logotipo de OALA


 

Fotos del Día

Crónica

 

Homilia

 

Ver otros días

 

Homilia
Viernes, 7 de septiembre de 2007



Hoy la Palabra de Dios nos presenta una situación de vida muy similar a la que estamos viviendo como Iglesia, como Orden y como Sociedad.

En definitiva, es siempre lo mismo: ¿por qué algunos actúan de una manera y otros en la contraria, siendo que ambos están viviendo la misma problemática y compartiendo los mismos ideales? Son las mismas controversias que muchas veces derivan en violencia, crean facciones opuestas y hacen imposible la solución de los problemas.

La imagen que Jesús utiliza para hacernos profundizar la dificultad es la del vestido y la del vino. Es inevitable que una prenda de vestir, con el uso y con el tiempo, se gaste. Si comienza e ajarse –nos dice Jesús- es inútil colocarle un remiendo con tela nueva porque finalmente se pierde tanto la nueva como la vieja. Así también el vino, si es de una buena cosecha, se lo hace añejar para que mejore con el tiempo; de lo contrario se lo consume rápidamente. Y nadie que sea un buen conocedor de vinos, mezcla el vino nuevo con el buen vino añejado. Pienso en nuestra vieja Europa que ya parece un viejo vestido lleno de flores y consumado por el tiempo. Pienso en nuestra espiritualidad agustiniana que no tiene la frescura y la fuerza del vino nuevo y está perdiendo poco a poco el valor, no obstante sea de excelente nombre. En cambio, pienso a las nuevas generaciones de América Latina, de Asia, de África, de Oceanía que se asemejan a las telas nuevas, listas para crear nuevas vestimentas y nuevas formas de vida. Son ya el “vino nuevo” que el infinito amor de Dios, que quiere la salvación de todos, está ofreciendo a la Iglesia para la nueva evangelización de la ciudad de los hombres.

Desde luego que la tentación de quién tiene un vestido roto es la de arreglarlo poniendo remiendos por aquí y por allí, pero el vestido no se salvará. Nos los dice con claridad Jesús en el Evangelio. Ni siquiera metiendo el vino nuevo en los odres viejos, está la solución a nuestros problemas. No obstante, continuamos comportándonos como si la Palabra de Dios no debiera entrar en la búsqueda de la resolución de nuestros problemas. Con las palabras, sí. Con los hechos, no.

Probablemente también nosotros, los italianos, cuando creamos la única Provincia Italiana, no tuvimos presente estos consejos preciosos del Señor. Remendamos el vestido gastado, sacrificando trozos de paño nuevo; hemos puesto vino nuevo y el entusiasmo de tantos hermanos que deseaban una sincera renovación cristiana y agustiniana, en odres ya viejos y que no podían resistir la fuerza del fermento del vino nuevo. Esta desatención ha sido la causa, seguramente, tantas crisis y dificultades.

La solución, nos la sugiere hoy San Pablo, cuando escribe a los Colosenses: “Dios ha querido, por medio de su Hijo, reconciliar consigo todas las cosas, ‘repacificando’ por la sangre de la Cruz, todas las cosas, celestes y terrestres”. Esta ‘repacificación’ entre lo nuevo y lo viejo se realiza en la persona del Hijo, traspasado en la Cruz, es decir en su sacrificio. Apropiarse del sacrifico de Cristo significa sacrificarnos a nosotros mismos, sacrificar nuestro orgullo, nuestros proyectos demasiados interesados al bien personal y poco al bien común. ¿Cuánto tiempo estamos desperdiciando en remendar nuestras viejas vestimentas rotas y gastadas? ¿Cuánto vino nuevo estamos tirando para salvar odres inservibles?

Este vino nuevo, bien cuidado y valorizado, podría convertirse con el tiempo, en el buen vino que alegra la vida de la Iglesia y la ciudad de los hombres. Pero esto requiere que hagamos el gran sacrificio de no seguir prolongando los tiempos, ya que el mundo globalizado necesita nuestras opciones, valientes, ahora mismo, sin demora.

Termino con un ejemplo: las multinacionales y los diferentes sistemas políticos que gobiernan el mundo interactúan entre sí de una manera impresionante y rapidísima; nunca consideran la salvación de la persona humana y de sus riquísimos valores. En nombre del dinero, se sacrifica a la persona!

Y nosotros, nosotros que hemos recibido de Agustín el don maravilloso del mismo concepto de persona que, asimilado a la persona de Cristo, se convierte ya no en el objeto, sino en el sujeto de la salvación del mundo: ¿qué sacrificio realizamos para que la persona pueda manifestar el gozo de su vocación y así sea libre y salva?

Nos los decía Agustín: in necessariis, unitas! Todos estamos en grave necesidad: nuestras divisiones territoriales, de provincias, de conventos, de estructuras, ya son vestidos viejos y odres viejos incapaces de reaccionar frente al impacto del mundo. La unidad en la caridad y en le respeto de cada persona, la unidad de las economías, la unidad de las estructuras y de los servicios, la unidad en la mayor forma posible de compartir nuestros grandes valores agustinianos con los laicos: este es el gran sacrificio a realizar sin perder estúpidamente, más tiempo.

Nuestros Santos y Beatos que tanto amamos y veneramos, son tales porque tuvieron la valentía espiritual de realizar rápidamente esta novedad de vida. Si unimos todo esto al gran Sacrificio de Cristo, nuestra Orden resurgirá con toda certeza, sin correr el riesgo de perder el vino nuevo y el vino viejo.

P. Gianfranco Casagrande, O.S.A.