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 LA RENOVACIÓN DE LA VIDA AGUSTINIANA
Mensaje del Capítulo General a los Hermanos de la Orden


0. INTRODUCCIÓN

            La renovación de la vida religiosa es uno de los temas planteados desde el Concilio Vaticano II. Hace ya algo más de 40 años (28-X-65), el Decreto Perfectae Caritatis señalaba en efecto los principios generales a seguir para la adecuada renovación de la vida religiosa (PC 2):

- seguimiento de Cristo según el EVANGELIO

- CARISMA y patrimonio propio de cada instituto

- comunión y participación en la vida de la IGLESIA

- situación y necesidades del MUNDO de hoy

- prioridad de la RENOVACIÓN ESPIRITUAL.

            Desde entonces, la Orden de San Agustín ha realizado un largo proceso de renovación, iniciado con el Capítulo extraordinario de Villanova (1968) y la redacción de las nuevas Constituciones. Dentro de este proceso, se estudiaron y elaboraron importantes Documentos sobre la renovación y actualización de la vida religiosa agustiniana (“Documento de Dublín”, 1974; “La comunidad agustiniana entre el ideal y la realidad”, 1992; “Agustinos nuevos para el Tercer milenio”, 1995; “Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy”, 1998). También se realizaron diversos programas y propuestas de reflexión y renovación a distintos niveles, como el “Proyecto Hipona-Corazón Nuevo” (América Latina, 1993-2007) o la reciente celebración del “Jubileo Agustiniano 2004-2006”.

            El presente CGO 2007 tiene como tarea precisamente la renovación del texto de las Constituciones en su parte doctrinal-espiritual (Capítulos I-IX). Una tarea importante, sin duda, que ha supuesto un serio trabajo de la Comisión responsable y ha contado con la participación de numerosos hermanos y comunidades, tanto a través del estudio de los tres “Borradores” sucesivos como en el Capítulo General Intermedio 2004. Pero debemos ser conscientes de que lo verdaderamente importante es renovar nuestra vida: algo que no se hace simplemente a partir de papeles o documentos, sino que debe llegar a la experiencia y a la vivencia personal y comunitaria. Lo que exige un proceso de cambio y conversión: una auténtica renovación interior, que va unida al cambio de estructuras, exige renovar también la formación y repercute necesariamente en la misión.

            El esfuerzo continuo por una auténtica renovación es necesario siempre (“ecclesia semper reformanda”) y quizás hoy más que nunca (ante el cambio acelerado de la cultura, la sociedad y la Iglesia misma; sin olvidar los desafíos de la multiculturalidad y el reto de la inculturación). Y, aunque no es fácil, es todavía posible (tenemos un rico patrimonio humano y espiritual capaz de afrontar el desafío). Conscientes de ello y sin olvidar los logros de los últimos tiempos (preocupación por la identidad y el carisma agustiniano, adecuación de estructuras comunitarias, crecimiento en la fraternidad y en el compromiso por la justicia social, mayor sentido de la internacionalidad de la Orden), debemos hoy seguir caminando y dejarnos interpelar una vez más por las palabras de N. Padre san Agustín: “Somos al mismo tiempo perfectos e imperfectos. Perfectos en nuestra condición de caminantes, imperfectos porque aún no hemos llegado a la meta...Avanzad, hermanos míos, examinaos honestamente una y otra vez. Poneos a prueba. No estéis satisfechos con lo que sois si queréis llegar a lo que aún no sois. Porque donde te consideras satisfecho de ti mismo, allí quedarás parado. Si dices «basta», entonces estás acabado. Así pues, añade siempre algo más, avanza sin parar, progresa siempre” (s. 169, 15 y 18).

 

 

1. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA VIDA AGUSTINIANA

            Como hemos recordado, ya desde el Vaticano II (PC 2) la Iglesia nos sugiere que la auténtica renovación sólo es posible integrando el retorno constante a las fuentes con la adaptación a las cambiantes condiciones de los tiempos. Supone por tanto un camino de fidelidad y creatividad (la urgente fidelidad creativa o fidelidad dinámica a la que se refiere el n. 37 de Vita consecrata) iluminado en nuestro caso por tres elementos fundamentales:

1.1. El seguimiento de Jesús. Es norma de toda vida cristiana y de la vida consagrada, que “representa perennemente en la Iglesia el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que le seguían” (LG 44). Este seguimiento radical de Jesús constituye la identidad de la vida consagrada e implica no sólo la práctica de los consejos evangélicos sino la aceptación coherente de las mismas opciones prioritarias de Jesucristo:

- el Padre sumamente amado (cf. Mt 11,25; Mc 14,36; Jn 8,29).

- el Reino de Dios y su justicia por encima de todo (cf. Mc 1,15; Lc 12,31; Mt 13,44.)

- los pobres, los pequeños y excluidos como primeros y privilegiados destinatarios de la Buena noticia (Lc 6,20 y 7,22; Mt 25,31ss.).

            El bautizado que vive y quiere vivir así radicalmente en Cristo está llamado a ser testimonio profético en la Iglesia y en el mundo de una manera alternativa de vivir la existencia humana y de realizar la común vocación universal a la santidad.

1.2. El carisma agustiniano. Después de una seria reflexión sobre el tema, la Orden ha llegado durante los últimos decenios a un consenso sobre la identidad agustiniana, en la que se unen y complementan la rica herencia de la espiritualidad de S. Agustín y su concepción de la vida consagrada con las características propias de las Órdenes mendicantes (cf. Const. 7). Elementos esenciales de esta identidad agustiniana son por lo tanto:

1.2.1. Desde san Agustín. La interioridad, la comunión de vida y el servicio a la Iglesia

            Compartir la búsqueda de Dios desde la interioridad, con toda la riqueza y el dinamismo que encierra, de acuerdo al texto clásico sobre el tema, la invitación de Agustín a volver al corazón, a entrar dentro de sí mismo, a la profundidad, la reflexión y la autenticidad: "No andes por fuera, entra dentro de tí mismo: en el hombre interior habita la verdad. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, pero no olvides que al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos, allí donde la luz de la razón se enciende" (Vera rel. 39, 72).

            Compartir en comunión de vida tanto los bienes espirituales como los materiales. Bajo diversas formulaciones y con diversas dimensiones (comunidad, vida social, amistad, koinonía, comunión y participación, compartir…), lo comunitario marca y caracteriza siempre la experiencia y el pensamiento agustiniano. “Una sola alma y un solo corazón en y hacia Dios" (reg. I,1) es seguramente la expresión más sintética y conocida del convencimiento básico de Agustín: no hay ninguna manera más plena de ser persona y de ser cristiano que vivir en comunidad.

            Compartir el apostolado en comunidad al servicio a la Iglesia: ser "servidores de la Iglesia" (op. mon. 29, 37). Agustín descubrirá progresivamente, y aceptará generosamente, el compromiso de la actividad al servicio de la Iglesia, “el servicio que debo a mi pueblo” en sus propias palabras (ib.). Nunca pueden anteponerse los propios intereses o la simple tranquilidad personal a las necesidades de la Iglesia, "pues si no hubiese buenos servidores dispuestos a asistirla cuando ella da a luz, no hubiéramos encontrado ningún medio de nacer" (ep. 48, 2).

1.2.2. Como Orden mendicante. La vida fraterna, la búsqueda de Dios, el deseo de seguir a Cristo pobre y la dimensión apostólica de la vida religiosa (ver Carta del Prior General a la Familia Agustiniana en el 750 Aniversario de la Gran Unión, 2006).

            La vida fraterna, a imitación de las primeras comunidades cristianas: el sentido comunitario marca especialmente la vida de los mendicantes, tanto en su dimensión interna (son todos hermanos, “frailes” y se gobiernan capitularmente) como en su actividad pastoral: formación de comunidades y extensión de la fraternidad también a los fieles laicos. Para los agustinos, de modo particular, esta vida fraterna en comunidad enriquece y da una identidad especial a todos los demás elementos de su espiritualidad.

            La búsqueda de Dios, personal y comunitaria, que con frecuencia expresamos como la “dimensión contemplativa” de nuestra vida. Los mendicantes eran y querían ser hombres de Dios para el pueblo, desde una intensa vida de oración y estudio, una atención especial al culto litúrgico y una generosa dedicación al ministerio pastoral.

            El deseo de seguir a “Cristo pobre”, por medio de la comunión de bienes y manifestado en una forma peculiar de practicar el voto de pobreza con un estilo de vida auténticamente sencillo y austero, cercano al pueblo, preocupado por su situación de injusta pobreza, semejante a la pobreza del mismo Jesús y de los apóstoles.

            La dimensión apostólica de la vida religiosa, como respuesta a las nuevas necesidades de la Iglesia: la predicación y la docencia teológica en las universidades, recién fundadas, o en estudios propios, fueron por eso dos prioridades de los mendicantes, comprometidos a evangelizar la sociedad urbana desde dentro (conventos en las ciudades) con su presencia y su ministerio pastoral, fortalecido desde la comunidad.

Es preciso hacer notar que las características o elementos básicos de la espiritualidad mendicante vienen a coincidir en muchos aspectos, enriqueciéndose mutuamente, con los rasgos fundamentales de la experiencia y la doctrina de Agustín sobre la vida religiosa. Él nos enseña a no separar nunca la interioridad, la comunión de vida y el servicio a la Iglesia. Y, de igual manera, la armónica integración de los elementos  señalados como característicos de la espiritualidad mendicante es la que da a la misma su sentido y originalidad. La integración armoniosa de estas dos fuentes o dimensiones constitutivas de nuestra espiritualidad es fundamental para ser fieles a nuestra identidad, actualizar nuestro carisma, y responder a lo que hoy nos piden la Iglesia y el mundo. Cuando caemos en la tentación de elegir sólo uno u otro de estos elementos, empobrecemos nuestro patrimonio espiritual y también nuestra identidad como agustinos (Carta P. General, 2006).

 1.3. Los signos de los tiempos. Leer juntos los signos de los tiempos nos hace encontrar a la vez oportunidades y desafíos para la misión de la Iglesia. Son luces o  signos de vida los que promueven una mayor participación y comunión entre las personas y los pueblos. En cambio, son sombras o signos de muerte aquellos que dividen y crean fragmentación y violencia en la sociedad. Leer todo esto, desde la perspectiva de la acción de Dios que actúa en la historia  y en la actual realidad de pecado, es el desafío actual a la vida y a la comunión eclesial: el Evangelio no cambia, pero los tiempos y las culturas, sí: ese es el reto al que se enfrenta la “nueva evangelización”. Es preciso escrutar los signos de los tiempos porque si “nuestras propuestas no sintonizan con los desafíos del presente, el diálogo resulta imposible y nuestra presencia irrelevante.”(CGI’98 #24) Y entre las características  de la época de cambio acelerado que vivimos, señalamos las siguientes:

1.3.1 La Globalización

Una realidad compleja que tiene diversas dimensiones (económicas, políticas, culturales, etc) y que ofrece aspectos  positivos, porque favorece el acceso a las nuevas tecnologías y mercados y manifiesta una profunda aspiración de la humanidad hacia la unidad.  Pero  el factor actualmente dominante en este proceso es la dimensión económica que da un valor absoluto al mercado,  convirtiéndose en “promotor de inequidades e injusticias múltiples” (Aparecida #60) y que es incapaz de asumir los valores de la civilización del amor.  El resultado es una sociedad insolidaria con cada vez mayores exclusiones, lo que significa que los “Objetivos de Desarrollo de Milenio”[1], que nuestra Orden se ha comprometido a promover, no resultan alcanzables.  Frente a esta realidad el evangelio nos exige predicar la “Buena Nueva” y construir “la ciudad de Dios”.

1.3.2. La secularización.

Un fenómeno igualmente con aspectos positivos –como el reconocimiento de la legítima autonomía de las realidades temporales, el valor del individuo y sus derechos fundamentales, el derecho de la autonomía política-(GS#36; EN #55)- pero que, unido al agnosticismo relativista y al consumismo, se convierte en secularismo. Este causa un impacto deshumanizador y negativo, que tiende a negar el rol de Dios en la historia y a arrinconar los valores religiosos, rechazando así su debida influencia en el mundo y desconfiando de que la Iglesia y  la vida religiosa  puedan aportar cosas positivas a la construcción de la sociedad.  En la época actual, muchas veces llamada post-moderna, “se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión” (Benedicto XVI, A la Academia Pontificia por la vida, 24 febrero 2007).

1.3.3. La injusticia y el escándalo de los desequilibrios sociales

Estos desafían permanentemente a quien cree en el Evangelio del amor: “Las grandes parábolas de Jesús han de entenderse también a partir de este principio [dimensión social del amor cristiano]… ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados… Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Benedicto XVI, DCE 15). Precisamente a la luz de este texto de Mateo (ver Constituciones 74), S. Agustín denunció con frecuencia las situaciones de injusta pobreza, sin olvidar nunca que “aquí, Cristo es pobre y está en los pobres” (Serm 123,4).

1.3.4. Ecología

Durante los últimos años ha aumentado la preocupación mundial por la destrucción del medio ambiente.  El proceso de industrialización no controlado ha terminando contaminando el mundo entero, con consecuencias negativas para la humanidad a causa del calentamiento de la tierra.  La ciencia es clara en señalar el problema, pero no existe la voluntad política para enfrentarlo con la necesaria urgencia. “La relación con la naturaleza adquiere en S. Agustín valor ético. …Una naturaleza que es buena, que habla de Dios y es vestigio de la Trinidad. Atentar contra la naturaleza es romper la unidad.” (CGI’98 #31).  Tenemos que mirar a la naturaleza como don de Dios, dado a toda la humanidad como patrimonio para las futuras generaciones.  Esta visión cristiana y profundamente agustiniana de la naturaleza, está hoy es más amenazada que nunca y requiere respuestas audaces.

1.3.5. Nuevas tecnologías

Vivimos en la época de la revolución tecnológica que ha cambiado nuestro mundo. Estas nuevas tecnologías  ofrecen muchas ventajas a la humanidad: mejor y más rápida comunicación (correo electrónico, chat, páginas web...), herramientas de eficiencia económica, etc. Pero también causan problemas sociales y una situación en la que muchas veces se comunica, aunque superficialmente, con mayor facilidad con una persona en otro continente que con un miembro de la familia o la comunidad religiosa, ocasionando así soledad, autonomía extrema y aislamiento personal.

A la vez, estas tecnologías no están al alcance de todos, creando una “brecha tecnológica” que necesariamente va a aumentar el injusto desequilibrio social.

1.3.6. La fragmentación y los conflictos culturales y religiosos

Estos fenómenos hacen más necesarios que nunca el ecumenismo y el diálogo inter-religioso, imprescindibles para superar los fundamentalismos y evitar la violencia, la guerra y el terrorismo.  En muchos de nuestros países el avance del Islam es notable y nos invita a promover puentes de diálogo inter-religioso para contrarrestar el modelo de actitudes de conflicto y enfrentamiento que fortalecen las intolerancias y la violencia. “Quisiera mencionar, en primer lugar, la creciente toma de conciencia sobre la importancia del diálogo entre las culturas y entre las religiones. Se trata de una necesidad vital, concretamente ante los retos comunes que afectan a la familia y a la sociedad” (Benedicto XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 8 enero 2007).

Esta fragmentación resulta también muy marcada en muchas partes del mundo, donde el avance de las sectas pentecostales y los fundamentalismos cristianos (algunos aún en la misma Iglesia) hacen difícil el dialogo y fomentan el antagonismo. También se da un aumento de prácticas religiosas individualistas que no están ancladas en una Iglesia o comunidad eclesial.  La formación y el fuerte crecimiento de estos grupos y fenómenos individualistas nos interpelan a analizar las razones por las que hoy no estamos respondiendo adecuadamente a las necesidades de muchas personas. Entre muchas posibles causas quizás estén la falta de  inculturación, la incomprensión cultural y el haber abandonado prácticas religiosas que muchos siguen anhelando

1.3.7. La Inmigración-emigración

Es una realidad global que implica el movimiento de personas en busca de una vida económica mejor o por escaparse de situaciones de intolerancia y violencia en sus propios países.  En todas nuestras sociedades esto tiene importantes repercusiones, ya sea porque parte significativo de nuestro pueblo está saliendo de nuestros países, o porque nuestros países están recibiendo a estos inmigrantes.  Con este encuentro nuevo de diversas culturas en un solo país hay un despertar del miedo frente “al otro” con actitudes de intolerancia.  El principio del derecho a emigrar está bien enraizado en la doctrina social de la Iglesia (Octogesima Adveniens, 17), así como nuestra responsabilidad de dar ejemplo de acogida para “ir más allá de las mezquinas actitudes nacionalistas”(Ibid.), ya que “no podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios.”(Nostra aetate, 5)

A la vez, la emigración de personas de culturas predominantemente católicas a los países desarrollados económicamente ofrece un enriquecimiento con sus distintas expresiones de fe y un campo donde la promoción vocacional presente nuevas posibilidades si somos capaces de promover programas que respondan a sus realidades culturales.

 

Detrás de estos fenómenos, y de otros, hay un hilo conductor presente en todos: la crisis causada por la búsqueda de una ética que responde a los nuevos desafíos.  La interdependencia en el ámbito mundial exige nuevos parámetros éticos que orienten la convivencia de la humanidad, fundándola sobre la paz, la justicia y la salvaguardia de lo creado.

Los efectos negativos de estos fenómenos no se combaten simplemente predicando, sino dando testimonio de amor auténtico y de compromiso a favor de la justicia, los derechos fundamentales de cada persona y de su  dignidad, el diálogo y la acogida, y un estilo de vida basado en valores fundamentales de nuestra espiritualidad agustiniana ( “unitas, veritas, caritas.” )

 

2. OBSTÁCULOS PARA LA RENOVACIÓN Y DESAFÍOS EN LA VIDA DE LA ORDEN

2.1. Obstáculos

“Vigorizar el carácter religioso de nuestra vida es el paso inicial para centrarnos en lo absolutamente nuclear del Evangelio y para poder verificar la motivación radical de nuestro trabajo” (CGI’98, I.3). La pérdida o el enfriamiento de una profunda experiencia de fe está con frecuencia en la raíz de algunos de los obstáculos más concretos que podemos encontrar para la renovación de nuestra vida, como los que enumeramos a continuación.  

2.1.1. Individualismo. Por diversas razones, se detecta hoy en nuestras comunidades un creciente “individualismo” (entendido como autonomía radical) que últimamente y a todos los niveles –de comunidad local, de circunscripción y de Orden- aparece, junto al activismo, en todas las evaluaciones que se han realizado en la Orden como uno de los aspectos de nuestra vida más contrario a nuestra espiritualidad y con consecuencias prácticas más graves. Un individualismo que se traduce en actitudes egocéntricas y de falta de sentido de pertenencia y compromiso definitivo, dificultad para asumir responsabilidades comunitarias , conflictos por la pertenencia a nuevos movimientos eclesiales. Todo ello dificulta grandemente la disponibilidad personal, la capacidad de compartir la fe, el discernimiento comunitario, el trabajo en equipo y la colaboración entre circunscripciones.

2.1.2. Falta de auténtica comunión de bienes. Con frecuencia hay serias incoherencias en el uso y administración de los bienes. No existe en muchas ocasiones una economía fraterna y centralizada; el materialismo y el consumismo, típicos también de nuestra cultura, no se quedan a las puertas de nuestras comunidades. La historia y la experiencia atestiguan que los abusos contra la pobreza están frecuentemente entre las principales causas de crisis e incluso de desaparición de comunidades e instituciones religiosas. Urge, en cualquier caso, buscar formas creíbles y actuales de vivir y testimoniar la comunión de bienes. “No olvidemos que Agustín exigía poner todos los bienes en común como una condición para entrar en la comunidad, no como un objetivo a alcanzar con el transcurso del tiempo. Podemos honestamente preguntarnos a nosotros mismos cómo ser más fieles a este principio para testimoniar mejor una alternativa viable al sistema económico de nuestra sociedad, viviendo más en sintonía con la justicia y no sólo con la caridad” (Carta del Prior General a la Familia Agustiniana en el 750 Aniversario de la Gran Unión, 2006).

2.1.3.Divisiones internas: A veces profundas y debidas a diversos motivos: estructuras que separan y enfrentan a circunscripciones, incluso dentro del mismo país; influencias culturales, como el espíritu tribal o los nacionalismos, que resultan más fuertes que el ideal de apertura personal y fraternidad comunitaria que debería caracterizarnos en la práctica y que bloquean las relaciones humanas, el funcionamiento del capítulo local y la colaboración mutua.  

2.1.4. Miedo al cambio, actitud de rutina e instalación. “La resistencia al cambio y a la conversión parecen ser uno de los mayores problemas en la vida de la comunidad” (Rat. Inst. 45). Ciertamente, no se trata de cambiar por cambiar, sino de convertirnos y mejorar. Pero la edad y el paso del tiempo hacen que las personas y las instituciones –especialmente aquellas a las que la identificación con “valores eternos” puede inclinar al inmovilismo- tiendan a instalarse y pierdan capacidad de cambio, ilusión y creatividad. Esto constituye un obstáculo para poder vivir la “novedad” del evangelio, dejarse interpelar por los signos de los tiempos, y encarnar hoy el corazón inquieto y siempre en búsqueda que caracterizó a Agustín. Nos cuesta trabajo cambiar a cada uno de nosotros mismos, renovar o adaptar estructuras de vida y gobierno, responder con impulso misionero a las nuevas necesidades del mundo y la Iglesia, ver más allá de los límites de la propia comunidad o circunscripción, estar abiertos a la realidad en vez de encerrados en nuestro pequeño mundo, asumir los desafíos de las “nuevas fronteras”. Es más fácil seguir como siempre y haciendo lo mismo de siempre, pero ya decía san Agustín que “no es verdad lo que se dice, que una cosa bien hecha una vez no puede ser cambiada en modo alguno. Varían las condiciones del tiempo. Y la misma recta norma exige que se cambie lo que con anterioridad estaba bien hecho. De tal manera que, mientras que algunos dicen que no se obraría bien si se cambiase, la verdad proclama por el contrario que se haría mal en no cambiar; así pues, ambas cosas estarían bien hechas, teniendo en cuenta que han cambiado porque también son distintos los tiempos” (ep. 138,1,4).

2.1.5 Envejecimiento de los hermanos y disminución del número de jóvenes, que impide llevar adelante  muchas de nuestras actividades tal y como venían organizándose hasta ahora.

2.2. Desafíos

2.2.1 Estructuras de formación. La renovación comienza en la Orden por la formación, sobre todo por la formación inicial y permanente conjuntamente. Con frecuencia, el desafío que supone la elaboración seria de programas y los recursos necesarios para plasmarlos en estructuras adecuadas superan con mucho las posibilidades concretas de las Circunscripciones. Pensar en programas conjuntos y Casas inter-circunscripcionales e internacionales (de lo que ya existen experiencias positivas en la Orden) parece el mínimo exigible ante este desafío, además de una atención especial a la adecuada preparación de los formadores, que deben estar dotados de la madurez, experiencia y cualidades adecuadas (Const. 244).

2.2.2. Religiosos neo-profesos y neo-ordenados. Una preocupación universalmente compartida hoy en el ámbito de la vida religiosa es la situación peculiar en la que viven los religiosos que han profesado y/o se han ordenado en los últimos años. Su integración debe hacerse con atención y actitudes positivas, de forma que reciban el apoyo comunitario y al mismo tiempo enriquezcan a la comunidad con su aportación  y su experiencia personal.  Un desafío que exige comunidades acogedoras y abiertas, sintonía entre la formación inicial y la vida real de las comunidades, acompañamiento en el progresivo proceso de madurez, responsabilidad de los jóvenes y apertura de los demás a sus inquietudes.

 

2.2.3. Liderazgo espiritual y formación para los diversos oficios comunitarios. La fraternidad comunitaria es nuestra riqueza y nuestra fuerza, en el orden espiritual y también, desde luego, en el humano. Antes que profesionales, funcionarios, ejecutivos o sacerdotes, somos hermanos. Pero con frecuencia nos resulta difícil crear experiencias de comunidades verdaderamente fraternas, integradoras y dialogantes. El servicio de animación comunitaria parece por eso hoy prioritario; pero no es fácil ni se improvisa, y menos aún el ejercicio comunitario y corresponsable del mismo. Un desafío importante, que exige hoy nuestra atención y nuestra respuesta a través de cursos de espiritualidad y liderazgo; apoyo adecuado, especialmente a los jóvenes, para asumir acertadamente  un oficio comunitario, reuniones frecuentes, fortalecimiento del capítulo local y estructuras comunitarias de vida y oración).

2.2.4. Calidad de vida y pastoral vocacional 

La renovación dinámica y constante de nuestro estilo agustiniano de vida, el servicio humilde a las necesidades de la Iglesia, la calidad de nuestra vida abierta siempre a los nuevos desafíos, generan todavía atractivo y acogida vocacional. Al mismo tiempo, encienden la esperanza en los desanimados para continuar su presencia en la Iglesia y el mundo como agustinos. La realización de esta renovación por parte de cada comunidad será la garantía y el apoyo de la pastoral vocacional, especialmente en algunas circunscripciones de la Orden.

 

2.2.5 Promoción de la espiritualidad agustiniana y de la misión compartida con los laicos

La figura y el mensaje de San Agustín despiertan simpatía en los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Estamos llamados a hacer con ellos un camino de fe y de formación en la espiritualidad agustiniana, con el fin de construir y ofrecer el mismo Reino de Dios. Es importante ofrecer a los laicos agustinos los medios más adecuados para su formación personal y para su testimonio de vida cristiana, para que también ellos, con nosotros, se conviertan en promotores de la espiritualidad agustiniana en el mundo y en la Iglesia (CGO’01,C-9,h). 

 

3. PISTAS ORIENTADORAS PARA LA RENOVACIÓN

Las pistas de un proceso continuo de renovación tienen que salir al paso de los problemas y desafíos actuales para que no sea “como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad.” (EN 20)

3.1. Renovación interior. Prioritaria para la renovación de la vida consagrada según el Vaticano II. Exige la conversión personal y comunitaria para vivir con fidelidad la consagración al Señor, el cultivo de la interioridad, la confrontación continua de nuestra vida y actitudes con la Palabra de Dios, la oración personal y la experiencia de fe compartida en la oración comunitaria, la actitud de diálogo y servicio fraternos, el compromiso serio con nuestra formación permanente. Esta dimensión “interior” o “espiritual” (experiencia de la presencia y actuación del Espíritu del Señor resucitado en nuestra vida y en la comunidad) es fundamental en nuestra vida. Cuando la perdemos, olvidamos o relativizamos, no es posible ser coherentes con nuestra vocación a ser “memoria viviente del modo de existir y actuar de Jesús” (VC 22), ni sirven de mucho las programaciones o los cambios meramente externos (PC 2).

3.2. Comunión de vida. Punto central de la experiencia y la espiritualidad de san Agustín y fundamento de toda la vida agustiniana (Const. 8). Nuestra comunión de vida está basada en la interioridad y la búsqueda de Dios, pero que no se puede reducir sólo a la dimensión interior. Debe encarnarse en las relaciones humanas dentro de la comunidad y con los laicos, en las estructuras comunitarias, en la solidaridad con los pobres y excluidos, en el apostolado comunitario. Exige cuidar y priorizar la vida comunitaria,  renovar el sentido de pertenencia a la comunidad (presencia física y comunión afectiva) y las estructuras que hacen posible la comunión de vida (capítulos, actos comunes, diálogo, comunión de bienes). Esto se puede fortalecer más con el testimonio de comunidades internacionales, que necesitamos fortalecer y/o promover. Ya el Documento de Dublín (ver n. 32ss.) comenzaba su descripción de la espiritualidad agustiniana por el tema de la comunidad, afirmando con rotundidad algo que nunca debiéramos haber olvidado: “El Capítulo está convencido de que si nosotros agustinos no conseguimos una renovación de la vida común, a luz del Nuevo Testamento y del espíritu de san Agustín, el resto de nuestros problemas (crisis de vocaciones, crisis de identidad, problemas apostólicos, etc.) no se resolverán ni surgirá una nueva vitalidad en la Orden” (n. 64).

3.3. Formación. Clave de la renovación y del futuro, en su doble dimensión (inicial y permanente). Un tema cuyo contenido implica revisar todo el proceso formativo, desde la pastoral vocacional en adelante, con especial insistencia hoy en la formación permanente y en un serio estudio de las ciencias que nos permitan responder a los desafios actuales y evangelizar la cultura. ¿Aún no hemos tomado conciencia de la seriedad del tema? ¿Nos preocupa el “problema vocacional” (no vienen nuevas vocaciones) y nos despreocupa la vocación de los que ya ingresaron (deficiencias en la formación inicial, descuido o inexistencia de la formación permanente)? La reflexión, aplicación y actualización de la “Ratio Institutionis” nos ayudará sin duda a plantear acertadamente este tema, a profundizar en las diversas dimensiones (humana, cristiana, agustiniana, profesional/técnica...) de la formación e incluso, como se afirma en la presentación del Documento, “puede significar una ayuda para nuestra propia autocomprensión y para configurar una conciencia más clara de nuestra identidad”.

4.3. Misión. “La comunidad agustiniana puede presentarse como paradigma de la comunión de bienes y de la democratización del poder. Evangelizamos, fundamentalmente, desde la comunidad y presentamos el modelo de una Iglesia-comunidad y de un ser humano comunitario.”(CGI’98, 27) Esto nos exige  evangelizar con nuevo ardor y nuevos métodos; estudiar y enseñar la espiritualidad agustiniana; fomentar los estudios y la pastoral educativa como medios de evangelización importantes dentro de nuestra tradición; hacer de nuestras obras (parroquias, colegios, comunidades) centros de evangelización misioneros y creadores de comunidad; optar clara y coherentemente por los pobres y los jóvenes; promover la justicia y los derechos humanos. Son temas que se repiten constantemente en los últimos años en el Magisterio de la Iglesia, en las orientaciones pastorales de todo tipo, y también en los documentos de la Orden, especialmente en los dos últimos Capítulos Generales Ordinarios (1995 y 2001). “Las dificul­tades actuales con las que se encuentra la Orden en las diversas áreas geográficas y apostólicas no deben apagar la antorcha misionera. Este compromiso imprescindible supone una revisión valiente de nuestros ministerios y de nuestras presencias, una capacidad más ágil de colabo­ración entre las diversas partes de la Orden. Todo ello supone una apertura de la mente y del corazón a nuevas fronteras, así como un compromiso más convencido de nuestros hermanos laicos” (CGO 1995, Documento programático ,13).

Algunos pasos importantes para esta renovación en la misión son:

a)El aumento del papel de los laicos como protagonistas en nuestra misión. Un paso importante en este sentido es sin duda la celebración del II Congreso Internacional de Laicos Agustinos (Roma 2006) y el diálogo iniciado con el grupo de personas elegidas en el mismo Congreso.

b) La conciencia de que es preciso renovar hoy en la Orden un decidido compromiso evangelizador, abierto a “nuevas fronteras” y con prioridades concretas: promover los estudios y la formación permanente, intensificar y actualizar el apostolado social, y compartir la espiritualidad y la misión con toda la Familia agustiniana (ver CGO 2001, Documentos y determinaciones).

c)Reconsiderar nuestras estructuras de gobierno y organización en la Orden, para asegurar que respondan a las exigencias actuales y que ayuden a superar las tendencias al “provincialismo” para mirar más allá de las fronteras de nuestra propia circunscripción.  Esto implica la promoción de casas inter-circumscripcionales de formación, la animación de procesos de unificación de circunscripciones basada en el principio del bien común, la  potencición del intercambio de personal entre circunscripciones como testimonio de la universalidad y unidad de la Orden. “Avanzamos hacia la superación de las barreras geográfi­cas y no podemos permanecer anclados a esquemas del pasado.”(CGO 1995, 27)

Nuestra misión es de dar vida a nuestros pueblos y esto siempre requiere la disponibilidad de “dar la vida” (Mt 10,39).  Que el ejemplo de los otros mártires de nuestra Orden, nos inspiren en nuestra respuesta. Ellos indican el camino de fidelidad para nuestra vida religiosa y fortalecen nuestro propósito de empeñar un proceso de renovación y revitalización que combata la tentación de mediocridad y de indiferencia ante las dificultades de la vida comunitaria, la situación eclesial y la vida social.

 


 

[1] Establecidos por la cumbre de presidentes y jefes de estado en 2000 en la ONU