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Eucaristía de Clausura . 21 de Septiembre de 2007


Durante la Eucaristía de inauguración del Capítulo, recordaréis que hice referencia a la imagen de un mosaico – y a cómo la Orden Agustiniana es parte del mosaico, la polifacética realidad que es la Iglesia hoy. Esta tarde, si miráis detrás de mí, podéis ver un magnífico mosaico, que acoge e inspira y, como todo buen icono, invita a sus observadores a orar y reflexionar. 

            Mientras os estoy mirando, obviamente no puedo ver el mosaico. Sin embargo, cuando pienso en las distintas comunidades y servicios de la Orden hoy, que vosotros representáis, puedo ver un magnífico mosaico – hecho de distintas formas y tamaños – no hecho de piedra, sino creado de vivientes, vivencias multicolores que se reúnen para formar la Orden de San Agustín. 

            Pensando en lo que hemos hecho durante las pasadas tres semanas – todo lo que se ha dicho, las lenguas, las diferentes ideas, el contraste de los puntos de vista en diferentes temas – me pregunto: “¿qué nos mantiene juntos?”. ¿Cuál es la argamasa que mantiene cada pieza en su sitio, en una tensión viva, y que evita que todo el mosaico se rompa en fragmentos innumerables? 

            Estoy seguro de que en algún lugar del texto de las Constituciones podemos encontrar la respuesta… nuestro bautismo, nuestro deseo de seguir a Cristo, nuestro compromiso de vivir en comunidad. Esta es la respuesta “oficial” – y es importante ser capaces de dar esta respuesta en ciertos momentos y lugares. Haya o no un número específico de las Constituciones que enumere cada detalle de lo que son nuestro carisma e identidad, sabemos – en nuestros documentos y, más importante, en nuestras mentes y corazones – quiénes somos y en qué consiste nuestra vida. 

            Sin embargo, nuestra respuesta “oficial” no siempre es suficiente. Hay algunos desafíos significativos que afrontamos hoy. Por ejemplo, algunas de nuestras Provincias están luchando con interrogantes serios acerca de cómo será el futuro, porque hay pocas o ninguna vocación. Otras circunscripciones son bendecidas con vocaciones, pero todavía buscan una comprensión más profunda de lo que podemos llamar una “Cultura Agustiniana”. Todos nosotros buscamos y tratamos de leer los signos de los tiempos, preguntándonos cómo podemos responder mejor a las necesidades del Pueblo de Dios hoy. 

            Y esos desafíos están muy relacionados – porque cuestionan nuestra habilidad para caminar hacia el futuro, como Agustinos. 

            T. S. Eliot escribió[1] que hay dos elementos muy importantes que deben ser abrazados para evitar que una “cultura” se deteriore: a partir de una reverencia del pasado, incluyendo honrar a los difuntos, y anhelar un futuro, una descendencia. Ambos son necesarios para que una cultura sobreviva. Hoy, en la Orden, algunos de nuestros hermanos están en un estado en el que han dejado de anhelar un futuro, una “descendencia”, nuevas vocaciones. Resignados simplemente a un futuro yermo, parece que se estén preparando (sabiéndolo o no) a morir. En la otra mano, especialmente en África, Asia y Latinoamérica, tenemos muchas áreas en las que hay numerosas vocaciones – y un continuo deseo de “nueva descendencia”. Pero en ocasiones falta un profundo conocimiento y reverencia hacia el pasado, porque allí no hay ninguno que transmita la herencia, la “historia de la familia”, la verdad que buscamos cuando hablamos de la espiritualidad de San Agustín y de los valores de la “tradición mendicante”. 

            Me parece que algunos de los temas de los que hemos hablado y sobre los que hemos reflexionado las últimas tres semanas son un modo de afrontar este conflicto: ¿cómo podemos continuar transmitiendo nuestra “cultura”? ¿Cómo compartir nuestras vidas, nuestra espiritualidad con los laicos? ¿Cómo preparamos mejor a nuestros miembros? ¿Qué tenemos que hacer para generar una efectiva “renovación”? ¿Qué valor podría haber en crear comunidades internacionales? ¿Cómo pueden ayudar las circunscripciones con muchas vocaciones a aquellas que tienen pocas o ninguna vocación? Y quizás una pregunta que no se ha formulado: ¿cómo pueden estas circunscripciones con una larga tradición pero pocas vocaciones asistir otras áreas de la Orden que puedan beneficiarse de la sabiduría de los mayores? 

            Al final del Capítulo, vuelvo a la imagen que hay en la pared detrás de mí: los discípulos de Emaús que encuentran al Señor resucitado. Su encuentro con Cristo – la misma experiencia que cambió de forma profunda la vida de Mateo cuando Jesús le llamó, y dejó su bastante lucrativa posición como recaudador de impuesto para seguir a Jesús. Jesús encuentra a otros, comienza a construir comunidad, parte el pan con ellos y ellos, a cambio, eligen dejar todo lo que pudiera ser importante para poder seguirle. Y la pregunta ante nosotros esta tarde es: ¿quién será capaz de cambiar la vida de los recaudadores de impuestos hoy? ¿Quién encontrará a la gente joven que vaga por el camino, quizás sintiéndose perdidos o solos o sin esperanza? ¿Quién llevará el mensaje de esperanza – y ayudará a otros a ver cómo los vínculos de la comunidad pueden fortalecer y dar esperanza a los otros? 

            Cada uno de nosotros quiere creer que esto es exactamente lo que hacemos. Pero en ocasiones, incluso sin saberlo, la efectividad del mensaje, el poder de la Palabra, el impacto de lo que nuestra vida pueda ofrecer, queda oculta o muy difícil de reconocer. Y a pesar de que estoy seguro de que hay muchas razones por las que el mensaje no se está comunicando, un factor importante está entre los elementos fundamentales de todo el movimiento mendicante: ¿Cuál es nuestra actitud hacia los pobres de este mundo? La naturaleza radical de las órdenes mendicantes se encuentra precisamente en su rechazo del confort material y la riqueza de la iglesia establecida, y su abrazo de la simplicidad, para estar más cerca de los pobres: “No des a los pobres lo que no necesitas…. porque eso es como cometer fraude” (S. Agustín, Sermón 206,2). Nosotros hemos oído un número de comentarios acerca de la pobreza y acerca de nuestro estilo de vida durante las últimas semanas. ¿Cuánto estamos preparados para permitir realmente que nuestras vidas sean renovadas por los pobres, por nuestra apertura a vivir con ellos permitiéndoles compartir sus vidas, su fe con nosotros? 

            Jesús comenzó y terminó con los pobres. Vivió y murió en circunstancias muy humildes. Predicó a “todas las naciones” y cenó con los excluidos, y murió con ladrones. Disturbó a los ricos y poderosos. A los ricos les pedía cambiar sus maneras. A los religiosos “oficiales” criticaba y llamaba hipócritas. Y se unieron con los gobernantes políticos para crucificarlo. 

Nosotros, por otra parte, protegidos por la tradición de nuestras instituciones, a veces nos encontramos más bien entre aquellos que “leen el Evangelio como si no tuvieran dinero, pero gestionan su dinero como si ellos nunca hubieran leído el Evangelio”. 

            En el pasado, la “institución” (sea la Iglesia o la Orden) fue lo suficientemente fuerte como para mantenernos unidos, sostenernos juntos, en algún tipo de forma unificada que ciertamente ha permanecido por siglos. Hoy la institución continúa siendo importante, pero no es suficiente. Los jóvenes (incluyendo, tristemente, algunos de los que han decidido dejar la Orden) necesitan más y buscan más. Buscan compromisos y gente valerosa que comparta con ellos la emoción de conocer a Jesús, Aquel que cambia las vidas de las personas y continúa partiendo el pan con ellos. Las Nuevas Constituciones y un nuevo documento – si  permanecen sólo como áridas declaraciones de una lucha por la supervivencia institucional – no van a generar mucho cambio. Nuestro amor a Dios y entre nosotros, nuestro deseo para entrar en diálogo los unos con otros y con los laicos, y nuestro trabajo por la justicia al lado de los marginado, los excluidos, los pobres de hoy – estos son los elementos que abrirán nuestra mentes a lo que el Espíritu nos está diciendo. Si hay un mensaje de este Capítulo, de algún modo creo que está ahí. Con reverencia por nuestra herencia agustiniana y con nuestro compromiso para renovarnos a nosotros mismos mientras nos preparamos para el futuro, nuestras vidas y nuestras comunidades serán transformadas, como si una vez más escuchásemos de nuevo aquellas palabras “Ven y sígueme”.  

Roberto F. Prevost, OSA

 


 

[1] T.S. Eliot, “Notes toward the Definition of Culture”, pp. 115-117.