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HOMILÍA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA
8 de Setiembre



Hoy celebramos la NATIVIDAD DE MARÍA, por eso canta la liturgia sagrada “Tu nacimiento, oh Virgen María, fue alegre nueva para todo el mundo, porque de ti nació el Sol de la justicia, Cristo nuestro Dios, que destruyendo la maldición nos dio la bendición, y derrotando a la muerte nos hizo merced de la vida eterna”.

También nosotros estamos invitados a unir nuestros cantos a los de la iglesia en este gran día de salvación, en que amanece un mundo nuevo, en que las magnificencias y bellezas de la creación han sido superadas. Esta es la gran noticia. “El fin, la gloria, la grandeza, el destino de la mujer que acaba de entrar en el mundo se encierra en estas palabras evangélicas de profundidad insondable: esta niña es María, de la cual nacerá Jesús”. Todo en ella dice relación con esta prerrogativa fundamental de su maternidad divina. Y en su virtud es la mujer bendita prometida por Dios, inmaculada, la verdadera “Madre de los vivientes, la Corredentora, la llena de Gracia, la Estrella del Mar, la mayor maravilla de Dios”.

A nuestro Padre San Agustín le agradó calificarle como “nuestra fiadora con Dios” en síntesis de toda su función maternal hacia nosotros. San Ambrosio tocado por el fervor a la Virgen, deja caer noblemente estas frases de fina inspiración “No hay orgullo en su mirada, ni ligereza en su hablar, ni en su semblante dureza, ni precipitación en su voz, ni en sus sentimientos abandono. Toso el aspecto de su cuerpo es como la imagen y el retrato de su santidad. Tan noble es su andar, que no parece apoyarse en el suelo, sino elevarse sobre el por su propia virtud”

Al ser invitado fraternalmente a presidir esta Eucaristía, no he tenido, hermanos, ni siquiera la tentación de ofrecerles una disertación formal, sino simplemente una exhortación que nos motive a todos a vivir lo que celebramos, a que refresquemos en cada una de las tres actitudes fundamentales de María, las mismas que la Iglesia de hoy y nuestra Orden insisten en sus documentos, a saber:

LA FIDELIDAD. Elemento esencial en toda la vida de María, “he aquí la esclava…”. Es el “SI” de la decisión, definitivo, consciente y seguro, que nos obliga a dar el salto de fe y adherirnos al amor de Dios y de nuestros hermanos, en la pobreza, confianza y disponibilidad. Fidelidad en particular, a la gracia de la vocación, de nuestro carisma…

LA FE DE MARÍA. Es una mujer creyente. Toda su vida es fe, por eso su prima le ensalza aclamándola: “Feliz tu porque has creído”. La fe es la razón de su dicha y grandeza. Ante la prueba, persevera y traduce su fe en amor con una donación total hacia Dios y en solidaridad con su pueblo, con el episodio de Caná. El Vaticano II concluye que es la fe de lo que define el sentido de su vida y coherencia. Para nosotros se constituye en paradigma glorioso de nuestra consagración religiosa.

MARÍA IDEAL DE SANTIDAD. En ella su ser y su actuar nos dicen que fue la mujer perfecta, una obra por excelencia divina, pues, vivió la más plena unión con Dios. El ángel la llamó “llena de gracia, el Señor está contigo”. Siempre estuvo en camino ascendente hacia la identidad con Dios y se mostró para nosotros como signo de esperanza.

Queridos hermanos: que nuestra presencia aquí, tan importante y esperanzadora para la Orden, sea el comienzo de nuestras realizaciones.