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Homilia 13 de septiembre
Memoria de Juan Crisóstomo


HOMILÍA: Lucas 6, 27-38


Una Hermana anciana era la encargada de la cantina de una de las escuelas de su Congregación. Muchas veces, en las horas pico de trabajo era tratada con falta de respeto por personas demandantes, descorteces y algunas veces, agresivas. Ella permanecía amable y gentil para con todos. Un día le preguntaron por qué ella se mantenía tan amable con la gente que no lo era. Ella respondió sencillamente: “Generalmente la actitud de una persona está a merced de la actitud de la otra persona. Si uno responde de forma descortés, los dos lo son. He resuelto que no voy a estar a merced de las personas con malas actitudes. Si ellas son descorteces, no hay razón por la cual yo no sea cortés y amable con ellas.”

Hay un principio que dice que debes combatir el fuego con fuego. Es decir, no debemos dejar que la gente saque ventaja de nosotros. Si alguien te insulta, no dudes en insultarlo tú también. La perspectiva de Jesús es diferente: debemos conquistar el fuego con el agua. Como dice un refrán: las palabras agresivas encienden la cólera, las palabras suaves alejan la ira. Al fuego del corazón hay que tratarlo con el agua viva del amor. En vez de hacernos malos porque la otra persona lo es, ayudémosle al otro a descubrir su bondad con la sana influencia de la generosidad permanente.

Había un político que era criticado por sus asesores porque había sido amigable con sus adversarios políticos. Él, rápidamente respondió: ‘no estoy eliminando a mis enemigos, sino haciéndolos mis amigos’. Desde luego esto es más fácil decirlo que hacerlo. Para muchos de nosotros, resultaría muy difícil amar a quien hubiera matado a nuestros padres, hermanos o hermanas o algún ser querido. Es mucho más fácil profesar nuestro amor por la humanidad que amar en concreto a alguien que nos cuesta. Como dice el personaje de la tira cómica ‘Peanuts’: “Amo a la humanidad, son las personas a las que no puedo soportar’. Amar, para muchos, significa amar la propia familia, parientes y amigos y a todos aquellos que son buenos con nosotros. No hay nada malo en absoluto en amar a nuestras personas cercanas y queridas. Pero no ayudamos si sólo los amamos a ellos. Cristo nos dice: ‘si sólo amáis a los que os hacen bien y os aman, ¿qué merito tenéis? Hasta los pecadores hacen lo mismo’. Lo característico de un auténtico cristiano, lo que lo hace diferente de los demás, es su amor por sus enemigos.

San Pablo, en la primera lectura, nos dice: ‘Dejad que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual habéis sido llamados en un solo cuerpo… Dejad que la palabra de Cristo viva plenamente en vuestros corazones, mientras os exhortáis mutuamente en la sabiduría. Y todo lo que hagáis de palabra o por escrito, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de ÉL’.

La cólera, la amargura e incluso la violencia son reacciones humanas naturales frente a las personas o situaciones desagradables. Quisiéramos devolver mal por mal. Somos como una banda de ladrones: se mantienen firmes, pero cuando se quiebran, desaparecen. No podemos esperar triunfar sobre estas tendencias naturales sin Cristo. Sólo cuando la gracia de Cristo vive en nuestros corazones podemos abrirnos a la posibilidad de amar a nuestros enemigos, haciendo el bien a aquellos que nos odian, bendiciendo a aquellos que nos insultan y rezando por los que nos maltratan.

A través del curso de nuestra historia, tal vez nos resulte imposible cuantificar el impacto que han tenido las enseñanzas de Cristo sobre el amor a los enemigos en el mundo en general. ¿Cómo ha afectado las actitudes de las personas y de las naciones durante los años desde que Cristo nos enseñó esto por primera vez? De todas formas, nos podríamos preguntar qué hubiera sido del mundo si Cristo no hubiera introducido estas enseñanzas nuevas y radicales sobre el amor a los enemigos y en cambio el mundo hubiera seguido bajo la regla de ‘ojo por ojo, diente por diente’. Mahatma Gandhi dio una respuesta gráfica, cuando dijo: ‘El mundo estaría lleno de ciegos y desdentados’.

Sabemos por experiencia lo que ha pasado, a pesar de que esta enseñanza se ha predicado tantas veces. Nuestro mundo está caracterizado por un vicioso círculo de violencia, revancha y odio. Por revancha, las naciones emprenden la guerra contra otras naciones. Familias y tribus enteras son exterminadas por desquites sin sentido. Asesinatos y muchos otros crímenes horrendos se realizan incluso en nombre de la religión. A veces dentro de los muros de nuestras Comunidades, han sucedido cosas semejantes! Algunas han tenido que recurrir a la justicia para dirimir disputas internas. Esto muestra como esta política de ‘lex talionis’ puede poner en funcionamiento un modelo sin fin, de venganzas y resentimientos. Frente a estas observaciones valoramos la riqueza de la sabiduría de las enseñanzas de Cristo. Pero sólo con la práctica fiel a los mandamientos de Cristo seremos capaces de romper este ciclo vicioso.

En plena armonía con esta enseñanza de amor a los enemigos se inscribe el perdón de los cristianos. Para poder perdonar a los enemigos, primero tenemos que perdonarlos desde el corazón. El perdón que le otorgó Juan Pablo II a quien intentó asesinarlo es un vivo ejemplo de este proceso. El evangelio de hoy nos habla de la misericordia del Padre y de la medida del perdón cristiano. Sed misericordiosos como vuestro Padre del Cielo es misericordioso. Por su misericordia, Él hace llover sobre justos e injustos. Su compasión llega a los santos y a los pecadores. Según San Agustín: hay muchos tipos de limosnas, pero la mejor es la que ayuda a obtener perdón por nuestros pecados. Pero no hay acción más grande que la de perdonar de corazón a aquel que ha pecado contra nosotros. Solamente en ese momento, si los perdonamos de corazón, podremos decir verdaderamente que amamos a nuestros enemigos.

Repito, soy consciente que es más fácil decirlo que hacerlo. En orden a poder encarar el proceso de curación en el cual podamos ir perdonando y amando a nuestros enemigos, permítanme contarles, como conclusión, una historia que narra Rabbi en relación a Abraham: cuando el patriarca Abraham estaba sentado a la puerta de su tienda, pasó un desconocido, achacado por la edad y cansado de viajar. Él lo acogió amablemente, le lavó los pies y le hizo preparar la cena. Al observar que el anciano comenzaba a comer sin hacer las oraciones y la bendición a Dios, Abraham le dijo que debía adorar al Señor Dios de los Cielos. ‘Yo adoro sólo al fuego y no tengo otro Dios’, respondió el extranjero. Abraham se enfureció y levantándose, lo expulsó de su tienda exponiéndolo al peligro, el hambre y el frío. Por la noche Dios se le apareció a Abraham y le preguntó: ‘¿dónde está el extranjero que entró en tu tienda? Abraham le respondió: ‘lo eché porque no te adoraba’. ‘Abraham, Abraham’ dijo el Señor descontento, ‘este hombre me ha deshonrado y maldecido todos estos años y yo lo cuidé. ¿No podías aguantarlo por una sola noche?’

Pidamos la gracia de poder soportar a aquellos que nos aburren y que están contra nosotros, perdonar a aquellos que nos han herido y aprender a amar a nuestros enemigos de manera tal de poder convertirnos en auténticos niños de Dios


Jerome P. Mesina, OSA