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Homilia Misa del Espíritu Santo
Crónica
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Homilía –
Eucaristía
03 Septiembre 2007
Ostia
El Evangelio que acabamos de escuchar es,
efectivamente, el discurso programático de Jesús, al comienzo de su
ministerio público. Jesús pone en términos muy claros cuáles son sus
prioridades: dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la libertad a
los cautivos y dar la vista a los ciegos; poner en libertad a los
oprimidos, y proclamar el año de gracia del Señor.
Nos reunimos esta tarde como miembros del Capítulo General Ordinario del
2007, y nosotros también tenemos la tarea de preparar un nuevo programa
para la vida de la Orden durante los próximos seis años. En primer lugar,
creo que haríamos bien si tomaríamos el tiempo para comparar nuestro
modo de comprender la vida y el servicio de la Orden con lo que Jesús
proponía para su vida y ministerio, sobre todo en la luz de sus
prioridades. Así como el Espíritu Santo estaba sobre él, también
nosotros tenemos que pedir que el Espíritu nos guíe, para que seamos
abiertos a escuchar lo que el Espíritu va a pedir de nosotros en este
momento de nuestra historia como Orden.
El hecho de reunirnos en este lugar, Ostia Antica, es significativo como
elemento de reflexión en el contexto de la preparación por lo que vamos
a trabajar durante el Capítulo. Este lugar, como todos sabemos, es donde
san Agustín y santa Mónica tuvieron aquella experiencia “mística”, según
lo que Agustín cuenta en las Confesiones, momento en el cual Agustín y
Mónica fueron elevados o llevados a aquella fuente que da Vida y
Sabiduría (Libro IX, 10,24).
Durante estos primeros días del Capítulo, antes de entrar plenamente en
el trabajo que nos espera, queremos dedicar un tiempo – hoy y mañana – a
la reflexión y la oración, para abrirnos al Espíritu, con la esperanza
que sea el Espíritu de Jesús que nos guíe en todo lo que haremos durante
estas próximas semanas. Jesús, antes de empezar su ministerio público,
salió al desierto. Agustín, quien durante toda su vida fue un hombre
inquieto, buscador, tuvo aquella experiencia “mística” a Ostia antes de
fundar su primera comunidad y luego asumir el ministerio sacerdotal y
episcopal. Igual que encontrarnos en capítulo es expresión de uno de los
elementos fundamentales de nuestra vida como “orden mendicante”, así
también nuestra presencia aquí hoy en Ostia podría recordarnos de otra
dimensión, de nuestra llamada a ser “contemplativos” en el mundo. Como
agustinos, somos llamados a vivir aquella experiencia de buscar
continuamente a Dios, al Espíritu que vive entre nosotros. Esta
experiencia “contemplativa” no es algo separada de nuestro ministerio, o
de nuestra labor en el capítulo; es la manera de encontrar la conexión,
el vínculo con la fuente de vida, fuente de todo lo que somos y hacemos.
Karl Rahner propuso que la Iglesia en el futuro tendría que ser “una
Iglesia de místicos”. Cuando alguien le pidió una explicación de lo que
había escrito, él dijo – y se podía decir que lo dijo con una percepción
muy agustiniana:
“Con esta expresión, yo quería tomar una posición contraria a la opinión
que antes fue dominante, según la cuál se decía que saber algo de Dios
fuera un proceso de “adoctrinamiento” – algo enseñado desde fuera de la
persona…
Según ese punto de vista, saber algo de Dios sería como saber algo de
Australia, que para la mayoría de nosotros sería simplemente
conocimientos trasmitidos por otras personas…. Pero creo que las
personas tengan que comprender que tienen un conocimiento de Dios
implícito y verdadero, que últimamente está arraigado en su existencia
espiritual…, en su trascendencia, en su personalidad, o en lo que
quieras llamarlo. La gente hoy está rodeada por un ateismo de
indiferencia, ni siquiera una hostilidad al teísmo, sino verdaderamente
una indiferencia. La cuestión de Dios es tabú, y suprimida. Y entonces,
no es suficiente que la gente aprenda algo de Dios desde afuera. Si
alguien quiere vivir una vida genuinamente cristiana, con convicción, en
el desierto secularizado donde la cuestión de Dios es tabú, tiene que
querer involucrarse con Dios en la experiencia más profunda de su propio
ser… Pero ¿dónde puede uno encontrar la fuente de esa convicción sobre
la existencia de Dios, según la cual podría vivir y morir? Creo que la
única solución consiste en esto: uno tiene que descubrir las fuentes de
esa convicción en la profundidad del ser humana.”
Durante este Capítulo, dedicaremos mucho tiempo y energía al tema de la
renovación (renovación de las Constituciones, y de nuestra vida
agustiniana). Todo proceso auténtico de renovación tiene que tomar en
cuenta la exigencia de ver el mundo para leer los “signos de los tiempos”,
reflexionando sobre los desafíos del mundo de hoy. Al mismo tiempo,
tenemos que abrirnos a la necesidad de una renovación personal, a
renovar nuestro compromiso en la fe, nuestra vida en Dios, reconociendo
el deseo profundo y urgente de buscar a Dios y experimentar su presencia.
“Mis bienes ya no eran exteriores, ni los buscaba a la luz de este sol
con ojos carnales, porque los que quieren gozar externamente, fácilmente
se hacen vanos y se desparraman por las cosas que se ven y son
temporales y van con pensamiento famélico lamiendo sus imágenes. Pero
¡oh si se fatigasen de inedia y dijeran: ¿Quién nos mostrará las cosas
buenas?, y nosotros les dijésemos y ellos nos oyeran: ¡Ha sido impresa
sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor! Porque no somos nosotros la
luz que ilumina a todo hombre, sino que somos iluminados por ti, a fin
de que los que fuimos algún tiempo tinieblas seamos luz en ti.” (Confesiones
IX,4,10).
La capacidad que tuvo Agustín de ver y comprender la experiencia humana,
y su dedicación durante toda su vida a buscar a Dios, tienen que ser luz
y guía para nosotros. Todos nuestros apostolados y obras serán eficaces
y significativos al Pueblo de Dios si nosotros somos, antes de todo,
hombres que buscan a Dios “en la experiencia más profunda” de nuestro
ser, para ser iluminados y fortalecidos por el amor de Dios. Desde esa
experiencia, encontraremos la clave a una renovación auténtica, para
poder responder, como hizo Jesús, dando la Buena Noticia a los pobres,
anunciando la libertad a los cautivos y dando la vista a los ciegos;
poniendo en libertad a los oprimidos, y proclamando el año de gracia del
Señor.
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