, sobre todo,
del profesor agustiniano; que tendrá que darlo todo y darse todo, y que lo
será siempre, en la clase y en la calle, cuando enseña y doquiera que sea
preguntado. Pero también ha de enseñar con ingenio,
llegando incluso a captar la posible malicia, con la divina oportunidad del
método jesucristiano en el Evangelio: Unas veces respondiendo más de lo
explícitamente preguntado; otras acudiendo a gestos que entran por los ojos
y alcanzan el entendimiento; en ocasiones, preguntando a su vez, y si es el
caso, callando: A la cuestión de los fariseos sobre el
mandamiento más importante de Y veces habrá en que haya que
desenmascarar. Entonces será prudente poner una cuestión, y sabio incluso,
no contestar: Enseñando Jesús en el Templo, se le acercaron los sumos
sacerdotes y senadores y le preguntaron con qué autoridad hacía eso. Jesús
les contestó: os lo diré, si antes me respondéis a esta pregunta: El
bautismo de Juan, de dónde era, ¿de Dios o de los hombres? Se concitaron
para no dejarse cazar: “Ojo, con lo que decimos: si confesamos que del
cielo, nos dirá que por qué no le creímos; si respondemos que de los
hombres, tememos a la gente,
pues todos lo tienen por profeta. Así que –le respondieron–
no lo sabemos”. –Ah,
¿no? Pues tampoco yo os digo
con qué autoridad hago esto” (Mt 21 23 27). Todo será enseñar. Y eso por el valor
mismo de la educación y por el deber ineludible que tenemos de formar, como
profesos de la fe y de la enseñanza: “A aprender debe invitarnos la
suavidad de la verdad; a enseñar nos obliga la necesidad de la caridad”
(Dulc q 3 6). Porque el institutor o preceptor, o
pedagogo o profesor o mistagogo, que todo ello debe ser el maestro
agustiniano, es por antonomasia, educador y formador de todo el hombre. De
valores temporales y espirituales, inmanentes y trascendentes. Y tendrá que
ejercer como el escriba “doctus in regno”, Doctor en Reino, y ser
semejante al paterfamilias que, de su tesoro, sacará siempre nova et vetera,
cosas nuevas y viejas (Mt 13 52). 8. Educar.- S. Agustín sabe muy bien que
educar, enseñar, formar, es, en primer lugar, e-ducere, es decir, sacar de;
no solo sacar de dentro las posibilidades, aficiones, potencias que pudiera
poseer el alumno; sino además, sacar del medio corrompido, del ambiente
viciado, del extravío, del error… y, cristiano cabal, del pecado
(que para Agustín es pede cadere, patinar, dar un traspié, errar,
no alcanzar la meta). En el campo moral, supone un desorden, una suversión
o corrupción del orden de “Educar significa sacar el corazón del
formando de una situación de presente para llevarlo más allá, hacia su
futuro como persona y como miembro de una comunidad” (Stud. Sap. 147). Sabemos bien –y no se lo calla–, de qué
manera –atrociter– se
irritaba cuando, p. ej. le hacían trampa los compañeros de juego, las
mismas trampas que él hacía cuando podía: “En el juego andaba yo a la
caza de fraudulentas victorias, vencido por el vano prurito de descollar o
sobresalir” (Conf I
19 30). Vana excellentiae cupiditate: y en latín, excellentia
lleva la idea de situarse físicamente por encima de los demás; de
donde colina, columna, culmen. Tampoco se le escapa al retórico de Cartago
ni la antítesis literaria –victoria…
victus– ni la antítesis
moral entre la victoria con fraude en el juego, y la vergonzosa derrota de
la verdad en el alma y el corazón del joven. Y aún se enfurecía
rabiosamente sin querer ceder cuando lo sorprendían en el engaño y se lo
echaban en cara: saevire magis quam cedere (ib). Y emplea el verbo saevire,
aplicado propiamente a la crueldad de los animales; por metáfora, a la
rabia y furia de las personas. Mucho de la deseducación, incluso “planificada”,
de hoy, va hacia la exacerbación de hacer desviadamente sensibles a los niños
y a los adultos, con reclamos y pretendidos derechos que coinciden con
“sus caprichos”. Bien está el advertir: ¡que no te hagan
trampas! Pero no se pone, ni
mucho menos, parejo esfuerzo en hacer sensibles a los niños y a los hombres
de sus deberes: ¡No hagáis trampas! Y ello no solo porque es desorden
moral e injusticia social contra los demás, sino porque haces sisa a tu
persona, ensucias tu dignidad, roes tu personalidad, reniegas de tu Hacedor,
tu causa eficiente, te desvías del Modelo, tu causa ejemplar, te alejas de
tu Fin, tu causa final. Como buen platónico, tu vida y tu persona
se manifestará tanto más armónicamente, más bellamente, más
bondadosamente, en una palabra, más “divinamente”, cuanto más
participe o crezca con mayor intensidad en la jerarquía del Ser. “A mayor
elevación en el ser corresponde mayor grado de divinidad” (Fraile
349-50). El “fecisti nos ad Te” y
el “inquietum cor nostrum” solo tienen sentido pleno en el “donec
requiescat in Te”. 9. Cultura.- Decimos que educar es e
ducere, porque ducere es
ponerse en camino como dux, como guía y capitán para conducir al
estudiante. El alumno, y aun
muchas personas en el ambiente que les rodea, se ven envueltos bajo una
presión que les quita la libertad de lo que quieren y deben ser. Muchas
veces se ven solos porque no encuentran un maestro no solo que enseñe la
verdad y el bien, sino que les sirva desde el testimonio claro y gozoso como
persona y como maestro. Agustín nos habla del desgarro que sufría
en los años del liceo: “Tú sabes, Señor” que yo era mucho más pacato
que los demás y totalmente ajeno a las calaveradas de los eversores,
–nombre siniestro y diabólico que ha logrado convertirse en
distintivo de urbanidad–, y entre los cuales vivía con impudente pudor
por no ser uno de tantos. Es verdad que andaba con ellos, pero siempre
aborrecí sus hechos, las diabluras con que impudentemente sorprendían y
ridiculizaban la candidez de los novatos, sin otro fin que burlarse y
apacentar a costa ajena sus malévolas alegrías. Nada más parecido a los
hechos de los demonios, por lo que ningún nombre les cuadra mejor que el de
eversores o perversores, por ser ellos antes pervertidos por los espíritus
malignos que así los burlan y engañan sin saberlo, en aquello mismo en que
se burlan y engañan a los demás”
(Conf III, 3, 6). Esta experiencia desgarradora la padecen
hoy muchos de nuestros estudiantes, víctimas de los modernos perversores
que propalan ideas suversivas y erradas con pretensiones de ser originales o
simplemente de divertirse irresponsablemente. Las nobles palabras de “autenticidad”
o “personalidad” están prostituidas con intención ideológica o por
simples intereses comerciales. Conocemos prácticamente todo un catálogo de
palabras y frases que han sufrido la eversión (de evertere, volver de revés,
suvertir), perversamente manipuladas por las instancias más poderosas de
“gobiernos de ideología” para llevar a la sociedad universal al error,
a la depravación, a la degeneración y al crimen, como lo padecemos
vergonzosamente con las legislaciones abortistas, homosexualistas,
tanatistas y otras. (Todos sabemos de la marcada personalidad
que tenía Agustín para hacerse amigos con la que arrastraba a muchos de
ellos a los errores de las sectas. Pero también conocemos su fuerza de
convicción cuando, una vez convertido, a aquellos sus amigos que primero
extravió los fue trayendo a la fe cristiana). Tenemos el deber de educar para pensar
rectamente y obrar correctamente. Hay espacios en los que nosotros apenas
podemos hacer algo, como p. ej. en la ecología física o química. Pero sí
podemos hacer mucho, a pesar de los poderes políticos y económicos, en
ecología moral y cultural. Lo primero, estableciendo clara diferencia entre
lo que es cultura, y muchas formas que nos invaden y son abiertamente
contraculturales o anticulturales –que así las debemos llamar–
por deshumanizantes y deshumanizadoras. Si el balance de la educación en nuestros
colegios y liceos no da como consecuencia hombres claros,
insistimos otra vez, “formados
y firmes” (Co 2 5), sobre todo frente a aberraciones y degeneraciones con
que politiqueros sin conciencia y leguleyos en venta encabestran a la
sociedad, nuestra educación habrá fracasado en su objetivo fundamental. No será formación agustiniana. Más: no
será ni siquiera educación. “Cuidado, que nadie secuestre vuestra cabeza
con vanas filosofías y falacias de fabricación humana, y no según
Cristo” (Co 2 8). Los grandes valores humanos de los griegos
los englobaron los latinos, desde Cicerón, bajo la palabra Humanitas. También
de la palabra cultura. Y comprendían las letras, las artes, y los grandes
ideales de Verdad, Bondad y Belleza; incluida la pietas, lo trascendente, lo
divino. Agustín urge:
–Estudia Humanidades. –¿Para qué?
–Para que seas un humano. Es decir, un hombre digno en medio de los
hombres (De doctr Chr 11 12). El filósofo canadiense Mc Luhan dice muy
gráficamente: “En la nave espacial Tierra, no hay pasajeros; todos somos
tripulantes”. O “Somos lo que vemos”. Él describe a los medios de
comunicación como “extensiones” de la persona, y acertó con la frase,
acuñada también por él, de “aldea
global”. Si bien es verdad que en el plano tecnológico los medios masivos
se pueden imaginar como “extensiones” de la persona (estamos donde se
produce la noticia), hoy esos instrumentos masivos (en lo que no entra la
reflexión del filósofo) se han pervertido en gran parte en “extorsiones”,
en medios de extorsión contra la mente y la moral de las personas. Y si es cierto que “somos lo que vemos”,
razón de más para educar, formar, enseñar, prevenir;
insistimos, prevenir a nuestros alumnos, no solo para que no sean lo
que ven, sino para que vean lo que deben ser. Mucho de lo que hoy se quiere colar como
información o noticias, no es saber, sino vana curiositas. S. Agustín
escribe a Dióscoro una carta en la que le recrimina directamente ser
inaniter curiosus; además se ha
dirigido precisamente a Agustín, cuya maxima
cura –le dice el obispo–
est reprimere aut refrenare curiosos (Ep 118
I 1). Si esto lo guardaba
S. Agustín en su época, ¡qué no deberemos exigir hoy! Hay que seleccionar y aun desechar. Y
aprender de la abeja, que unas flores coge y otras deja, como plasmó
nuestro pueblo el antiguo refrán. Enseña el Hiponense: Est quod cupias ut
ista non cupias: Hay muchas cosas que desear para que no desees estas. No
hay, pues, que matar los deseos, sino cambiar sus objetos (S Eso obliga al maestro a profesar la enseñanza,
en sentido y amplitud de religioso oficio,
como Zubiri decía de sí mismo: Soy profeso de la filosofía.¡Qué
método tan actual y tan urgente para nuestro quehacer de formadores! Hay que denunciar al antihéroe y al
antimodelo y hacer circular los valores universales y perennes porque se
adecuan a la persona, forman al hombre.
Las virtudes, que son la riqueza de lo que la persona es, muy
independientemente del tener y el parecer, o de lo que la persona ofrezca o
parezca. Afirmar y confirmar a nuestros alumnos en
este axioma filosófico, mucho más hoy, frente a la
estúpida idolatría de la epidermis y el maquillaje. Además de los
requilorios y abalorios, o la bisutería de titulillos y cartones. No
pretendemos, naturalmente, restar méritos a nadie. Pero, como siempre, las anécdotas del
mundo griego, nos ilustrarán de manera ejemplar. Uno de los Siete Sabios de
Grecia se encontraba entre los náufragos de un barco. Los sobrevivientes,
semidesnudos, daban gracias a los dioses por haber salvado sus vidas. Pero
se lamentaban de haber perdido todo. El sabio, igualmente desnudo, les decía:
“Panta syn me ferô: yo todo lo llevo conmigo”. 10. Virtudes.-
El demonio no duerme, nos enseñaban nuestros padres y educadores,
cuando éramos niños. ¡Qué gran verdad! No podemos permitirnos cruzarnos
de brazos o decir "no lo sabía", cuando hay desatada toda una
actividad antifamilia, anticristiana, en el fondo antihumanista, de perfidia
y desde la más abusiva fuerza de "gobiernos de ideología". Decía Unamuno, el gran Unamuno, casi
nuestro padre Unamuno, que a las 14 obras de misericordia del catecismo, hay
que añadir la decimoquinta: "Despertar al dormido". Y sobre todo,
decía el genial filósofo, cuando el dormido duerme al borde del abismo, es
mayor obra de misericordia despertarlo que enterrarlo después de muerto. Teorizamos demasiado, con la mejor
voluntad, incluso sobre educación, pero, en general, demasiados alumnos se
nos escapan de las manos. Algo grave nos pasa. Un gran amigo mío y
excelente profesor suele interrumpir a sus ex alumnos cuando le cuentan que
ahora estudian Educación: –¡Qué!, les dice, ¿eso no se presupone? Con la deseducación tan permisiva y
errada, estamos padeciendo la entronización de la república del abuso y de
la fuerza del más fuerte, de vuelta a la ley de la selva que, en el hombre,
revienta toda convivencia y relación armónica. Aquella que observa
el fabulista Iriarte, “allá en tiempos de entonces” cuando el elefante
reunió a los animales para la pacífica convivencia, el orden, y la
sensatez. Pero educar es caminar del brazo con el
alumno para con-ducere, ir juntos, ejercer
la paciencia: a quo est vera sapientia, ab illo est vera patientia, (De pat
5 4). Guiar hacia la verdad del corazón, de los trascendentales del ser,
que aunque, por otro camino, no menos que la razón los percibe el corazón.
El amor incansable y el humor inagotable,
fueron las herramientas educativas de S. Juan Bosco: Mozo, sastre, zapatero,
herrero … y los domingos, ilusionista, músico y saltimbanqui. Cuando se
acercó al primer joven con su mejor proyecto en la cabeza, vio que sus
primeras preguntas no tocaban suelo. –¿Saber
silbar?, preguntó D. Bosco. Se dibujó la sonrisa y empezó la cercanía.
La dosis sicológica de sus célebres
Buenas noches han modelado miles de corazones y forjado hombres de fe recia
con distinguida marca salesiana. Confesaré que conozco a un grupo maduro de
ex alumnos salesianos. Una asidua decena. Todos ellos celebran entusiastas
sus mejores valores de la educación recibida. (No dudo de que entre los ex alumnos
agustinianos se darán rasgos análogos de hombres de bien y de celebrada
convicción agustiniana). El maestro tiene casi
–o sin casi– en sus
manos el poder del milagro. En el tiempo en que aún se consentía aquel
“principio de dómine”: la letra con sangre entra, el P. A. Manjón,
otro de los grandes educadores del s. XX y fundador de las escuelas del Ave
María, lo aceptaba solo volviéndolo del revés, que en su aprendido deje
granadino sonaría más o menos así: –“¿Que
la letra con sangre entra? –Sí,
pero de la maestra”. En fin, navegando por el inconmensurable
océano agustiniano, me atrevo, bruscamente, a terminar así: No sabe uno qué
admirar o dónde aprender más: si en la genial doctrina y perdurable
vida de sus magistrales libros, o en el polifacético y universal
libro de su vida, sus Confesiones, escrito a jirones de corazón y sangre:
biografía, forja, broche. Y para el modelador troquel de las
generaciones de todos los tiempos, su fragua, su martillo y su yunque. Lima, 17 enero, 2010 Bibligr. Obras de S. Agustín, BAC, Madrid Historia de la filosofía, I,
BAC, Madrid, 1982 Studium Sapientiae. Plan de formación.
Madrid, 1987 Elementos básicos de pedag. agustiniana.
Eusebio B. Bardón, OSA. Iquitos, Perú, 2008. |