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CONVOCADOS PARA CANTAR UN CÁNTICO NUEVO
Retiro al Capitulo General
(Roma, 4 de septiembre, 2007)


Aquilino Bocos Merino, C.M.F. 

0. Saludo e introducción 

1. El “tiempo” de este Capítulo y la búsqueda de lo esencial

                1.1. Nuevos contextos

1.2. El clamor por lo esencial

                1.3. ¿Son las Constituciones la respuesta a la búsqueda de lo esencial?

 

2. La renovación tiene hoy otro nombre: Espiritualidad 

                2.1. La profecía de Ezequiel inacabada

                2.2. Espiritulidad con mayúscula porque viene de Espíritu

                2.3. ¿Espiritualidad agustiniana? Basta evocar un nombre: Agustín

 

3. Convocados para cantar un cántico nuevo

     3.1. El “cántico nuevo

      3.2. Las Constituciones “cántico nuevo” para los Agustinos

            3.2.1. Un cántico de agraciados y de agradecidos

            3.2.2. Disposiciones de los Capitulares

            3.2.3. Frecuentar el futuro para un postcapítulo renovador

               1. Prevenir los riesgos de desafecto en el inmediato postcapítulo.

               2. Presentarlas para ser leídas y vividas en continuidad de vida

               3. Resaltar el carácter de validez para todas las culturas.

                4. Usar la pedagogía de la insistencia.         

          3.3. Los Agustinos “cántico nuevo”, desde las Constituciones, en la Iglesia y en el mundo

 ************

0. Saludo e introducción

Un Capítulo General, y más el de una Orden tan meritoria como la Agustiniana, impresiona. Pero la fraternidad, que os es tan propia y que tengo comprobada en distintas ocasiones, aleja todo temor y me permite disfrutar de vuestra confianza a la hora de compartir estas reflexiones. Gracias por la invitación.

                Vamos a comenzar escuchando las palabras de San Pablo a los Filipenses e imaginémonos que es San Agustín quien escribe al Capítulo:

 

Siempre que me acuerdo de vosotros, doy gracias a mi Dios. Cuando ruego por vosotros lo hago siempre con alegría porque habéis colaborado en el anuncio del evangelio desde el primer día hasta hoy. Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a feliz término para el día en que Cristo Jesús se manifieste. Está justificado esto que yo siento por vosotros, pues os llevo en el corazón, y todos vosotros participáis de este privilegio mío (de esta gracia) de estar preso y poder defender y consolidar el evangelio. Dios es testigo de lo entrañablemente que os quiero a todos vosotros en Cristo Jesús. Y le pido que vuestro amor crezca más y más en conocimiento y sensibilidad para todo. Así sabréis discernir lo que más convenga, y el día que Cristo se manifieste os hallará limpios e irreprensibles, cargados del fruto de la salvación que se logra por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Fil 1, 3 11).

 

                Con estas palabras del Apóstol, puestas en boca de San Agustín, me uno a los mejores sentimientos de la Iglesia hacia vosotros: reconocimiento, gratitud y aliento.

*** *** ***

                Entiendo que el día de retiro, con el que se comienza un Capítulo General, tiene un objetivo preciso: Ayudar a pasar de la cotidianidad al especial momento de gracia que lo rodea y, de la ocupación en los asuntos inmediatos, a centrarse en el objetivo del mismo. Este paso requiere apertura, disponibilidad y dejarse trabajar por el Espíritu, que es quien os sigue convocando para buscar juntos lo que Dios quiere de la Orden en este momento histórico. Implica un convencimiento firme de que Dios os ama y tiene un plan, un sueño, sobre cuantos estáis aquí reunidos y sobre todos los miembros de la Orden. Dios quiere hablaros y quiere comunicarse con vosotros para confirmaros que sigue abierto en nuestro mundo el camino iniciado por Jesús para hacernos a todos hijos del Padre, hermanos y amigos, y servidores para acoger a los excluidos.

 

                La búsqueda y el discernimiento no se hacen en abstracto.  Atravesamos momentos sociopolíticos, culturales, religiosos, eclesiales y de la vida consagrada que nos interpelan fuertemente. Por otro lado, cada uno siente dentro de sí los límites de la propia vida (edad, preparación, aspiraciones, cansancio, apatía, etc). Todo esto condiciona la participación en el Capítulo y exige ponerse en las manos de Dios tal como somos, con nuestras cualidades y defectos, y pedirle misericordia para saber estar vigilantes, tener autodominio, ser flexibles y tolerantes y, en definitiva, estar dispuestos al cambio. Cuando se ora sabiendo que Dios nos ama aseguramos la paz interior y recuperamos la esperanza. Os invito, desde el inicio, a tener presente la familiar imagen de San Agustín, transfigurado, enardecido y con la Biblia en las manos, para poder decir con él: “penetraste mi corazón con tu Palabra y me encendí en tu amor” (Conf. X).EL

                He titulado esta meditación “Convocados para cantar un cantíco nuevo”, inspirada en el sermón 34 de San Agustín y os ofrezco algunas conideraciones siguiendo el esquema que tenéis delante.

 

1. El “tiempo” de este Capítulo y la búsqueda de lo esencial

               

                1.1. Nuevos contextos

 

                Si todo Capítulo General es un acontecimiento de gracia que tiene resonancia en la vida y misión de la Orden, en la Iglesia y en los pueblos donde anunciáis el Evangelio de la misericordia, conviene situarse en él adecuadamente. Aunque tengamos la impresión de que casi todo se repite y que hay poca creatividad, los temas que cada Capítulo aborda adquieren relevancia por el contexto en que se celebra. Creo que hay que devolver la confianza en la capacidad renovadora de los Capítulos Generales.

 

                El Instrumento de trabajo de vuestro Capítulo es completo y preciso en la descripción de los pasos dados por la Orden en la renovación postconciliar; revela una lúcida autocomprensión de las características de la vida agustiniana; concreta los obstáculos y desafíos y ofrece pistas orientadoras para la renovación. Este Documento tiene un soporte rico en datos históricos, experiencias de vida y reflexiones compartidas. Lo cual os hace recordar que el Capítulo es una comunidad representativa de toda la Orden que se halla atenta a los desafíos de la Iglesia, de la sociedad, de la cultura.

               

                Entre los años 2001 y 2007 la Orden ha participado en eventos jubilares y en proyectos de renovación importantes. Se ha visto urgida a hacerse planteamientos en profundidad sobre la vida religiosa en la Iglesia; sobre su relación con las otras formas de vida cristiana y, en particular, con los miembros de la familia agustiniana y los laicos; sobre su contexto de crecimiento y de disminución; sobre su puesto en los grandes diálogos: ecumenismo, interreligioso e intercultural, etc. Son novedades en el seno de la Iglesia estos docuemntos: Novo Millennio Ineunte, Iglesia en Europa, Caminar desde Cristo, Las personas consagradas y su misión en la Escuela, Pastores gregis. Ha sido todo un acontecimiento el Congreso internacional de la vida consagrada con el título Pasión por Cristo, pasión por la humanidad. Tenemos un nuevo Pontífice, Benedicto XVI, y ahí está su primera encíclica “Deus caritas est”. Últimamente se ha celebrado la Asamblea del Celam en Aparecida y está anunciado el Sínodo eclesial sobre la Palabra de Dios.

 

                Durante estos seis últimos años el magisterio pontificio ha promovido una mayor conciencia de la Iglesia misterio de comunión, en la que los carismas y ministerios se correlacionan en estrecha reciprocidad y complementariedad para potenciar la misión. Se ha puesto de relieve el valor de los contextos culturales y sociales como ámbitos de misión y ha sido reconocido como un gran desafío la inculturación de la fe y de los carismas. La misión evangelizadora ocupa el centro de atención en la vida de la Iglesia, quien, constatando la situación de los agentes, no hace más que insistir en el “desde dónde” y “cómo” ejercer la misión. La espiritualidad de comunión sigue siendo  propuesta y estimulada como modo de ser, de pensar y de hacer Iglesia.

 

Al inicio del tercer milenio todo parecía augurar tiempos de paz, progreso y bienestar entre los pueblos. Era positivo el coincidente el dolor por el desprecio a la vida, por la violencia, la injusticia y la pobreza. A todos indignaba la manipulación de la persona, el desequilibrado desarrollo económico y político que aumenta el número de los excluidos, la educación y cultura de la homogeneidad y del pensamiento único. Pero muy pronto las ilusiones se volvieron frustraciones y comenzó un tiempo de inseguridad, miedo y decepción. Durante estos años hemos sufrido atentados brutales, guerras, terrorismo, enfrentamientos de unos y otros, catástrofes que han afectado más a zonas de pobreza y marginación.

 

No es fácil diagnosticar la complejidad de nuestro mundo cultural y social por sus elementos contrapuestos. Se habla de globalización y anti-globalización, de secularización y retorno de lo sagrado, de neoliberalismo y de nuevo socialismo, de postmodernidad y de recuperación de los grandes sistemas. Bajo todos estos fenómenos, apreciamos que late una búsqueda inquietante del sentido de la vida y de la historia. Sigue siendo admirable el compromiso de muchos religosos por educar para que las personas vivan según su dignidad y libertad y participen responsable y solidariamene en la sociedad y en la Iglesia.

 

1.2. El clamor por lo esencial

 

                A poco que reparemos en la cultura dominante en estos años, por razones de diversa índole, entre las que caben destacar la revolución tecnológica y la cibernética, el pensamiento débil y la exaltación del éxito, las migraciones y la globalización, seguimos creciendo en dispersión, ansiedad, inmediatismo, desidentificación, adicción a sucedáneos, debilitamiento de las pertenencias, etc. Se suman las voces que claman por recuperar lo esencial y originario, incluso en el lenguaje comercial cuando se pide la denominación de origen o se busca el sabor, la calidad, los productos genuinos y no adulterados.

                La figura de San Agustín aparece en la iglesia de su tiempo como un apóstol de lo esencial. Incluso en la vida monástica. Sin perderse en detalles, siempre busca lo esencial en los acontecimientos y en los sentimientos y aspiraciones y del corazón humano. Había comprendido el alcance de la primacía del Amor de Dios. Vivía, desde el símil del compás, con un punto fijo y otro libre para hacer circunferencia.

                El clamor por lo esencial en la Iglesia y en la vida religiosa viene exigido por la condición de seguidores de Jesús, el hijo del Padre, el Señor de la historia y el redentor de todos los hombres. Es otra forma de hablar del radicalismo evangélico. Hemos de volver a Galilea donde todo comenzó. Hemos de retornar a Cesarea de Filipo donde Pedro confesó que Jesús era el Cristo, el Señor. Y hemos de volver al pie de la cruz para reconocer que “verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios”[1].

 

                1.3. ¿Son las Constituciones la respuesta a la búsqueda de lo esencial?

 

                Las Reglas y Constituciones nos sitúan ciertamente en lo medular de la vocación consagrada según el propio carisma de la Orden o de la Congregación a la que se pertenece. En este sentido, es obligado reconocer el acierto de la Orden Agustiniana al elegir, como tema central del Capítulo en estos momentos, la renovación de las Constituciones. Por un lado, es la forma de ofrecer, con seriedad y autoridad, un proyecto de vida agustiniano desde los actuales conocimientos de las coordenadas carismáticas, históricas, eclesiológicas y socioculturales. Esto permitirá expresar con mayor claridad la identidad de la Orden en la iglesia y las posibilidades de colaboración en la edificación del Reino de Dios. Por otro, es un buen estímulo para otros Institutos en unos momentos en los que, buscando lo esencial, han ido relegando las Constituciones a un segundo plano. Explico un poco más esto último.

 

                Desde 1987, aproximadamente, el tema de las Constituciones ha perdido interés para quienes escriben sobre vida religiosa. De la abundante literatura de los primeros veinte años de postconcilio en torno a la elaboración, valor y vivencia de las Constituciones, se ha pasado a un silencio casi total. La mayor preocupación ha girado en torno a la aceptación y, para ello, se han promovido comentarios sólidos que, sin duda, han contribuido a acogerlas sin reticencias y hasta de buen grado.

 

                No deja de ser curioso que, sólo muy adelantado el Sínodo sobre la vida consagrada (1994), se pidió hacer referencia a las Reglas y Constituciones en un contexto de fidelidad creativa. Y así surgió la propuesta 27 recogida en el n.37 de la exhortación Vita consecrata. En él, tras reafirmar que “la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor”, se añade: “En este espíritu, vuelve a ser hoy urgente para cada instituto la necesidad de una referencia renovada a la Regla, porque en ella y en las Constituciones se contiene un itinerario de seguimiento, caracterizado por un carisma específico reconocido por la Iglesia. Una creciente atención a la Regla ofrecerá a las personas consagradas un criterio seguro para buscar las formas adecuadas de testimonio capaces de responder a las exigencias del momento sin alejarse de la inspiración inicial”.

 

Este silencio en torno a las Constituciones puede ser debido a varias causas. Una, que la renovación del texto constitucional es algo adquirido y se remite a ellas como itinerario de crecimiento en el seguimiento de Cristo. Así lo han venido haciendo en los Institutos los Capítulos Generales y las Asambleas a distintos niveles. Otra, que, por sensibilidad y sintonía, se está poniendo más interés en las nuevas experiencias de vida y en las enseñanzas de los grandes maestros y maestras de espíritu que en las mismas Constituciones. Una tercera, podría ser la falta de pedagogía para ayudar a leer el texto constitucional en línea con la experiencia originaria del mismo. Lo cual ha llevado a los formandos y a otros consagrados a calmar su sed de espiritualidad en otros pozos.

 

No parece que exista una oposición abierta, ni rechazo a las Constituciones. Puede ser que alguno, al invocarlas como criterio de exigencia personal y comunitaria, esboce una sonrisa malévola, pero no es lo común. Simplemente, se han echado en el olvido, han quedado relegadas y han perdido influencia renovadora en los Institutos. Tal vez ha sido perjudicial haber tenido sucesivos textos en experimentación[2].

 

Al recordar todo esto, intento afianzar vuestro trabajo capitular en este punto, por la trascendencia que tiene en el proceso de renovación. La búsqueda de lo esencial no se cierra con otras fómulas remozadas. Implica cambio de esquemas y de actitudes. Por eso, no basta ajustar el texto constitucional a las investigaciones histórico-carismáticas y a las orientaciones del Concilio, del Derecho y del reciente magisterio. Es preciso que, quien las profesa, empalme con la experiencia primera del Fundador y de los primeros discípulos y pueda desglosar e interpretar su contenido como auténtica interpelación personal y exigencia de fidelidad a la propia vocación.

 

2. La renovación tiene hoy otro nombre: Espiritualidad 

 

                2.1. La profecía de Ezequiel inacabada

 

                Muchos han sido lo logros adquiridos en el proceso de renovación postconciliar. Pero, como decís en vuestro Instrumento de trabajo capitular,  “nuestra renovación es aún incompleta”. Todos los religiosos y religiosas tenemos la impresión de que la profecía de Ezequiel está inacaba (Ez 37, 1-14). Como si nos faltara un toque del  Espíritu para caminar con garbo y establecernos en nuestra patria, en la Ciudad de Dios.

 

                Hoy sabemos bastante bien hacia dónde hemos de dirigir nuestros esfuerzos para ser fieles a la vida y misión que hemos abrazado. Son buenas las orientaciones, la doctrina y las programaciones comunitaria y apostólica. Las personas, sin embargo, acusan cierta atonía espiritual y falta de mística y de utopía evangélica a la medida de su vocación y misión en la Iglesia. No es posible secundar las opciones de vida y misión si cada uno no interioriza la experiencia de gracia que supuso la llamada; si no cuida con esmero la vida espiritual y si no se compromete en la vida comunitaria con sincera disponibilidad para dar respuesta a lo más urgente y eficaz. El proceso de renovación supone, como propia fuente, la novedad del Espíritu de Cristo.

 

                No es de extrañar que la espiritualidad esté ocupando el primer plano de las preocupaciones de la vida cristiana en sus distintas formas de vida y, especialmente, en la vida consagrada. Hablar hoy día de renovación es hablar de vivir en profundidad la propia espiritualidad, pues nuestra mayor crisis no es de finalidad, sino de fundamento, que es crisis de intimidad, de religación, de experiencia mística.

 

                Con razón el Instrumento de trabajo del Capítulo indica: “Debemos ser conscientes de que lo verdaderamente importante es renovar nuestra vida: algo que no se hace simplemente a partir de papeles o documentos, sino que debe llegar a la experiencia y vivencia personal y comunitaria. Lo que exige un proceso de cambio y conversión: una auténtica renovación interior, que va unida al cambio de estructuras, exige renovar también la formación y repercute necesariamente en la misión”. (Inst. de Trab. Intr.).

 

                Es una buena reflexión la que se hace al respecto porque no basta reno­var

-acción transitiva-, sino renovarse -acción reflexiva-, que implica cam­bio de dirección, de mentalidad y de actitudes. Con demasiada frecuencia se ha apoderado de nosotros la obsesión de la simple adaptación, de estar al día, sin llegar a lo más urgente e imprescindible que es la conversión en docilidad al Espíritu. Tenemos que enfrentarnos a la situación de las personas y comunidades y preguntarnos honestamente: ¿qué es lo que, de verdad, hace avanzar la vida consagrada? Hay mucha fuga hacia delante. Nos puede la ansiedad. Ante cuantos se muestran inquietos por el futuro; ante quienes manifiestan desasosiego por el presente; ante quienes buscan riesgo, aventura, sorpresa, no hay otra alternativa que volver una y otra vez a insistir en centrar la vida en la espiritualidad que nos es propia.

 

                2.2. Espiritulidad con mayúscula porque viene de Espíritu

 

                Entre los cristianos y entre los no cristianos existe “una difusa exigencia de espiritualidad”. Es difícil saber a qué atenerse ante este amplio y arrollador movimiento que ensancha por demás el concepto de espiritualidad, equiparado no pocas veces con la belleza, la libertad, la felicidad, el éxtasis y la solidaridad intramundanas. Aun dentro de la Iglesia, que ha constatado la presencia operante del Espíritu en múltiples manifestaciones, que ha visto florecer a lo largo del siglo XX figuras excepcionales de santidad y ha acumulado grandes estudios sobre las escuelas y los sistemas de espiritualidad, que ha experimentado dentro de sí el imperativo teórico y práctico de la renovación, existen católicos que no ven despejado el modo de comprender la experiencia cristiana, capaz de hacer camino en diálogo con Dios, con los hombres y con todo lo creado. Los vientos y susurros del Espíritu en la humanidad precisan un continuo discernimiento para no confundirlos con las voces de los ídolos, para superar toda tentación de dogmatismo y de ambigüedad y para estar siempre abiertos al futuro con sentido y fuerza creadora.

 

                Espiritualidad, sobre todo para vosotros agustinos, se escribe con mayúscula. Basta repasar los escritos de San Agustín, en particular el tratado De Trinitate y el Comentario a la primera carta de San Juan, para darse cuenta de que hablar del Espíritu Santo es hablar del don y del amor que configura la vida cristiana.

 

                La espiritualidad es una peculiar forma de seguir a Jesús, de vivir en Jesús según el Espíritu, quien en cada uno de los momentos y en cada circunstancia de la historia nos induce a vivir en plenitud la filiación, la fraternidad y la misión. La espiritualidad en este momento tiene especiales implicaciones y resonancias comunitarias y se halla enriquecida por las preocupaciones eclesiales: el laicado, el papel de la mujer, la opción por los pobres, los derechos humanos, la justicia, la paz y la salvaguarda de la creación, la globalización y las culturas,  el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural, etc. 

 

                Sin la primacía del Espíritu Santo[3] no se entiende la Iglesia, ni las instituciones de vida consagrada, ni la organización de las mismas. Carecen de valor el proyecto de vida, las Constituciones, y se reducen a servicios sociales los compromisos apostólicos. Pero el Espíritu Santo, que es luz y vida, que es don y amor, atraviesa todas las mediaciones y las vivifica, las transforma, las llena de vigor y transparencia evangélica. Nos hace partícipes del Misterio de la Iglesia; nos hace entender y acoger la misión de los Pastores y compartir los dones con las demás vocaciones en el Pueblo de Dios. El Espíritu es el que nos hace entrar en relación con el mundo contemporáneo desde el don y la vocación específica que nos otorga. Provoca nuestra apertura, sensibilidad y compromiso para la transformación del mundo según el designio de Dios.

 

Dar la primacía del Espíritu en nuestra vida es romper el cerco de la mediocridad, que es la fuerza corrosiva de la vida consagrada. En quien anida la mediocridad se desvanece el radicalismo evangélico y se acostumbra a vivir bajo los imperativos del inmediatismo. La Palabra de Dios no arraiga, la oración se pospone hasta abandonarla, los pobres estorban, las misiones difíciles son para los aventureros, la diversidad cultural se reduce a folklore, los derechos humanos y las injusticias a cuestiones políticas... Un corazón mediocre e irrelevante difícilmente se abre a la gratuidad, a la sorpresa y al asombro. Vive anestesiado por la comunicación-espectáculo. No percibe el paso de Dios por los pueblos. No entra en la dinámica de la amistad ni de la fraternidad. Sólo el Espíritu salvaguarda la interioridad y favorece el “anima una et cor unum in Deum”.

 

                2.3. ¿Espiritualidad agustiniana? Basta evocar un nombre: Agustín

 

                La espiritualidad no es genérica ni abstracta. El teólogo Von Balthasar llegó a decir que la espiritualidad es el rostro subjetivo de la teología. De hecho, después de un periodo de reflexión surge otro de práxis, de vivencia de lo reflexionado. El desarrollo de la teología del Reino de Dios, de los carismas y ministerios, de las formas de vida cristiana y de la inculturación del Evangelio, darán el perfil preciso a la espiritualidad y subrayará la necesidad de compromiso en los contextos culturales y sociales.

 

                El perfil de vuestra espiritualidad lo da San Agustín. Basta evocar su nombre para que todos entiendan de qué va vuestra relación con Dios, vuestra experiencia de fraternidad, vuestra preocupación fundamental por vivir la comunión en el amor. Evocar la figura de Agustín es medirse desde la interioridad, la libertad, la verdad y el amor. Para vosotros San Agustin es algo más que un gran doctor de la Iglesia, más que un gran maestro, más que un gran modelo de vida, más que un gran intercesor. Para vosotros, primordialmente, es Padre y sigue ejerciendo como tal[4].

 

                Ya conocéis la teología postconciliar sobre los carismas fundacionales. El Fundador crea familia, corporativiza las relaciones, hace Comunidad, inspira e impulsa a la misión compartida con otros carismas y ministerios. Desde esta perspectiva, revivir el don o la gracia que hay en cada uno es revivir la experiencia vocacional agustiniana con todo lo que comporta de identificación con Cristo, de visión profética de la Iglesia y del mundo y de especial sensibilidad para adoptar las estructuras más convenientes en orden a cumplir la misión. Cuando sentimos presente al Fundador todo se recoloca a nuestro alrededor y establecemos una correcta valoración de nuestras relaciones y proyectos en la comunidad, en la Iglesia y en la sociedad. Los Fundadores están presentes en la vida de los Institutos como memoria de un ideal de vida evangélica y como vanguardia del Espíritu que provoca la reactualización de los medios para mejor cumplir la misión encomendada en cada tiempo y lugar.

 

                Con el deseo de proseguir la renovación de la Orden se dice en el  Instrumento de trabajo: “tenemos un patrimonio humano y espiritual capaz de afrontar el desafío”. Efectivamente, la Orden agustiniana posee una rica herencia espiritual y doctrinal. No sólo es san Agustín, su Regla y su doctrina, sino esa nube inmensa de buscadores de Dios y testigos del amor fraterno. Esta herencia lleva dentro de sí una fuerza creadora que hay que plasmar en nuevas expresiones de espiritualidad; estilos de vida, de gobierno y de formación; y de compromisos e instituciones apostólicas adecuadas. Quienes se quedan embelesados en el pasado, se lamentan de lo que creen haber perdido. No parece que debiera ser ésta la mayor preocupación. Lo que debería suscitar lamentos es no haber desarrollado todo el ingenio, originalidad y audacia, que comporta el propio carisma y la tradición de la Orden, para responder a los desafíos del mundo y de la Iglesia y no haber sido coherentes con los compromisos adquiridos en Capítulos y Asambleas.       

 

3. Convocados para cantar un cántico nuevo

 

                En el intento de perseguir lo esencial, que se centra en la espiritualidad y tiene para vosotros el perfil preciso del carisma agustiano, os ofrezco este tercer punto de reflexión. Estáis convocados para cantar un “cántico nuevo”. He escogido este icono del “cántico nuevo”, aun sabiendo que, como toda imagen, es limitada.

 

                3.1. El “cántico nuevo”

 

                Se ha hecho lugar común hablar en estos últimos años del “encanto” de la vida consagrada[5]. Por otro lado, parece que le ha entrado a la vida religiosa una fiebre por lo nuevo[6]. San Agustín, como bien sabéis, comentando el salmo 149, habla del “cántico nuevo”, desde la novedad de Cristo. “Todos los que se renuevan en Cristo con el fin de comenzar a pertenecer a su vida eterna, cantan el cántico nuevo. Este cántico es cántico de paz, es cántico de caridad. Todo el que se aparta de la congregación de los santos, no canta cántico nuevo, pues sigue las huellas de la vieja enemistad, no las de la nueva caridad. ¿Qué hay en la nueva caridad? La paz, el vínculo de la santa hermandad, la trabazón espiritual, el edificio constituido de piedras vivas”[7].

 

                En otra parte hace este comentario: “El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo porque pertenece al Testamento nuevo”[8]

 

                Y un poco más adelante, en este mismo sermón, tras haber hecho un bello comentario sobre el amor que Dios nos tiene y cómo sólo desde este amor podemos amarle a Él, añade esta exclamación –que pareciera haberla escrito para una asamblea como esta-: “¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mi al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo.  ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente”[9].

 

                3.2. Las Constituciones “cántico nuevo” para los Agustinos

 

                3.2.1. Un cántico de agraciados y de agradecidos

 

                Esta es vuestra labor capitular: Hacer de las Constituciones un “cántico nuevo” para todos los miembros de la Orden, para los que actualmente la integran y para las nuevas generaciones. El cántico nuevo es el cántico de la gracia y la ley se cumple por la gracia[10]. El cántico nuevo es el canto de los humildes, de los agraciados y de los agradecidos, de los que tienen esperanza y la ofrecen desde la confianza en Dios. El prototipo de este cántico nuevo es el Magníficat de María. ¿No os parece bello lograr un texto que suscite el reconocimiento, la alabanza, la acción de gracias, la disponibilidad interior, el compromiso apostólico? ¿No es esperanzador poder ofrecer un proyecto de vida evangélica según el espíritu de San Agustin y la tradición de la Orden, que sea estimulante para quienes se hallan tocados por el cansancio, la desilusión, el desaliento y la apatía, o para quienes buscan realizar el ideal de vivir como amigos y hermanos, con una misma alma y un mismo corazón tendiendo a Dios?

 

                Si ponéis la mente y el corazón en vuestro proyecto de vida evangélica, según San Agustín, seguro que las Constituciones llegarán a ser un “cántico nuevo”. Los textos tiran de nosotros hacia arriba y hacia delante, pues encierran la gran fuerza escatológica y apocalíptica del canto de los redimidos. No tener miedo a ser exigentes, aunque la vida sea mediocre. Es preciso aceptar con humildad la condición de colaboradores para que vuestros hermanos canten un “cántico nuevo”, lleven otra vida mejor y contribuyan a edificar la casa de Dios.

 

                No partís de cero. El itinerario seguido en estos años está repleto de estudios y de exigencias de fidelidad a vuestro carisma en la Iglesia. Cuando la Orden ha puesto tanto interés por clarificar y expresar su proyecto de vida, no ha pretendido abrillantar una joya que quisiera exhibir para la admiración de cuantos la contemplasen, sino concordar un credo a través del cual confesar la fe vocacional, trazar un proyecto de vida con el que os identificárais y proponer una guía de vida y misión agustiniana. La fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al carisma de San Agustín y a los hombres de nuestro tiempo garantizarán la validez del texto previsto y su capacidad de futuro.

 

                3.2.2. Disposiciones de los Capitulares

 

                En el proceso de preparación de todo texto hay mucho de experiencia compartida, en la que se ha ido haciendo patente la identidad, la comunitariedad y las sinceras aspiraciones de mayor espiritualidad y de más intenso compromiso apostólico. La pluralidad de culturas, especializaciones, experiencias de pastoral, gobierno y formación, etc., constituye una riqueza que hay que compartir. Todo es fruto del amor que el Espíritu derrama en las personas y comunidades a las que representáis y con las que os halláis más que nunca vinculados. Por eso se suele cuidar con esmero que las Constituciones expresen la iniciativa de Dios y la respuesta humana, que vayan escritas en primera persona del plural y que quede destacado su carácter dialogal e implicativo. Dios habla y nosotros escuchamos, Dios llama y nosotros respondemos, Dios dona y nosotros agradecemos.

 

                De ahí que la vida y trabajo capitular reclamen, entre otras, estas disposiciones.

 

                Primera. El asombro y la búsqueda ante el misterio de amor y dejarse invadir por él a lo largo de este “encuentro”. ¿Cuántas veces hace memoria San Agustín de las palabras de San Juan:  “Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu” (1 Jn 4, 12-13)?  

 

                Segunda. Celebrar el don de la fraternidad y de la amistad. Sólo así, aumentará la capacidad de vincular y de estrechar lazos de pertenencia. La Eucaristía es la mejor expresión del “canto nuevo” y de la alianza nueva; es el sacramento de la fraternidad y de la unidad. Anunciamos el Reino hasta que el Señor vuelva y lo hacemos de forma coral porque "cantar juntos crea comunidad de corazones" (S. Agustín).

 

                Tercera.  La conversión al carisma agustiniano que supone acogida, adhesión y confesión. Escuchemos una vez más a San Agustín: “El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al Nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la  que debe cantar el cántico nuevo”[11]. Es el canto de las personas consagradas a Cristo por el Espíritu.

 

                Cuarta. Mantener la convicción de que las Constituciones valen más por la vida que suscitan que por la formulación de las proposiciones. Conviene, pues, esforzarse porque tengan sabor a Evangelio y transparenten el espíritu agustiniano, de suerte que, asegurando la naturaleza, características y exigencias más esenciales y permanentes de vuestra vocación y misión en la Iglesia, incentiven a una fidelidad creativa en el apostolado, en la formación y en el gobierno. Las Constituciones no son un libro alternativo al Evangelio, sino la traducción del mismo según el carisma de cada Instituto. En ellas se ha de poder encontrar la palabra oportuna del Evangelio para discernir los desafíos de cada tiempo y lugar, para alimentar nuestra vida espiritual, para renovar nuestro corazón y reencender el fuego del Espíritu que debe animarnos a cooperar en la construcción del Reino de Dios. También para reordenar las diversas pertenencias, ya que no podemos dejar de constatar que nuestra identidad es compleja y dinámica a la vez.

 

                3.2.3. Frecuentar el futuro para un postcapítulo renovador

 

                El postcapítulo se prepara en el Capítulo. La participación responsable y la intensa vida capitular propician un sereno y fructuoso postcapítulo. Hagamos un esfuerzo por imaginar la fase final del Capítulo. Todos están satisfechos por el amplísimo consenso logrado, celebran la asistencia del Espíritu en el quehacer capitular y se intercambian los parabienes por el trabajo realizado. Pero una tarea nueva queda abierta: convertir el texto constitucional en instrumento de renovación. ¿Cómo hacer pasar el texto a la vida? ¿Cómo convertir el texto nuevo en instrumento de crecimiento personal y comunitario?

 

                El texto constitucional es punto de llegada y es punto de partida. Para que sea buen punto de partida en la renovación de la Orden es preciso intentar que sea buen instrumento de renovación. Y lo es si expresa la singular experiencia del Espíritu de  Agustín y de las comunidades que le han seguido. Esta experiencia del Espíritu es la que asegura la fecundidad, la inventiva y la búsqueda alegre de nuevos caminos para vuestra vida consagrada y apostólica. Así es como las Constituciones son un medio privilegiado para vivir con densidad y hondura el presente y a afrontar con responsabilidad los desafíos que se puedan presentar. De ahí, la necesidad cultivar las disposicines indicadas y de “frecuentar el futuro”.

 

Mientras se trabaja en el Capítulo hay que tener las pupilas bien abiertas para adivinar las necesidades y aspiraciones de los hermanos. Se discierne y propone pensando en la vida y misión de todos los miembros de la Orden. De los que la integran y de los que están por venir. Frecuentar el futuro es acoger y apoyar las promesas del Reino en la vida agustiniana, que son siempre promesas de vida y de ideales superiores o de mayor calidad evangélica y evangelizadora. Frecuentar el futuro es pretender que las Constituciones que se van a aprobar sean una propuesta válida para las generaciones nuevas, que llegan con sensibilidades y visiones del mundo, de la Iglesia y de la Orden en clave de pluricentrismo e interculturalidad, de pensamiento débil y de comunicación global. También ellos están llamados al seguimiento radical de Jesús. Hay que frecuentar el futuro para ver dónde quiere el Espíritu aunar la cultura y el Evangelio y suscitar nuevos estilos de vida agustiniana y nuevos modos de evangelización.

 

                A la hora de querer convertir las Constituciones en insturmento de renovación habría que subrayar, al menos, los siguientes puntos.

 

                1. Prevenir los riesgos de desafecto en el inmediato postcapítulo. En las comunidades cuentan más las anécdotas, las polémicas, las diferencias en el trabajo sobre las Constituciones, que la doctrina del texto aprobado. Así sucedió en el Concilio, sucede en los Sínodos y en los Capítulos Generales. Pocos son los que se acuerdan de la gran comunión vivida, del gozo de la fraternidad y de los logros adquiridos y, sin embargo, se transmiten rápidamente los litigios y controversias. Es un mal contra el que hay que estar prevenidos y combatir de antemano viviendo intensamente la comunión.

 

                2. Presentarlas para que sean leídas y vividas en continuidad de vida de San Agustín, de la Orden, del Capítulo que las ha elaborado y de la Iglesia que las  confirma. Quizá lo primero que haya que resaltar es que son un memorial del amor que Dios os tiene y que os congrega para vivir conforme a Hch, 4, 32-35. Hay que promover el gozo de reconocerse en el texto como agustino que comparte con otros agustinos el seguimiento de Jesús, la consagración en pobreza, castidad y obediencia, y la misión apostólica. Las Constituciones no son, primordialmente, imperativos éticos, sino propuesta de Evangelio. Por eso han de ser acogidas como Palabra que anuncia, libera y renueva; que sana, alimenta y bendice; que  interpela, estimula y acrisola y que vincula, conforta y consuela. Son una inigualable guía de oración y una forma de hacerlas vida es orarlas. Cada número puede convertirse en plegaria que interiorice los contenidos. Son, igualmente, un medio certero para  revisión personal y comunitaria que purifica el modo de pensar y de actuar y abre horizontes de superación continua donde la libertad y la creatividad se confunden con la vivencia de las Bienaventuranzas. De ahí que no admitan la ambigüedad, la mediocridad, el aburguesamiento, la irrelevancia, el individualismo.

 

                3. Resaltar el carácter de validez para todas las culturas. Puesto que las nuevas Constituciones no son un texto estático, sino una provocación permanente para el futuro, y son fuente de incesante novedad, hay que preguntarse: ¿Cómo releer y expresar los valores esenciales del carisma agustiniano en cada uno de los contextos culturales? Quien vive en fidelidad creativa las Constituciones en su contexto incultura el carisma agustiniano y, por sensibilidad agustiniana ante la Iglesia, se involucra en el “canto coral” de las vocaciones y de los ministerios en misión compartida (con otras ramas de la familia agustiana, con otros Institutos o con los laicos).

 

                4. Usar la pedagogía de la insistencia. Intentar que las Constituciones vigoricen la vida agustiniana através de aquella pedagogía que usó el Señor con su Pueblo, que usaron los apóstoles, sobre todo San Pablo, y que usó San Agustín en sus escritos. Lo que es esencial en la vida no hay que darlo nunca por sabido, pues, si no cobra el primer plano en la conciencia, dejará de influir en la vida. De ahí la importancia del estudio del nuevo texto, de interiorizar su mensaje y proponerlo como inspirador de vida agustiniana en cursos de formación permanente. No basta consultarlas en casos extraordinarios de gobierno o citarlas en la elaboración de proyectos comunitarios o pastorales. Hay que insitir tanto en ellas, que los hermanos se acostumbren a tenerlas como libro de cabecera, pues es libro de vida.

               

                3.3. Los Agustinos “cántico nuevo”, desde las Constituciones,

                       en la Iglesia y en el mundo

 

                ¿Qué cabe esperar de los Agustinos una vez que tengan elaboradas las Constituciones? Siguiendo con el icono propuesto, diría que seáis “cántico nuevo” en la Iglesia y en el mundo actual, según las palabras de San Agustín que hemos ya evocado: “Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente”. Lo cual requiere cultivar la coherencia. No os será fácil tomar en las manos las Constituciones, leerlas desde la fe y quedaros al margen de la interpelación que os hacen para responder a la voluntad de Dios en cada tiempo y lugar.

 

                El “cantico nuevo”, según San Agustín, correlaciona diversos aspectos que remiten a lo esencial en la vida religiosa. Señalo los que me parecen más sobresalientes: la primacía del amor de Dios y la reciprocidad en el amor; el asombro y la búsqueda de la verdad; el hombre nuevo por la conversión y el testimonio de coherencia de vida o santidad; la presencia de la ultimidad y de la eternidad; la amistad, la fraternidad y la comunidad; la edificación de la Iglesia o la construcción del Reino; la universalidad, la paz, la alegría y la maestría o el bien hacer.

 

                Proclamendo hoy estos valores, ejercéis un auténtico testimonio y ministerio, místico y profético[12], en la Iglesia y en la sociedad. Os interpelan: esa inmensa mayoría de los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el rostro de Dios y cuantos viven como si Dios no existiera sin saber que son amados por Dios; la carencia de relaciones  humanas y de amistad; el deterioro de la creación, las grandes ansias de diálogo  entre las iglesias, entre las religiones y entre las culturas; la urgencia de hacer de la Iglesia “casa y escuela de comunión”, etc.

 

              Al haber sido agraciados con una vocación de amor fraterno y de servicio a la búsqueda de la verdad, tenéis una gran capacidad para hacer extensiva la amistad en el mundo e intentar que el amor envuelva las relaciones entre las personas, las comunidades, los pueblos, las religiones, las culturas. Vuestra vocación, como la de Agustín, tan llena de pasión por la verdad y la belleza, puede crear un gran coro que cante las maravillas del Señor por toda la tierra. Las Constituciones os habilitan para colaborar en la construcción de un mundo nuevo, “la Ciudad de Dios”, en el que se reconozca, alabe y bendiga el nombre santo de Dios y en el que los hombres y mujeres convivan en la verdad, sean libres, justos y solidarios, y disfruten de la paz.

 

                Lo cual confirma la actualidad y vigencia del carisma agustiano. Eso sí, vuestro proyecto de vida os coloca, llenos de responsabilidad por lo que habéis confesado y compartido, ante el Pueblo de Dios y ante las gentes entre las que vivís. Esta actualidad y vigencia de vuestro carisma no está ligada a números, ni a edades, ni a culturas. Es como una luz que se enciende en el monte, es como levadura en la masa, es como rocío en la aurora. La autencididad en el seguimiento radical de Jesús desbarata todas las previsiones sociológicas. Se coloca en el corazón del misterio del Reino en el que sólo el Espíritu del Señor da el crecimiento. Haciendo vida las Constituciones, viviréis con gozo la Alianza de Dios con vosotros y mostraréis  “ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia” (LG 44).

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              Para terminar, os invito a retener, durante todo el Capítulo, las palabras de San Agustín: “Si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad”. (Sermón 267).

                Santa María, Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros. Amén.


 

[1] A la hora de discernir el momento presente en el que vivimos, nos ilumina y alienta la Palabra de Dios. Los pasajes que cito son iconos de referencia para mirar hacia delante y construir sobre seguro.

                1) La hora de Jesús, que es nuestra hora, (Jn 12, 20-32). El hombre que deliena Jesús frente al hombre griego o pagano y la responsabilidad ante la vocación.

                2) La transfiguración (Mt 17, 1-9). Momento de revelación, de asombro, de escucha. “Este es mi Hijo amado, escuchadle”.        Y también de compromiso según las palabras de San Agustín: “Desciende, Pedro; tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor” (Sermón 78, 6: PL 38, 492).

                3) El juicio escatológico (Mt 25, 35-36). Descubrir el rostro de Cristo en el pobre.  La opción preferencial por los pobres.

                                4) Los dos de Emaús (Lc  24, 13-35). Jesús nos sale al encuentro. Condición de discípulos y, por lo mismo, dejarse interpelar, escuchar, interiorizar la Palabra, compartir en la Eucaristía, recuperar la pertenencia comunitaria y anunciar que Jesús ha resucitado.

                5) La Comunidad de Antioquia (Hch 11, 19-30). Comunidad pluricultural donde están presentes el Espíritu, el profeta, el hombre bueno que la preside y recupera a Pablo para el ministerio, y donde se ejerce la solidaridad.

[2] Hechas las debidas salvedades, es aplicable reflexión: “El gitano se fue a confesar: pero el cura, precavido, comenzó por preguntarle si sabía los mandamientos de la ley de Dios. A lo que el gitano respondió: Misté, padre, yo loh iba a prendé; pero he oído un rumrum de que loh iban a quitá.  -¿No es ésta la situación presente en el mundo? Corre el rumrum de que ya no rigen los mandamientos europeos y en vista de ello las gentes –hombres y pueblos- aprovechan la ocasión para vivir sin imperativos”. J. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, (1927), Espasa Calpe, Madrid, 1981, p. 161,

[3]La vida en el Espíritu tiene obviamente la primacía: en ella la persona consagrada encuentra su identidad y experimenta una serenidad profunda, crece en la atención a las insinuaciones cotidianas de la palabra de Dios y se deja guiar por la inspiración originaria del propio Instituto” (VC 71).

[4] El P. Voillaume decía: “Sabemos todos que sin el hermano Carlos de Jesús no seríamos nada y el movimiento vital que anima, une, sostiene a los hermanos, dándoles fuerza, todo este movimiento espiritual nos viene de él, de su vida, de sus escritos, de su oración”. “Nosotros no dudamos lo más mínimo de que somos verdaderamente tus hijos. Porque sin ti no estaríamos aquí, y tú estás, sin duda, en el origen de nuestra amistad que Jesús nos atestigua”. Son muchos los testimonios que se pueden aducir en este sentido, pero aquí interesa resaltar el alcance de esa presencia como comunión que revela el misterio de la fraternidad y estimula a vivirlo en plenitud.

 

[5] Encantar es una cualidad del hombre. Sólo el hombre puede encantar; poner letra y música en las cosas y en las actividades. El hombre canta, evoca, reza y poetiza porque se siente envuelto en el misterio: siente nostalgia y presiente su destino. Si tenemos hombres conscientes de su capacidad de encantamiento y la actúan, podremos gozarnos de tener una vida consagrada encantadora.

[6] Se habla de fantasía, originalidad, inventiva, creatividad, innovación, etc. Es como si la profecía de Isaías se cumpliera: “Yo, el Señor, estoy haciendo algo nuevo que está brotando. ¿no lo notáis? (Is 43, 19). Y, así, se habla de nueva perspectiva, nuevo estilo de vida, nueva espiritualidad, nueva misión, nuevas estructuras, nuevas vocaciones, nuevas comunidades, etc. Efectivamente, somos más conscientes de lo dicho por “el que esta sentado en el trono: ‘Mira que hago un mundo nuevo’” (Ap 21, 5).

[7] San Agustín, Enarraciones, sal. 149, 1-2.

[8] San Agustín, Sermón 34, 1.

[9] Id. Ib. n. 6. “Cuando oréis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz”. Regla, 12.

[10] Cf. San Agustin, Enarraciones sobre los salmos, Salmo 143, 9.

 

[11] San Agustín, Comentario al salmo 32, sermón 1, 7.

[12] Sería interesante leer el n. 84 de VC a la luz de la experiencia espiritual y de sus escritos en San Agustín y sacar las consecuencias para el momento actual.