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Discurso Inaugural

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Crónica

 

 CAPÍTULO GENERAL 182º
DISCURSO DE APERTURA

Presidente del Capítulo General
P. Alejandro Moral Antón, OSA


Queridos hermanos:
Os dirijo un saludo cordial y fraterno a cada uno de los capitulares, especialmente al Prior General, P. Robert F. Prevost, quien durante los últimos 6 años ha llevado el peso de guiar, animar y sostener el camino de la Orden: a él y a sus colaboradores nuestro sincero agradecimiento.

Estamos inaugurando el 182º Capítulo General de la Orden de San Agustin. A ninguno de los participantes se nos escapa la excepcional importancia de esta asamblea para la vida y el bien de la Orden. El P. General nos lo ha recordado dando lectura al n. 435 de nuestras Constituciones. De igual manera, nadie ignora que estamos viviendo una situación particular, única, contradictoria, con signos de vida y de muerte pero igualmente prometedora y esperanzada, cambiante y provocadora, en la que Dios se hace presente de muchos modos, pero especialmente en el dolor y en el grito de los necesitados. En medio de esta compleja realidad se encuentra la Iglesia, llamada a ser generadora de esperanza, que anuncia el cumplimiento de las promesas y es testigo de la llegada del Reino. En esta situación, que tiene las señas y los indicios de algo nuevo y prometedor, celebramos nuestro Capítulo, que va a requerir el máximo esfuerzo de discernimiento, de creatividad, de compromiso y de fe para poder ser testigos y anunciadores de los valores evangélicos.

1. Una espiritualidad para el tercer milenio

Una de las tareas principales del Capítulo será el trabajo sobre la revisión y reforma de la parte espiritual de nuestras Constituciones. Otra, la renovación de nuestra vida. Por esta razón centraré esta breve reflexión de apertura del Capítulo en recordar nuestras raíces históricas y en indicar cuáles deberían ser, según mi parecer, los aspectos a reforzar durante los próximos años en nuestro apostolado hacia dentro, es decir, comunitario, y en nuestro servicio a la Iglesia.

Como marco, retomo algunas frases de la Carta que con motivo del Jubileo Agustiniano del año 2004 escribieron los Priores y Superioras Generales de las Familias Agustinianas porque subrayan aspectos importantes de nuestra identidad agustiniana que debemos encarnar hoy.

Decían: “En una época caracterizada por los cambios acelerados, la importancia del recuerdo –la memoria histórica- es cada vez más importante para las personas, los pueblos y las instituciones. También nosotros, como Familias Agustinianas, queremos recordar y releer desde la fe nuestra historia, no para autocomplacernos sino para descubrir en ella una vez más los signos del amor de Dios…”. Y continuaba la carta: “Desde esta perspectiva y con esta actitud recordamos especialmente la figura y la vida de San Agustín… en cuyo carisma y espiritualidad se fundamenta nuestro estilo de vida…”. “Recordamos también nuestra tradición y nuestra historia, la herencia espiritual recibida y enriquecida durante tantos siglos en el seno de la Madre Iglesia...”. “Recordamos, finalmente, como parte integrante de nuestra espiritualidad, el profundo sentido eclesial de nuestra vida de pobreza evangélica y fraternidad apostólica, nacidos de la intervención de la Sede Apostólica para unir en torno a la Regla de San Agustín, ya en el s. XIII, a diversos grupos religiosos”.

Después de haber evocado y resaltado algunos de los puntos recogidos en esta carta, en la que se recuerdan las dos fuentes, espiritual y jurídica, de nuestro doble origen, debemos “retomar el presente para mirar esperanzados al futuro, tal como nos invitaba a hacer el P. Miguel Orcasitas en su carta a todos los hermanos de la Orden al cumplirse 750 años de su fundación jurídica. “Conocer nuestras raíces, profundizar en la espiritualidad de la Orden, nos permite asumir la propia identidad como agustinos para responder a los retos del mundo, fieles al carisma suscitado por el Espíritu para el bien de las Iglesia”.

2. San Agustín y la tradición de la Orden.

La centralidad de San Agustín está fuera de toda duda y constituye el patrimonio más importante de los Agustinos. Él es verdaderamente el Padre de la Orden. Pero tampoco debemos olvidar, si queremos ser fieles a nuestros orígenes, las especiales circunstancias que rodearon su nacimiento.

“Es un contrasentido pensar que la admisión de este doble fundamento de la espiritualidad agustiniana, San Agustín y la tradición de la Orden, puede oscurecer la importancia y el papel del Santo Doctor entre nosotros. Nada más lejos de la realidad. Ambas fuentes no son opuestas, sino complementarias. Y honramos los dones recibidos por el Espíritu si sabemos apreciarlos en su extraordinaria riqueza y responder al hecho distintivo de ser una Orden nacida en el siglo XIII que tiene a San Agustín como Padre. El Papa Juan Pablo II así lo ha reconocido. Y el P. Robert Prevost daba la bienvenida al Santo Padre, Benedicto XVI, en su visita a Pavía el 22 de abril de este año con estas palabras: “Para nosotros agustinos, la presencia de Su Santidad entre nosotros tiene un significado incalculable porque nos sentimos y somos, históricamente y espiritualmente, hijos de la Iglesia e hijos de San Agustín. Tenemos a San Agustín por Padre y a la Iglesia por Madre; herederos de la espiritualidad de San Agustín, hemos sido constituidos como Orden religiosa por intervención directa de dos de sus Predecesores: Inocencio IV (1244) y Alejandro IV (1256)”.

3. Los agustinos en el siglo XXI.

Sentadas estas bases, quisiera indicar brevemente cuáles son las líneas por las que discurre la espiritualidad agustiniana en estos inicios del tercer milenio. Al hacer referencia a prioridades y acentos entiendo englobados en ellos no sólo a los religiosos, sino, en la medida de lo posible, a la entera familia agustiniana, llamada a ser, desde la riqueza de su particular carisma, instrumento gozoso y esperanzado de la acción de Cristo en el mundo.

Al profundizar en la espiritualidad que brota de San Agustín y de la tradición de la Orden, leída en relación con nuestro mundo y nuestra historia, advertimos cuatro urgencias o prioridades en el incesante proceso de actualización: el cultivo de la vida interior; el testimonio de fraternidad, la sensibilidad social y la implicación en el mundo y el empuje renovador. Sigo una reflexión dictada por el P. Luis Marín en Buenos Aires.

a) Cultivo de la vida interior.

Desde hace tiempo encontramos una particular insistencia en los documentos de la Orden sobre este tema, ya que “la interioridad es el centro de la vida, el núcleo fértil del ser humano donde habita el misterio. Vivir fuera es vivir en el exilio y el vació”. Es una llamada a no dejarnos envolver por el laicismo y el secularismo, una llamada a reavivar el sentido cristiano de la vida, a cuidar los tiempos y formas de oración, a huir de la rutina y el formalismo, a priorizar el silencio. Ni la vida comunitaria ni el apostolado resultan posibles si no es desde el encuentro con Dios.

El Papa Juan Pablo II ha dirigido una petición muy clara a los Agustinos: “Sed los pedagogos de la interioridad al servicio de los hombres del tercer milenio a la búsqueda de Cristo”. Y el Prior General, Robert Prevost, nos recordaba sabiamente: “Nadie puede dar lo que no tiene”. De ahí la especial atención con la que se cuida y debe cuidar este aspecto en la etapa formativa, la particular presencia del mismo en los diferentes grupos y fraternidades y la creciente sensibilización de los religiosos y religiosas volcados en la actividad apostólica. A este respecto quiero destacar el pulmón espiritual que suponen para la familia agustiniana las monjas de vida contemplativa.



b) Testimonio de fraternidad.

La vida comunitaria es el santo y seña de la identidad agustiniana. Pero no olvidemos el concepto de comunidad en el pensamiento de San Agustín: “anima una et cor unum in Deum” (reg. 1, 3), práctica acabada del precepto del amor: “¿Qué busca el amor, dice nuestro Padre, sino adherirse al que ama y, si es posible, fundirse con él?” (ord. 2, 18, 48). Por eso reivindicamos la dimensión profética de la comunidad agustiniana: “Profetismo hacia dentro –para mantener vivas la fidelidad y la conversión- y profetismo hacia fuera, que significa creer de verdad en el carácter simbólico de nuestra vida”. La vida fraterna agustiniana no es mera coexistencia sino comunión, es el empeño para que las almas y los corazones de quienes viven juntos se fundan en uno por la caridad y se centren hacia Dios. Todo lo demás será medio para lograrlo o consecuencia que emana de su realización.

c) Sensibilidad social e implicación en el mundo.

La implicación en el mundo ha sido una constante claramente manifestada en la Orden desde los primeros tiempos. “Si los agustinos queremos continuar nuestra misión de servidores de la humanidad –recuerda el Capítulo General de 2001-, hemos de ser capaces de estar en contacto con la realidad, para escuchar cuidadosamente la voz de un mundo en cambio”. Es lo que el Vaticano II ha calificado como “los signos de los tiempos”. Es una llamada a desarrollar lo que Juan Pablo II ha denominado la “verdadera profecía de la vida consagrada”, que nace de la escucha de la Palabra en las cambiantes circunstancias de la historia (Cf. VC 84). Desde hace tiempo los agustinos venimos reflexionando al respecto, sabiendo que “si nuestras propuestas no sintonizan con los desafíos del presente, el diálogo resulta imposible y nuestra presencia irrelevante”.

A este respecto, tres son los campos principales a los que se les ha prestado y se les debe seguir prestando especial atención.

El primero es la implicación de los laicos y la ampliación del concepto de familia agustiniana, que evite una visión restrictiva de lo agustiniano, excesivamente clericalizada y circunscrita al elemento de vida consagrada.

Un segundo aspecto es la promoción humana y la opción preferencial por los pobres, porque “la fidelidad al carisma lleva implícita la solicitud hacia los más pobres y desposeídos, anunciando a Jesucristo en la práctica del amor hecho servicio”. Los últimos Capítulos Generales han insistido en la necesidad de empeñarnos más decididamente en la promoción de la Justicia y de la Paz. De hecho, ”la llamada a la fraternidad en Cristo es una llamada a la liberación de los grandes males del mundo moderno: la injusticia social, la discriminación racial, el antagonismo nacionalista, la desigualdad de oportunidades que nacen de la existencia de grupos privilegiados y de la falta de participación en los bienes materiales, la cual nace del exceso de riquezas por parte de unos y extrema pobreza por parte de otros”. Se ha mejorado mucho pero necesitamos avanzar todavía mucho más, no sólo en la imprescindible tarea de concienciación, sino en el difícil campo de las acciones por parte de todos los que intentamos vivir la espiritualidad agustiniana. De hecho, las implicaciones de la globalización, con sus luces y sombras, retos y tareas, exigen de nosotros propuestas concretas que no deben dilatarse en el tiempo y menos aún diluirse en un espiritualismo etéreo o en la más triste demagogia.

El tercer aspecto es el apostolado intelectual, desde el diálogo con la cultura, que Juan Pablo II ha indicado como uno de los nuevos areópagos de misión para los religiosos (Cf. VC 98) y que los Papas han encomendado de manera especial a la Orden de San Agustín, conscientes de que hemos pasado de la fecundidad cultural de la fe al conflicto fe-cultura que, en palabras de Pablo VI “es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” (EN 20). Para resolver este conflicto resultan indispensables una sólida y actualizada formación y un espacio común de encuentro. La respuesta a este gran reto se articula a través de una doble vía: la promoción de los estudios, que conlleva el cultivo personal y comunitario, y la presencia en los ambientes culturales, en muchas ocasiones abandonados por miedo, por comodidad o por falta de preparación.

d) Empuje renovador.

No quedaría completa esta reflexión si no recordáramos el necesario optimismo con el que debemos vivir y testimoniar los dones recibidos. La espiritualidad agustiniana, cristocéntrica y eclesiológica, es comunicadora de esperanza y de entusiasmo hacia el futuro. El realismo nos lleva a constatar las dificultades y sombras de nuestra época, pero, al tiempo que nos implicamos en la búsqueda de soluciones, abrimos una dinámica renovadora que se inicia con la conversión propia. Escribe nuestro Padre: “Soléis decir: los tiempos son difíciles, los tiempos son duros, los tiempos abundan en miserias. Vivid bien y cambiaréis los tiempos con vuestra buena vida; cambiaréis los tiempos y no tendréis de qué murmurar” (s. 311,8). Por eso el Capítulo General Intermedio celebrado en Villanova en 1998 nos recuerda que la espiritualidad agustiniana debe ofrecerse hoy como un himno a la esperanza escatológica, la afirmación de una sociedad con futuro y de una historia en la que Dios está presente, acompañando con entrañas de padre y de madre al ser humano desvalido. Y nos pide que sepamos confesar nuestro gozo por pertenecer a este mundo, dando testimonio de esperanza.

Este planteamiento nos impulsa a una constante renovación, atentos a las necesidades e indicaciones de la Iglesia. ¿Qué testimonio ofrecemos? ¿Cómo es nuestro nuevo modo de evangelizar? Tal vez las soluciones de otros momentos no sean válidas hoy y debamos abrirnos a un cambio profundo, sin confundir los elementos esenciales de nuestro carisma con sus manifestaciones, maneras, y formas de expresión. También debemos proseguir en la revisión serena de nuestras estructuras, que deben articular la vivencia del carisma en los tiempos actuales y no convertirse en lastre de épocas pasadas. A este respecto recuerdo las provocadoras palabras del Papa Juan Pablo II en su alocución a los miembros del Capítulo General de 1995: “Un problema común a vuestra Orden y a otras que tienen tras de sí muchos siglos de historia, es el de la colaboración dentro del instituto entre los diversos organismos que la componen. La estructura jurídica, antigua y venerable, no siempre se adapta a la movilidad y a otras características de los tiempos nuevos. Ello no deja de tener consecuecnias negativas sobre la eficacia apostólica y también sobre la vitalidad misma del compromiso religioso”. Para todo ello se requiere mucha valentía y mucha humildad, que pedimos nos conceda el Señor.

He querido resaltar este último elemento porque me parece un aspecto de grandísima importancia, del que se habla muy poco y, sin embargo, la transformación que va a sufrir la Orden en los próximos 10 años va a ser muy grande y, aunque hemos hablado de este tema y se ha escrito algo, resulta aún insuficiente... Pensemos en cómo van a estar en 10 años las circunscripciones europeas o de Estados Unidos, o pensemos en la evolución de otras circunscripciones que crecen pero con grandes dificultades por ser demasiado jóvenes y carecer de medios personales y económicos.

Cada vez, pues, es más necesario un proceso de colaboración intercircunscripcional y de reestructuración programada.

4. Conclusión: “Por sus frutos les conoceréis”.

La espiritualidad de la Orden de San Agustín resplandece en sus santos. Los numerosos santos, beatos y venerables pertenecientes a la familia agustiniana son modelos a imitar en nuestra constante búsqueda de Dios en fraternidad y en el servicio a la Iglesia. Ellos han sido testigos fieles cuya vida nos han llegado a nosotros como dones continuos a lo largo de nuestra historia. Son signo evidente de la vitalidad espiritual de la Orden y un fuerte estímulo para continuar su estela avanzando confiados hacia el futuro.

Concluyo estas reflexiones con las palabras que el Prior General nos ha dirigido a la Orden con ocasión de la beatificación de los 98 hermanos agustinos del próximo día 28 de octubre: “Pido al Señor que la próxima beatificación de nuestros hermanos, suscite en la Orden una vida religiosa y cristiana más intensa, un mayor fervor espiritual y un renovado interés por mantener vivo el recuerdo de tantos hermanos nuestros”. Éste es también mi deseo y mi esperanza, conscientes, como nos dijo el Santo Padre, Benedicto XVI, en Pavia, que “servir a Cristo es, sobre todo, cuestión de conversión y de amor”.